DEJA DE PENSAR, DE SENTIR Y DE ACTUAR Y ENCONTRARAS TU ALMA
“Dichosos los que crean sin haber visto”. Estas palabras de Jesús resumen toda la sabiduría mística de San Juan de la Cruz.
En psicología se admite que la razón, el corazón y la conducta son tres ángulos fundamentales de la personalidad humana. Las ideas o valoraciones de la realidad vivida, los sentimientos que experimentamos, y los comportamientos que adoptamos al actuar nos definen. Es así como inteligencia y libertad se articulan. Las tres brotan de ese fenómeno maravilloso que llamamos mente.
Ya he explicado que la mente siendo una cualidad de nuestra alma, y fundamental, no es la única. Pues mente y cerebro se implican. Y ambas son posteriores al alma. Son su fruto. El alma es la estructura sin la cual la materia corporal humana jamás podría ser tal. Estamos estructurados para ser personales. Y el cerebro y la mente son un supuesto fundamental para “gestionar” la personalidad. Hasta el extremo de que en la mas tierna infancia o en determinados procesos de enfermedad, nuestra personalidad no puede administrarse como en la madurez o en la salud suficiente del ser humano. Si bien, aún así, la personalidad: la identidad no se pierde. Bien está en estadios iniciales o bien están mermados por causa de que la materia deja de estar estructurada como la plenitud de su ser exigiría. No quiero extenderme más aquí, pues como digo, mi posición en este tema, ya ha quedado expresada en otros escritos (“Alma versus ADN”).
Retomando el aspecto psicológico que acontece en el desarrollo de la personalidad humana, expresión de la estructura única e irrepetible que cada uno tiene pues no existe cuerpo sin alma, como no existe la materia sin forma, considero que normalmente hay tres tipos diferentes de personalidad.
La racional: esta es la de los que normalmente conceden más importancia a la mente que al corazón o que a la visión pragmática de la vida. No es que no tengan sentimientos o no se dediquen a actuar, sino que invierten más energía en potenciar su parte racional. Viven inmersos en el mundo de las ideas con mucha frecuencia.
La sentimental: esta es la de los que conceden la importancia a los sentimientos, y fundamentalmente analizan como se sienten. No es que no piensen o no actúen. Sino que los sentimientos son para ellos el principal motor de su identidad. Dicen lo que sienten y actúan conforme a su nivel emocional sin conceder más importancia al nivel práxico o al intelectual.
La pragmática: son los que antes que pensar o andar analizando que sienten quieren siempre actuar a toda costa. Pensar y sentir les quita tiempo para actuar. Estos tienen un componente hiperactivo en sus personalidades con bastante frecuencia.
Indudablemente estos tres aspectos influyen de manera directa en la vida espiritual de los fieles. Un intelectual será propenso a meditar. Un sentimental será más propenso a sentir en su vida de oración y si no siente algo especial le parecerá que no ha orado. Un pragmático no valorará fácilmente los espacios de oración que le impliquen vivir la quietud o el silencio y con frecuencia se cansará fácilmente de “estar como María a los pies de Jesús”, porque “Marta” los hará estar inquietos y preocupados por muchas cosas.
Que duda cabe que nadie “puro” en una de esas dimensiones. Porque el ideal está en vivir la vida espiritual como Jesús. Y las tres dimensiones como mejor funcionan es permanente movimiento. Lo mejor sería que el triángulo se moviese constantemente. Esa es la meta. Porque es importante pensar lo que se siente y se hace. Es importante sentir lo que se piensa y se hace. Y es importante hacer lo que se piensa y siente. Jesús lo hacía a las mil maravillas. Pero por no tener pecado original, Jesús, no tenía rota la integración de estas dimensiones. Que en Él funcionan como en la misma Trinidad: en permanente comunión. Los seres humanos estamos muy rotos en este sentido. Y la salvación para nosotros en gran medida consiste en reconciliar estas tres dimensiones. Dado que en gran medida nuestro sufrimiento íntimo consiste en no saber gestionar las tres dimensiones a la vez. En no tener comunión interior. Ahí está la razón de nuestra ausencia de paz interior en muchas ocasiones.
Con todo en la oración cada uno puede encontrar su propio camino. Un intelectual meditará. Un sentimental precisará crear entornos emotivos para poder orar a gusto. Y un pragmático tendrá que echar mano de oraciones rápidas y muy vinculadas con su actividad constante. Pero no es malo que aún así de cuando en cuando, cambien su conducta, y prueben otros estilos para reconciliarse con las otras dimensiones de su ser íntimo. La forma de orar es como la ropa. Al final cada cual se pone la que más le gusta, la que más cuadra con su personalidad y con la que se siente más cómodo. Pero eso no significa que otros tipos de ropa no puedan sentarle bien o les acomode aunque ellos no se identifiquen con ellos.
En cualquier caso si que es preciso decir que Dios que nos ama siempre está. Aunque no fluyan los pensamientos o los sentimientos, o aunque la actividad no siempre esté presente. Y lo que importa en la oración es estar con Dios que nos ama por Cristo y en el Espíritu. Y lo demás, frente a eso, carece de importancia. Jesús nos lo dice muy bien: “Solo una cosa es importante” y hay que saber elegir la mejor parte. Y la mejor sin duda es estar inmerso en su amor.
A nosotros nos gusta ver y tocar. El intelectual lo hace con su mente. El sentimental con sus emociones. El pragmático con su actividad. Y es que con cualquiera de ellas puede verse y tocar a Dios. Pero aunque no veamos ni toquemos, por la sola fe, basta. Es más para evitar los vaivenes propios de la mente, el corazón y la conducta, lo preferible es no buscar nunca pensar, sentir o actuar cuando se ora. Sino buscar a Dios que está presente y en Él, con Él y por Él, estar y ser felices. Dichosos seremos cuando renunciemos a ver o tocar con cualquiera de las tres instancias. Lo que importa es ser en Él, estar con Él, amando al que nos ha amado y nos ama, y nos amará siempre.
No dejarse dominar por el pensamiento y sus obsesiones, no dejarse controlar por los estados emocionales o no dejarse dirigir por las actividades es un precioso modo de liberarse para simplemente ser mirando al que te ama, dejándote mirar por Él y juntos así ser felices, tratando de amor con el Amado. Nos lo enseñan así grandes santos.
La Paz llega al alma cuando la fe lo es todo. Pues ella mueve las montañas del pensamiento, las piedras del sentimiento y la supuesta importancia de la actividad. Nada merece ser pensado si Dios no está. Nada merece ser sentido si te impide estar con el amado. Ninguna actividad es importante si Dios no la dirige porque al final como diría el Eclesiastés es “cazar vientos”. Y la fe no la pierdo porque piense o no piensa, siente o no sienta, actúe o no actúe. La fe se pierde si lo decido. La fe es hija de la Libertad enamorada por Dios. Y si yo no decido romper mi consentimiento esponsal establecido con mi amado, nunca la perderé. La fe desnuda de pensamiento, sentimiento y activismo es la puerta, es el puente que me hace cruzar el río que separa la inmanencia de la trascendencia.
Localizar las obsesiones de mi pensamiento las desactiva y me libera. Identificar las emociones que me apresan y me convierten en su marioneta, esclavizándome, me libera. Descubrir mis activismos vacíos que me inquietan y preocupan, ocupándome hasta cuando lo único que debo hacer es estar quieto, me libera. Dejar de lado mi mente obsesionada me serena. Dejar de lado mis sentimientos que sumergen en un emotivismo alocado me tranquiliza. Dejar de lado mis activismos vacuos me recoge y me permite ser dueño de mis propios actos.
Es lo que tiene la paz, nos hace vivir en plenitud. Bien decía la mística en su poesía: “Nada te turbe…”. Así que antes de orar, despréndete de tu pensamiento inquieto, de tus sentimientos turbadores, y de tu activismo cansino. El frenesí mental, el emotivismo desatado y el activismo tirano, son ídolos. Pues se interponen entre Dios y tú. Y suelen distorsionar tu tiempo de oración. Y al final, nada has trascendido más allá de tu ómbligo mental, sentimental o pragmático. Y si es así no cruzas el río de la inmanencia hacia la trascendencia. No sales de las fronteras de tu ego. Y sin coger la mano de Jesús, no podrás caminar sobre las aguas, y terminarás como Pedro, hundiéndote en ti mismo.
Miralo a Él, olvídate de ti. Respira en Él y lleva contigo a todos, al mundo y al mismo universo. Pues cuando te dejas amar ahí, todo lo que te eres y te rodea, tú y tus circunstancias es amado por Dios por Cristo y en el Espíritu. ¿Y que hay más importante que eso? ¡Nada!.
Es el camino para recuperar el alma. Eso es la oración. ¿No has entendido que el alma es más que el pensamiento, que los sentimientos y que las acciones?. El alma es antes y será después. Esas tres dimensiones son la expresión de ella. Pero ella es la fuente de todo. Tu alma es la que mira a Dios más allá de lo que piensas, sientes o haces. De eso se trata. Y esto que es válido para la oración es válido para toda tu vida. Nada mejor que vivir sin ser esclavo de obsesiones mentales. Nada mejor que vivir sin ser esclavo de estados emocionales pasajeros. Nada mejor que vivir sin ser esclavo de activismos que hacen por hacer. Vivir desde el alma. Esa es la vida verdaderamente espiritual. Pues ahí en el Alma es donde el Espíritu de Dios nos visita. En el misterio del alma se oye su voz y late su amor. Y es ese misterio, es en lo secreto, en lo escondido donde Dios está. No hay que estar pensando siempre, o pretendiendo sentir a toda costa, o haciendo y diciendo algo constantemente para poder estar con quien está con nosotros todos lo días hasta el fin del mundo.
No confundamos nunca el modo de orar con la presencia de Dios. Dios está siempre. Sea cual sea el modo por el que tú te acercas a Él y te abres a su Presencia constante que es lo definitivo. En su amor vivimos, nos movemos y existimos. Y este amor es el mismo ayer hoy y siempre. Nada ni nadie puede separarnos de ese amor. Ni pensamientos, ni sentimientos, ni activismo algunos. Nada ni nadie. Porque su amor es suyo. No nuestro. Él nos lo da gratuitamente y porque le place. Su amor todo lo invade, todo lo penetra y todo lo trasciende. Su amor basta. Es lo único que no pasará. Pues nuestros pensamientos pasarán. Nuestros sentimientos cambiaran. Y nuestros activismos cesarán. Más su amor siempre permanecerá. Así que es sencillo. Más allá de nuestros pensamientos, sentimientos y activismos, permanezcamos en su amor.
La fe desnuda en su amor nos libera. Nos libera de las ansiedades de la mente, el corazón y la conducta. Ojalá y que esta sabiduría algún día se apodere de todos nosotros. Entonces y solo entonces daremos culto al Padre en espíritu y en verdad. En espíritu porque hablará nuestra alma. En verdad porque seremos realmente nosotros y no nuestros desvelos los que estén en su presencia.
Dichosos seremos si creemos sin tocar y sin ver. Sea con nuestra mente, con nuestro sentido o con nuestros actos. Tocar y ver tiene solo un fin. Verificar que lo vemos y tocamos es cierto. Para quien tiene fe eso no importa. Ya sabe que cierto aquello que ama, aunque no lo vea ni lo toque. El amor le basta. ¡Oh maravilla! Concédeme Señor ser tu amigo de esa manera. Y libérame siempre de ser siervo de mi mente, de mis estados emocionales cambiantes o de mis activismos vacuos.
Orar así es vivir en el cielo. Es salir de este mundo. Es el Tabor que me transfigura. Incluso vivir así, consciente de eso, es caminar por el mundo como un ciudadano del Reino de los cielos.
Me consta que tú oras por nosotros mi Señor y mi Dios. Tu oras por nosotros y pides ante el Padre con estas sencillas palabras: “Padre te pido por ellos guárdalos en tu Amor”. Eso digo yo hoy sin cesar. Hago mías tus palabras. Y entonces todas mis plegarias y liturgias cobran sentido. Pues sin esto, todo son meros ritualismos vacíos. En la oración dejo que tú seas yo. Y yo me gozo con tu presencia que ora en mí. Eso me basta. Por eso repetir el Padre Nuestro no me cansa, porque tú estás conmigo. Y me se un sagrario mientras dura en mis labios esa dulce plegaria. Aunque no se por qué Tú si sabes lo que dices. Eso me basta. Y si pienso, siento o hago, estupendo, pero si no es así, no importa. Nada me falta. Tú estás ¿que más importa? Ni tiempos, ni espacios, ni métodos, ni entornos, ni estilos, ni nada. Tú y solo tú. Mi alma contigo, y yo en ti. Y conmigo todo, pues sin el mundo, sin los demás, sin el universo yo no existo. Así que al orar como me muestras la historia universal ser recapitula en ti, y mi SÍ esponsal suena rotundo ante ti.
Se me han caído los libros al orar, porque ya se me han caído los pensamientos, las emociones y las prácticas. Ya no me miro a mi a través de ellos. Así que me basta mirarte a ti y decirte que ellos puedan gozar conmigo del amor que tú mi Señor me has dado. En fin Juan 17. Nada más que añadir.