Andros presbítero Mysterium vitae
Andros presbítero Mysterium vitae

ORAR EN PAZ

DEJA DE PENSAR, DE SENTIR Y DE ACTUAR Y ENCONTRARAS TU ALMA

 

 

0. “A Dios nadie lo ha visto jamás: Es el Hijo único que está en el seno del Padre el que nos lo ha dado a conocer”.  Juan capitulo 1.

 

«¡Oh Tú, el más allá de todo!
¿cómo llamarte con otro nombre?
No hay palabra que te exprese
ni espíritu que te comprenda.
Ninguna inteligencia puede concebirte.
Sólo tú eres inefable, y cuanto se diga ha salido de ti.
Sólo tú eres incognoscible,
y cuanto se piense ha salido de ti.
Todos los seres te celebran,
los que hablan y los que son mudos.
Todos los seres te rinden homenaje,
los que piensan y los que no piensan.
El deseo universal, el gemido de todos, suspira por ti.
Todo cuanto existe te ora,
y hasta ti eleva un himno de silencio
todo ser capaz de leer tu universo.
Cuanto permanece, en ti solo permanece.
En ti desemboca el movimiento del universo.
Eres el fin de todos los seres; eres único.
Eres todos y no eres nadie.
Ni eres un ser solo ni el conjunto de todos ellos.
¿Cómo puedo llamarte, si tienes todos los nombres?
¡Oh Tú, el único a quien no se puede nombrar!,
¿qué espíritu celeste podrá penetrar las nubes que velan el mismo cielo?
Ten piedad, oh Tú, el más allá de todo: ¿cómo llamarte con otro nombre?». 
San Gregorio Nacianceno.

    Como podemos ver Dios es el Totalmente otro. Y Juan deja claro, que ese Dios desconocido sólo podemos conocerlo por medio de aquel que si ha estado en su seno. El Hijo de Dios. El que es uno con el Padre. Jesús. Él es nuestro Señor y nuestro Dios. Jesús es nuestro camino al totalmente otro. Sin Él estamos inmersos en el silencio. Y ante Él, el silencio también se impone, porque todo lo que no sale de su boca, es nuestro propio teísmo. Gregorio Nacianceno insiste mucho en esta visión de las cosas. Jesús es el que convierte en positiva la única teología posible para el ser humano por sus solas fuerzas: la negativa. Si puedo acceder al Padre es gracias a Jesús que me lo da a conocer. Si El Espíritu de Dios puede llegar a mí, es gracias a Jesús que lo ha derramado sobre el mundo. Sin Jesús nuestro acceso a Dios es meramente humano, y muy trufado por los esquemas humanos de comprensión. De hecho incluso entre los cristianos corremos ese mismo riesgo y por ello Gregorio Nacianceno habla como habla.

    Me gusta por eso mucho Juan. Es lo opuesto a Tomás. Éste necesitó ver al resucitado para creer en Él. Juan creyó sin ver a Jesús resucitado en primera instancia. De hecho el relato dice que Juan entró a la tumba de Jesús  detrás de Pedro, vio y creyó. Pero no creyó porque vio a Jesús allí sentado y vivo, sino porque vio vacío el sepulcro y las telas dispuestas de un modo concreto. Podríamos decir “Vio sin ver y Creyó”. Así es como me dispongo al orar, sabiendo que estoy viendo sin ver y creyendo, en silencio, ante el misterio que supone sentarme ante el totalmente otro, ante la sola presencia de Cristo Jesús que es ese misterio que ha decidido dárseme a conocer y aún así, yo no acabo de entender del todo, porque todo en Él está más allá de mi capacidad racional de comprenderlo. Mis límites mentales me condicionan, y por ello estoy llamado constantemente a superarlos. Veo al humano, eso es lo que veo, pero creo que en ese humano habita la total plenitud de Dios, como Pablo nos enseña. No sé como. El misterio me ama pero no deja de ser misterio absoluto.  Su amor eterno me es totalmente otro, aunque de su vida por mí. Y por eso como Simeón me sorprendo y ya no quiero más, me basta,  y  también como Juan, cuando sé que está ante mí, el silencio se apodera de mí, como le pasó a él en el mar de Galilea. Un silencio enamorado. Un silencio humilde porque no soy digno de estar en su presencia ni de desatar la correa de su sandalia. Un silencio que aprovecha para estar con el que es Todo, el acceso a lo totalmente otro sin lo cual no sería nada. Y si pongo alguna palabra en mi boca, son las del Padre Nuestro, porque son suyas, y nada más. Su Espíritu gime en mi alma, Él oye su voz, sabe que debo pedir, Pablo, vuelve a orientarme. La oración es habitar en el misterio al que he podido acceder porque Jesús me lleva al Padre con su Espíritu, pero poco o nada sé de que ocurre y qué hace. Así que creo que hablamos demasiado cuando oramos, y deberíamos callar más. Ya basta de chácharas de tanto tipo. Tampoco pensar o buscar sentir es lo que cuenta. El sabe y El ama, lo que nosotros no sabemos y nos ama como nosotros nunca seremos capaces de amarnos a nosotros mismos. Basta estar contigo y darme cuenta que tú estás conmigo, en el misterio, a partir de ahí, creo y confío en ti como el ladrón que murió a tu lado y nada más. No es vacío, que conste, Tú estás, más no alcanzo a ver con mi mente, más porque creo, me doy cuenta que estás. ¿Donde mejor estar entonces? Simeón, Juan, Pedro, menos hablar, menos pensar, silencio. Silencio asombrado ante quien está presente. Eso basta.  

 

0. Orar para mí es dedicar un tiempo a darme cuenta de que Tú estás siempre. Con eso me basta. Y lo demás no me importa. 

 

    0. Es imposible orar sin fe y sin esperanza. Es más orar sólo tiene sentido cuando se ama. Se cree en quien se ama. Se espera en el amado. La fe consiste en creer en lo que no se ve. La esperanza consiste en esperar en lo que no se toca. La confianza es la suma de las dos, la fe y la esperanza. A Cristo no se le ve, pero se le ama. A Cristo no se lo toca pero se le ama. A Cristo se le ama por eso se cree en Él y se espera en Él, sin verle ni tocarle. En Cristo se confía porque se le ama. Por eso es incompatible  con el temor. Quien teme no confía. Desconfía. El futuro le resulta oscuro y adverso.  La fe aunque no lo ve sabe que hay futuro. La esperanza aunque no lo toca sabe que hay futuro. Quien confía aunque no ve ni toca sabe que hay futuro. Quien ama entiende por qué es bueno que haya futuro. Si no amas no oras, si no crees sin ver no oras, si no esperas sin tocar no oras, si no confías más allá de tus sentidos no oras. Cuando amas, crees sin ver, y esperas sin tocar, y por eso confías, entonces oras. Y te basta con estar con quien sabes que está porque lo amas, y le crees, esperas en él y confías en él sin ver ni tocar nada. Y sólo estar con él te basta. Estar con el amado, eso es lo que cuenta. Aunque uno no sea digno de desatar la correa de su sandalia. Estar con él es el mayor tesoro. Simeón y Ana lo confirman. 

 

    0. Una persona que no cree sin ver, que no espera sin tocar, que no confía y es presa de los miedos y las dudas ante el futuro, no es capaz de seguir a Jesús como apóstol suyo. Si el amor no le basta para vencer sus miedos y sus dudas, no creerá sin ver, y no esperará sin tocar, será imposible que confíe. En los ámbitos donde se forma vocacionalmente a los presbíteros esto debería tenerse en cuenta. 

 

0.Orar como Simeón. Sin pedir nada. Simplemente ver al salvador del mundo, al que has presentado ante todos los pueblos, luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel, y descubrir en ese encuentro la paz. Sea ante la Eucaristía o ante un icono. Sabiendo lo que tu palabra nos enseña: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.  Estar en silencio como los apóstoles ante ti resucitado, en aquel rincón de Galilea, junto al lago, sabiendo quien eres tú, bastándome estar contigo. Y no importarme nada más. Y si es que algo pido es “guárdanos bajo el amparo de tu amor a todos y a todo, ayer, hoy y siempre (pues sólo Tú, según la carta a los Hebreos, eres capaz de hacerlo)”. Pero tú ya sabes lo demás. Bástame verte y saber quien eres, estar ahí sin más, tu sola presencia es la fuente de mi paz. Y lo demás pues …Tú lo sabes todo. 

    Por eso no entiendo tanto rezo, tanto libro gordo de Petete, tanta apelación al salterio. Bien hizo Mateo y la carta a los Hebreos en prevenirnos contra el judeo Cristianismo, más farisaico que evangélico, pues hay salmos que son un compendio de un teismo brutal que ve a Dios como un amo, que considera vetustamente que el universo es una marioneta en las manos de Dios, que piensan que la historia es una perfecta realización de la voluntad de Dios, una apelación a la cruenta venganza contra los que se consideran malvados o enemigos. Me asomo a ellos y no te veo Jesús, salvo si fuerzo el sentido literal de los salmos y me imagino que me hablan de otras cosas. Se empeñan en decirnos que tú rezabas con ellos. Alguna frase te he oido pronunciar de alguno de ellos. Pero en Juan 17, lo que más oigo es Padre y Por ellos. El Padre Nuestro es lo que tú nos enseñas sin lugar a dudas, nos recomiendas no hablar mucho, hacerlo en el secreto de nuestro cuarto, donde sólo nos oye el Padre, y con esas palabras basta, pues el Padre que todo lo sabe, ya no necesita más canseras. En esa oración de contiene la petición por el bien de toda la humanidad y su universo, de todos los tiempos posibles. Lo demás que sabemos de Ti al orar es que te ibas a orar sólo. Y salvo Getsemaní poco más aparece por ahí. Sin duda, dado que todos dormían, se puede entender que aquellos hebreos que nos narraron tu vida, tomaron dos salmos para reconstruir aquel momento, según sus luces. Pero tu enseñanza directa no nos dijo que construyésemos mamotretos para comunicarnos con Dios a diario y de manera mecánica a todas horas, cosa que si hicieron los monjes, siguiendo a tus paisanos Esenios de los que nunca formaste parte, dado que actuaste de manera contraria a ellos, pues ni te fuiste a vivir lejos del mundo, ni tampoco te retiraste a bautizar a un rio como Juan. Sino que te metiste en medio del mundo, sabiendo que eras uno con el Padre.

    Pues eso, “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”. Sin duda una frase de un salmo, pero totalmente modificada al usar la palabra PADRE como el arranque de la misma. Esta frase no se me cae de la boca nunca. Sobre todo cuando mis Getsemanís y mis Gólgotas me salen al paso o se me anuncian. Por eso mi favorito entre los salmos es el 91, y eso a pesar de que en los versículos 7 y 8 vuelve a resurgir la vengativa alma hebrea. Si no convertimos los salmos desde la parábola del Hijo Pródigo, creo que no hablamos con el Dios Amor del NT, sino que usamos un teismo superado, el de la antigua alianza, donde Dios no era Amor, sino Amo. Y ese Dios conviene que sepamos que no existe. Me declaro ateo ante el dios Amo, porque es un ídolo falso y abominable. Soy creyente en el Dios del Amor.  Pues evidentemente una cosa y la otra no son lo mismo. Es preciso hacer una deconstrucción de tales textos desde la revelación que Jesús nos hace del rostro del Padre Dios. Al menos yo tengo que hacerla cada vez que me dispongo a orar con ellos. Por eso como tras un viejo trabajo realizado y publicado anteriormente, descubrí que cada uno de los salmos está incluido en las distintas afirmaciones del Padre Nuestro, rápidamente llegué a la conclusión de que Tú, Cristo Jesús, llevas razón. Cierto que en ellos se contienen profecías que te afectan a ti, pero ante ellos es preciso siempre decir aquello que nos enseñaste: Habéis oido que se dijo pero Yo os digo. Así que rezando el Padre Nuestro como tú nos enseñaste sé que no me equivoco, aunque la religión no piense lo mismo. La religión está ahí, pero no engaño a nadie, para mi lo que cuenta es el Evangelio. Hay que servir a Dios antes que a los hombres. Y Dios es Evangelio, en cambio la religión son hombres. Prefiero pensar como Dios, no como los hombres. No sea que si no lo hago, alguien me diga, “apártate de mí Satanás”.  

    

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    “Dichosos los que crean sin haber visto”.  Estas palabras de Jesús resumen toda la sabiduría mística de San Juan de la Cruz. 

    En psicología se admite que la razón, el corazón y la conducta son tres ángulos fundamentales de la personalidad humana. Las ideas o valoraciones de la realidad vivida, los sentimientos que experimentamos, y los comportamientos que adoptamos al actuar nos definen. Es así como inteligencia y libertad se articulan. Las tres brotan de ese fenómeno maravilloso que llamamos mente. 

    Ya he explicado que la mente siendo una cualidad de nuestra alma, y fundamental, no es la única. Pues mente y cerebro se implican. Y ambas son posteriores al alma. Son su fruto. El alma es la estructura sin la cual la materia corporal humana jamás podría ser tal. Estamos estructurados para ser personales. Y el cerebro y la mente son un supuesto fundamental para “gestionar” la personalidad. Hasta el extremo de que en la mas tierna infancia o en determinados procesos de enfermedad, nuestra personalidad no puede administrarse como en la madurez o en la salud suficiente del ser humano. Si bien, aún así, la personalidad: la identidad no se pierde. Bien está en estadios iniciales o bien están mermados por causa de que la materia deja de estar estructurada como la plenitud de su ser exigiría. No quiero extenderme más aquí, pues como digo, mi posición en este tema, ya ha quedado expresada en otros escritos (“Alma versus ADN”).

    Retomando el aspecto psicológico que acontece en el desarrollo de la personalidad humana, expresión de la estructura única e irrepetible que cada uno tiene pues no existe cuerpo sin alma, como no existe la materia sin forma, considero que normalmente hay tres tipos diferentes de personalidad. 

    La racional: esta es la de los que normalmente conceden más importancia a la mente que al corazón o que a la visión pragmática de la vida. No es que no tengan sentimientos o no se dediquen a actuar, sino que invierten más energía en potenciar su parte racional. Viven inmersos en el mundo de las ideas con mucha frecuencia. 

    La sentimental: esta es la de los que conceden la importancia a los sentimientos, y fundamentalmente analizan como se sienten. No es que no piensen o no actúen. Sino que los sentimientos son para ellos el principal motor de su identidad. Dicen lo que sienten y actúan conforme a su nivel emocional sin conceder más importancia al nivel práxico o al intelectual.

    La pragmática: son los que antes que pensar o andar analizando que sienten quieren siempre actuar a toda costa. Pensar y sentir les quita tiempo para actuar. Estos tienen un componente hiperactivo en sus personalidades con bastante frecuencia. 

    Indudablemente estos tres aspectos influyen de manera directa en la vida espiritual de los fieles. Un intelectual será propenso a meditar. Un sentimental será más propenso a sentir en su vida de oración y si no siente algo especial le parecerá que no ha orado. Un pragmático no valorará fácilmente los espacios de oración que le impliquen vivir la quietud o el silencio y con frecuencia se cansará fácilmente de “estar como María a los pies de Jesús”, porque “Marta” los hará estar inquietos y preocupados por muchas cosas.

    Que duda cabe que nadie “puro” en una de esas dimensiones. Porque el ideal está en vivir la vida espiritual como Jesús. Y las tres dimensiones como mejor funcionan es permanente movimiento. Lo mejor sería que el triángulo se moviese constantemente. Esa es la meta. Porque es importante pensar lo que se siente y se hace. Es importante sentir lo que se piensa y se hace. Y es importante hacer lo que se piensa y siente. Jesús lo hacía a las mil maravillas. Pero por no tener pecado original, Jesús, no tenía rota la integración de estas dimensiones. Que en Él funcionan como en la misma Trinidad: en permanente comunión. Los seres humanos estamos muy rotos en este sentido. Y la salvación para nosotros en gran medida consiste en reconciliar estas tres dimensiones. Dado que en gran medida nuestro sufrimiento íntimo consiste en no saber gestionar las tres dimensiones a la vez. En no tener comunión interior. Ahí está la razón de nuestra ausencia de paz interior en muchas ocasiones. 

    Con todo en la oración cada uno puede encontrar su propio camino. Un intelectual meditará. Un sentimental precisará crear entornos emotivos para poder orar a gusto. Y un pragmático tendrá que echar mano de oraciones rápidas y muy vinculadas con su actividad constante. Pero no es malo que aún así de cuando en cuando, cambien su conducta, y prueben otros estilos para reconciliarse con las otras dimensiones de su ser íntimo. La forma de orar es como la ropa. Al final cada cual se pone la que más le gusta, la que más cuadra con su personalidad y con la que se siente más cómodo. Pero eso no significa que otros tipos de ropa no puedan sentarle bien o les acomode aunque ellos no se identifiquen con ellos.

    En cualquier caso si que es preciso decir que Dios que nos ama siempre está. Aunque no fluyan los pensamientos o los sentimientos, o aunque la actividad no siempre esté presente. Y lo que importa en la oración es estar con Dios que nos ama por Cristo y en el Espíritu. Y lo demás, frente a eso, carece de importancia. Jesús nos lo dice muy bien: “Solo una cosa es importante” y hay que saber elegir la mejor parte. Y la mejor sin duda es estar inmerso en su amor.

    A nosotros nos gusta ver y tocar. El intelectual lo hace con su mente. El sentimental con sus emociones. El pragmático con su actividad. Y es que con cualquiera de ellas puede verse y tocar a Dios. Pero aunque no veamos ni toquemos, por la sola fe, basta. Es más para evitar los vaivenes propios de la mente, el corazón y la conducta, lo preferible es no buscar nunca pensar, sentir o actuar cuando se ora. Sino buscar a Dios que está presente y en Él, con Él y por Él, estar y ser felices. Dichosos seremos cuando renunciemos a ver o tocar con cualquiera de las tres instancias. Lo que importa es ser en Él, estar con Él, amando al que nos ha amado y nos ama, y nos amará siempre. 

    No dejarse dominar por el pensamiento y sus obsesiones, no dejarse controlar por los estados emocionales o no dejarse dirigir por las actividades es un precioso modo de liberarse para simplemente ser mirando al que te ama, dejándote mirar por Él y juntos así ser felices, tratando de amor con el Amado. Nos lo enseñan así grandes santos. 

    La Paz llega al alma cuando la fe lo es todo. Pues ella mueve las montañas del pensamiento, las piedras del sentimiento y la supuesta importancia de la actividad. Nada merece ser pensado si Dios no está. Nada merece ser sentido si te impide estar con el amado. Ninguna actividad es importante si Dios no la dirige porque al final como diría el Eclesiastés es “cazar vientos”. Y la fe no la pierdo porque piense o no piensa, siente o no sienta, actúe o no actúe. La fe se pierde si lo decido. La fe es hija de la Libertad enamorada por Dios. Y si yo no decido romper mi consentimiento esponsal establecido con mi amado, nunca la perderé. La fe desnuda de pensamiento, sentimiento y activismo es la puerta, es el puente que me hace cruzar el río que separa la inmanencia de la trascendencia. 

    Localizar las obsesiones de mi pensamiento las desactiva y me libera. Identificar las emociones que me apresan y me convierten en su marioneta, esclavizándome, me libera. Descubrir mis activismos vacíos que me inquietan y preocupan, ocupándome hasta cuando lo único que debo hacer es estar quieto, me libera. Dejar de lado mi mente obsesionada me serena. Dejar de lado mis sentimientos que sumergen en un emotivismo alocado me tranquiliza. Dejar de lado mis activismos vacuos me recoge y me permite ser dueño de mis propios actos. 

    Es lo que tiene la paz, nos hace vivir en plenitud. Bien decía la mística en su poesía: “Nada te turbe…”. Así que antes de orar, despréndete de tu pensamiento inquieto, de tus sentimientos turbadores, y de tu activismo cansino. El frenesí mental, el emotivismo desatado y el activismo tirano, son ídolos. Pues se interponen entre Dios y tú. Y suelen distorsionar tu tiempo de oración. Y al final, nada has trascendido más allá de tu ómbligo mental, sentimental o pragmático. Y si es así no cruzas el río de la inmanencia hacia la trascendencia. No sales de las fronteras de tu ego. Y sin coger la mano de Jesús, no podrás caminar sobre las aguas, y terminarás como Pedro, hundiéndote en ti mismo. 

    Miralo a Él, olvídate de ti. Respira en Él y lleva contigo a todos, al mundo y al mismo universo. Pues cuando te dejas amar ahí, todo lo que te eres y te rodea, tú y tus circunstancias es amado por Dios por Cristo y en el Espíritu. ¿Y que hay más importante que eso? ¡Nada!.

    Es el camino para recuperar el alma. Eso es la oración. ¿No has entendido que el alma es más que el pensamiento, que los sentimientos y que las acciones?. El alma es antes y será después. Esas tres dimensiones son la expresión de ella. Pero ella es la fuente de todo. Tu alma es la que mira a Dios más allá de lo que piensas, sientes o haces. De eso se trata. Y esto que es válido para la oración es válido para toda tu vida. Nada mejor que vivir sin ser esclavo de obsesiones mentales. Nada mejor que vivir sin ser esclavo de estados emocionales pasajeros. Nada mejor que vivir sin ser esclavo de activismos que hacen por hacer. Vivir desde el alma. Esa es la vida verdaderamente espiritual. Pues ahí en el Alma es donde el Espíritu de Dios nos visita. En el misterio del alma se oye su voz y late su amor. Y es ese misterio, es en lo secreto, en lo escondido donde Dios está. No hay que estar pensando siempre, o pretendiendo sentir a toda costa, o haciendo y diciendo algo constantemente para poder estar con quien está con nosotros todos lo días hasta el fin del mundo.

    No confundamos nunca el modo de orar con la presencia de Dios. Dios está siempre. Sea cual sea el modo por el que tú te acercas a Él y te abres a su Presencia constante que es lo definitivo. En su amor vivimos, nos movemos y existimos. Y este amor es el mismo ayer hoy y siempre. Nada ni nadie puede separarnos de ese amor. Ni pensamientos, ni sentimientos, ni activismo algunos. Nada ni nadie. Porque su amor es suyo. No nuestro. Él nos lo da gratuitamente y porque le place. Su amor todo lo invade, todo lo penetra y todo lo trasciende. Su amor basta. Es lo único que no pasará. Pues nuestros pensamientos pasarán. Nuestros sentimientos cambiaran. Y nuestros activismos cesarán. Más su amor siempre permanecerá. Así que es sencillo. Más allá de nuestros pensamientos, sentimientos y activismos, permanezcamos en su amor. 

    La fe desnuda en su amor nos libera. Nos libera de las ansiedades de la mente, el corazón y la conducta. Ojalá y que esta sabiduría algún día se apodere de todos nosotros. Entonces y solo entonces daremos culto al Padre en espíritu y en verdad. En espíritu porque hablará nuestra alma. En verdad porque seremos realmente nosotros y no nuestros desvelos los que estén en su presencia. 

    Dichosos seremos si creemos sin tocar y sin ver. Sea con nuestra mente, con nuestro sentido o con nuestros actos. Tocar y ver tiene solo un fin. Verificar que lo vemos y tocamos es cierto. Para quien tiene fe eso no importa. Ya sabe que cierto aquello que ama, aunque no lo vea ni lo toque. El amor le basta. ¡Oh maravilla! Concédeme Señor ser tu amigo de esa manera. Y libérame siempre de ser siervo de mi mente, de mis estados emocionales cambiantes o de mis activismos vacuos. 

    Orar así es vivir en el cielo. Es salir de este mundo. Es el Tabor que me transfigura. Incluso vivir así, consciente de eso, es caminar por el mundo como un ciudadano del Reino de los cielos. 

    Me consta que tú oras por nosotros mi Señor y mi Dios. Tu oras por nosotros y pides ante el Padre con estas sencillas palabras: “Padre te pido por ellos guárdalos en tu Amor”. Eso digo yo hoy sin cesar. Hago mías tus palabras. Y entonces todas mis plegarias y liturgias cobran sentido. Pues sin esto, todo son meros ritualismos vacíos. En la oración dejo que tú seas yo. Y yo me gozo con tu presencia que ora en mí. Eso me basta. Por eso repetir el Padre Nuestro no me cansa, porque tú estás conmigo. Y me se un sagrario mientras dura en mis labios esa dulce plegaria. Aunque no se por qué Tú si sabes lo que dices. Eso me basta. Y si pienso, siento o hago, estupendo, pero si no es así, no importa. Nada me falta. Tú estás ¿que más importa? Ni tiempos, ni espacios, ni métodos, ni entornos, ni estilos, ni nada. Tú y solo tú. Mi alma contigo, y yo en ti. Y conmigo todo, pues sin el mundo, sin los demás, sin el universo yo no existo. Así que al orar como me muestras la historia universal ser recapitula en ti, y mi SÍ esponsal suena rotundo ante ti. 

    Se me han caído los libros al orar, porque ya se me han caído los pensamientos, las emociones y las prácticas. Ya no me miro a mi a través de ellos. Así que me basta mirarte a ti y decirte que ellos puedan gozar conmigo del amor que tú mi Señor me has dado. En fin Juan 17. Nada más que añadir.   

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