Andros presbítero Mysterium vitae
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¿Seminarios y sinodalidad?

Los seminario forman clérigos no pastores: Nada de "pastores dabo vobis" sino más bien "Clericis dabo vobis".

 

 

LOS SEMINARIOS SON RELIGION PERO NO EVANGELIO.

 

    Frecuentemente se oye a diversos eclesiásticos de distinto grado hablar de la necesidad de superar el clericalismo. Ahora para combatir dicho problema, se habla constantemente de “sinodalidad”. Me consta que tal preocupación no está generalizada. Y muchos de los clérigos de a pie que conozco no se toman la cuestión de la  sinodalidad en serio. ¿Y eso puede explicarse? Seguro que muchos encontraran múltiples razones. Mi enfoque para responder a esta situación pasa por afirmar que al presbítero católico no se le prepara para ser pastor, sino para ser clérigo. Más que hablar de “Pastores dabo vobis”, se debería reconocer que la realidad es “CLERICIS DABO VOBIS”.       

    El sistema de formación de los presbíteros católicos debe ser deconstruido. Los seminarios forman clérigos. E incluso, algunos de ellos (sino la mayoría), pretende convertir a los jóvenes que se dejan formar o “formatear” en ellos, en una suerte de “cuasi anacoretas”, intentando impetrar en sus vidas, una regla de vida conformada con un ritmo de vida monástico, muchas veces dislocado por un enfermo devocionalismo pietista demodé y trasnochado. Y no son pocos de ellos los que cuando dan sus primeros pasos de vida ministerial añoran las paredes protectoras del “convento” en el que hasta ahora han vivido. O los que sólo sirven para dejado el seminario, pasar directamente a ser canónigos, sin apartarse mucho de la seguridad del claustro.

    Se les prepara para entenderse como los separados del pueblo. Clérigo es lo que significa. O sea que la comunión con el pueblo de Dios, se resiente por la misma definición sobre la que se les educa. Hasta se les obliga a vestirse de manera diferente al resto, para dejar claro, que no pertenecen al mismo estamento, y que la condición clerical es diferente a la de resto. La Casta clerical. Ser clérigo conduce a tener una clara conciencia de ser Casta. Educarse para ser clérigo al margen de los laicos, en ambientes cerrados y al margen del pueblo santo de Dios, infunde una mentalidad  incapaz de comprender y querer la sinodalidad y lo que ella supone y significa. Eso de “caminar juntos”, lo conformamos dentro del parámetro “cada cual en su estado de vida”, lo que en la práctica se traduce como aceptar caminar juntos en un sistema de corte absolutista, donde cada cual ha de aceptar los condicionamientos, privilegios, derechos y prebendas de su respectivo estamento religioso.  

    Así que si esta intuición sinodal no prospera, no será porque el Espíritu Santo no la quiera, sino porque los seminarios por su “configuración genética”, son escuelas de clérigos y no de pastores. Formar clérigos es su irremediable ser, lo más congénito de estas instituciones, obligatoriamente caducas si es que se quiere construir de veras una iglesia sinodal. El seminario como tal, es el peor enemigo de la sinodalidad. Pues forma presbíteros, al margen de los seglares, con los que un cura secular, tendrá que convivir siempre y a los que si quiere ser fiel al Evangelio ha de amar y servir. Por ello, no es raro encontrar sacerdotes que una vez salen del seminario se consagran a tareas no pastorales, y a los que la parroquia no les gusta. Son los que disfrutan con vivir en ambientes que ellos llaman “eclesiales”, pero realmente son ámbitos clericales, algunos de ellos, extremadamente exclusivos y en absoluto inclusivos.

    Los seminarios han sido diseñados para crear y mantener la religión, más no para servir al Evangelio, cosa que en ellos, muchas veces se interpreta equivocadamente como algo subversivo. Un seminario es capaz de construir un sanedrín, más es incapaz de crear la comunidad de los Hechos de los apóstoles. Por ello es frecuente encontrar en ellos “lineas de pensamiento” enfrentadas, pero muy poca o ninguna fraternidad, más allá de la amistad particular que algunos tienen (incluidas otras experiencias psicoafectivas y hasta sexuales, que en entornos cerrados y crípticos de esa naturaleza, se suelen desarrollar, como otras experiencias humanas similares también constatan). La crítica y el juicio del diferente es moneda de cambio constante entre los integrantes de esas instituciones. Suelen ser verdaderos entornos plagados de sarcasmo verdulero, poca humanidad, mucha bilis, mucho veneno, inmensa soberbia y con no pocos “lame culos”, prestos a hacer carrera, la mayor aspiración de un clérigo de “pro”. Como bien señalaba un buen amigo mío lo importante si el que manda te pregunta ¿Qué hora es?, lo propio es responderle: ¡La que usted quiera excelencia reverendísima!.

    En esos entornos la enseñanza de Jesús de no aspirar a los primeros puestos, de evitar ser como los fariseos y los saduceos, tan claras en Mateo 23, no calan en absoluto. Son ambientes vacunados contra el Evangelio. Y acostumbrados a manipularlo al servicio de una cosmovisión clerical y por ello, necesariamente, “anti sinodal”. De hecho hasta la inhumanidad se justifica en nombre de la obediencia como trabazón clerical máxima. Pues la obediencia del Hijo de Dios, es la obediencia radical al amor, más en el estamento religioso, la obediencia se debe no al amor verdadero, sino al poder establecido.

    Si por tanto se quiere caminar hacia la sinodalidad de verdad, si queremos dejar atrás el marco religioso constrictor que pervierte el Evangelio y su experiencia vital, si no queremos convertir el océano de especias evangélico, en un guisote pesado que se repite cada día tal cual, hasta el infinito y más allá, la deconstrucción que se ha de hacer de los seminarios ha de ser de tal magnitud, que en mi opinión se les debe hacer desaparecer. 

    Confieso que después de experimentar distintos niveles de sistemas de enseñanza, y después de estar siete años en un seminario, y de conocer algunos de los actuales seminaristas (en verdad muy pocos de ellos porque huyo de sus atmósferas tan clericales y enrarecidas), me declaro abiertamente un no creyente en el sistema de enseñanza actual al que le preocupa más que apruebes que el hecho de que aprendas, y me declaro aún más no creyente en el sistema formativo que me resisto a llamar eclesial, porque realmente, es un formateo clerical en toda regla, en contra del Evangelio y en nombre de una experiencia, muchas veces pestilente, de la Religión. Y cómo bien vamos viendo, considero que la religión, en tanto que universo sociopolítico, cultural y económico, es una traición y una perversión del Evangelio. Los seminarios están al servicio de esa traición y perversión. Así que totalmente deconstruidos, deben desaparecer. Mientras que eso no ocurra, la religión promovida por clérigos, pisoteará el Evangelio, que sin ser sinodal, no se entiende.  

    Qué pena que en este sentido los seminarios de los neocatecumenales hayan retrocedido tanto. Su sal se ha vuelto sosa. En sus inicios hacían vivir a sus vocaciones en medio de los seglares, pero pasado un tiempo han decidido adoptar el modelo caduco de los internados clericales. Y de nuevo la comunión con los seglares se ha interrumpido sobremanera. Si siguen así terminarán por reventar en los pellejos viejos, y su esfuerzo renovador se perderá. Se han plegado a la religión dando la espalda al Evangelio: una verdadera pena. 

    Por todo ello creo que sin tener claras estas ideas, la sinodalidad que ahora se pretende, sólo será una filfa. Si la Iglesia quiere renovarse alguna vez verdaderamente deberá deconstruirse por completo, desde la diferencia que supone el Evangelio, como constante instancia crítica de lo religioso. 

    Jesucristo es el deconstructor de la religión, los evangelios lo prueban, particularmente el de Mateo, y que se rasgase el velo del templo, al manifestarse su amor hasta el extremo en la cruz, lo demuestra como el mayor signo profético de qué Dios es Amor, como enseña el Evangelio, y no Amo, como enseña la religión. Una buena cristología debería estructurarse desde esta intuición. Espero que algún teólogo de mayor nivel intelectual que yo, se atreva a caminar por este senda y desarrollar con mayor nivel, esta visión de las cosas. Bonhoeffer y otros, ya hicieron algo, en este sentido. Pero creo que desde el enfoque de la deconstrucción se puede aportar mucho más a este debate trascendental y definitivo.

    Debe ser verdad lo que me dijo el Obispo Javier y lo que me dice mi amigo Pipo. “Siempre llevarás un anarquista dentro Andrés” me dijo el primero. Y el segundo añade: “Eres una suerte de Derrida en católico”. En fin añado yo como Teresa: “sólo deseo poder morir al fin como un católico evangélico”. Así que concluyendo: ¡Santo Padre, si quiere usted verdadera sinodalidad, deconstruya antes los seminarios!. 

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