DOLOR, DOLOR, DOLOR....¡AY DOLOR!...
¿EXISTE LA FRATERNIDAD SACERDOTAL?
23 años no es que sean muchos, pero si son suficientes para hacerse
cargo de como se desarrolla la vida concreta del clero del que formo parte.
Haciendo memoria recuerdo con cariño a un hombre de Dios llamado Miguel
Bobadilla. Aquel hombre nos insistía constantemente en la fraternidad sacerdotal.
De modo que sobre eso me lanzo a reflexionar hoy, partiendo de la
experiencia propia. Quizás por la cercanía de mis bodas de plata, si es que no muero antes, por eso miro a mi alrededor para revisar por donde van las cosas.
La fraternidad sacerdotal es una verdad teológica, esencial, pero no
existencial.
Son muchos los motivos que me llevan a afirmar esto, paso a
enumerarlos:
- Las peores críticas a otros sacerdotes las he escuchado en conversaciones de Curas.
Recuerdo una noche que fui testigo de como quienes habían comido y jaleado a un amigo cura, lo pusieron a caldo delante de una autoridad nueva, simplemente porque sabían que a éste, mi amigo, no le
caía bien. El complejo de Edipo es terrible entre algunos clérigos y con tal de ganarse la simpatía del que manda son capaces de matar a su propio hermano. “Tus peores enemigos serán los de tu mismo
oficio” que decía mi querido Salvador, y confieso, que a veces no le falta razón. Los curas beatos por desgracia a veces tienen uñas de gatos.
- Me he pasado la vida siendo un cura despreciado por los de antes y los de después. Los de
antes, curas formados en la universidad de Granada, nos miraban como a bichos raros a los nuevos chavales (entonces), que nos formaban en otro centro teológico asociado a la pontificia de Salamanca.
Nosotros íbamos a ser iletrados y carcamales. Una rémora para la Iglesia de Dios. Y te hacían el vacío. Como si no fueras “uno de los nuestros”. Ahora, pasado el tiempo, cambiadas las tornas, son las
nuevas generaciones las que nos miran como a gente tóxica. Pues como no vestimos uniforme clerical, resulta que eso nos convierte en “pogres heréticos” que le hacen mucho daño a la Iglesia de Dios.
Total que ni antes ni después “damos la talla”. Y ni para aquellos ni para estos, somos dignos de ser llamados “hermanos”. Mas bien “leprosos” en términos levíticos.
- Es tremendo que te cambie el obispo sea a gusto o a disgusto. En esta última tesitura peor
aún. Dejando a parte la insuficiencia de razones para que se realicen cambios cuando un cura no lo pide o no lo entiende, y cuando un pueblo tampoco lo solicita, dejando a parte que divorciar un
matrimonio que se lleva bien es un disparate, pues obispos los hay por desgracia para todo. Un cambio te pone entre dos hermanos. El que te sustituye y al que sustituyes. El que te sustituye puede
poner patas arriba todo lo que has hecho de un plumazo. Tanto en cuanto a personas, pastoral, infraestructuras, y cualquier otra cosa. Incluso hasta puede llegar a deshonrarte o darte mala fama entre
la feligresía y tus otros “hermanos”. En cuanto al que sustituyes, si lleva una parroquia de atraso, como a veces pasa, te puede hacer la vida imposible. Poniéndote a parir con los feligreses antes
de llegar. Entrometiéndose sin cesar en la vida de la parroquia, bien reuniendo a la gente y predisponiéndola en tu contra, o recibiéndola en su nueva parroquia para lo mismo, o llevárselos con él
para integrarlos en su nuevo tejido pastoral sacándolos del organigrama pastoral habitual de la parroquia que ha dejado. Y ya en el colmo del descaro puede, llevado de un narcisismo enfermizo,
acusarte de “robarle” la parroquia, cuando quien ha pedido irse ha sido él. Experiencias así he llegado a tener. Y conste que me habían sacado a la fuerza de mi anterior encargo pastoral.
- Te acusan de desobedecer tus “hermanos” porque ante la sinrazón episcopal expones tus
razones ante sus torpes decisiones. Y es el colmo cuando lo hace un sujeto que sabes que con el obispo anterior ha sigo un “judas”. Vendiéndolo y traicionándolo sin dudar. Y tienes que soportar los
instantes de sus venenosas palabras hasta que le espetas en la cara la hipocresía de su piel digna de la peor de las víboras. Pues tú cumples aunque la decisión no te convence, simplemente porque es
tu patrón y te vence. Y él, no cumple, y encima te pone verde a ti por haber dudado. Otros son los que cuando les piden cambiar para pisotear a un hermano descalabrado por un sector de la población,
a veces por motivos evangélicos, aceptan sin dudar por agradar a quien manda y en la primera ocasión, se “ciscan” en la cara del saliente porque piensan, que así, serán más jaleados por el poder, y
porque en el fondo ellos son los salvadores del desastre que el inútil de su “hermano” ha provocado. Salvapatrias de las tres “i”. IMPERTINENTES. INPRUDENTES. INSOLENTES. Por no usar la única I, la
mayúscula: Inhumanos.
- Tu diócesis cotiza por ti lo menos que puede cotizar ante la seguridad social, y se
despreocupa si no puedes cobrar tu sueldo de tu parroquia. Y si te quejas, tarda meses en responder o bien te contesta con descaro que “eso es tu problema” o “no le des tanta importancia al dinero”.
En vez de complementar las pagas de jubilación si se prestan determinados servicios, lo que obliga a los jubilados a tener que declarar ante hacienda por tener dos pagadores, se niegan a
cotizar más para que no fuesen necesarios tales complementos, porque así no podrían pedir servicios a jubilados que si se quedan con su paga, pasan necesidad. Más les valdría no complicar la vida a
los jubilados ante hacienda por su torpeza miserable y cicatera. Eso sí luego te piden que entregues parte de tu sueldo a Cáritas cuando ellos ni se esfuerzan por garantizar que lo tengas, aunque
ellos si cobran, y además si pudieran no cotizar nada por ti eso mismo harían. He ahí la misericordia del consejo diocesano. Pero el dinero que la Conferencia Episcopal envía para pagar al clero, se
lo embolsan sin rechistar. Y por supuesto las vacaciones las disfrutas si te buscas la vida y encuentras por tu cuenta a alguien que quiera sustituirte y luego te obligas tú a sustituirlo a él. Y de
días libres semanalmente hablando, pues más de lo mismo, y viéndote mal claro, porque “descansar” es una especie de manifestación de poca piedad. La fraternidad sacerdotal sin la “caridad laboral” es
una burda mentira.
- Tener amigos curas no es una expresión de fraternidad sacerdotal. Pues bueno estaría que
nuestro colectivo humano no fuese capaz de generar vínculos amistosos entre sus mismos miembros. Pues en ese caso esto ya sería para echarse a llorar.
- Hacer algo especial o distinto te expone a recibir críticas furibundas. Pues lejos de
suscitar interés acerca de tu nueva actividad, lo que suele ocurrir es que te miran con desprecio cuando no molestia, esperando a que todo salga mal para alegrarse ante tu fracaso. De modo que lo
mejor es resultar invisible cuanto más mejor para evitar convertirse en la diana de las iras de algunos que no tienen otra cosa que hacer que vivir poniendo verdes a los demás.
- En cuanto te ven con alguien en particular, sea hombre o mujer, rápidamente aparecen los
que se preocupan de si duermes sólo o te acuestas con ellos. O si tu vida sexual, va por aquí o por allá. El compadreo propio de la telebasura a veces, toma cuerpo entre el clero, que más se parece a
la corrala de la Pacheca que otra cosa. Lo que denota la enfermiza represión sexual que se cierne en los corazones de cuantos ven tantos demonios en los demás, quizás porque están atormentados en su
vida personal por ellos.
- La enfermedad del clero o su ancianidad o su defunción se realiza como entre los demás
colectivos humanos, cada uno sufre o muere rodeado de los suyos si los tiene: familia y amigos. En eso la suerte del sacerdote es la misma que la de Jesús, su madre y su amigo del alma junto a él. Y
los demás están o no. Y si están muchas veces es desde lejos. En el funeral se está habitualmente por la “movida social” que éste supone y para conseguir lo mismo cuando a ti te suceda. Como ocurre
la mayoría de las veces con los funerales al uso en cualquier ciudad o pueblo. Nada de particular. Ningún “PLUS” y eso ya lo dice todo.
- Lo sorprendente es encontrarse gente buena en tu camino. Compañeros que estén por ti, sobre
todo cuando lo pasas mal o cuando te equivocas. Lo normal es el reproche, el aislamiento, la crítica sorda, incluso pueden llegar a acusarte de “victimismo”, cualquier cosa, menos reconocer lo mal
que han actuado contigo aunque solo sea por empatía por si a ellos también les llegara a pasar. O ayudarte porque has metido la pata hasta el zancajo y necesitas más que nunca que alguien te
socorra. Para eso se necesita no buscarse tanto a sí mismo. Y aún hoy hay carreras de poder tras el que manda, como ocurrió tras los pasos de Jesucristo para escándalo suyo, con aquellos hebreos que
querían dejar claro quien era el más importante. De hecho un sector de clero no acepta sus responsabilidades pastorales buscando dar su vida por sus feligreses, sino usándolos en función de lo que
representan en aras de su escalafón sacerdotal. Y así te encuentras a un tumulto de saltimbanquis que van de pueblo en pueblo y de cargo en cargo hasta alcanzar su “rango” según el nivel de ambición
personal que ellos tienen. Evidentemente a este colectivo les importa poco lo que el Pueblo de Dios padezca de desorientación pastoral y de desarraigo afectivo porque más allá de sus respectivos
ombligos el mundo no existe. Y hasta son capaces de decir de los curas que se entregan a Pueblos en cuerpo y alma que “no tienen aspiraciones y eso debe ser porque no sirven para ejercer otro cargo”.
Se ve que para ellos el “olor a oveja” no les resulta adictivo.
No quiero hacer más sangre. Pero una cosa tengo clara, llevaba razón D.
Miguel Bobadilla en insistir en el tema de la “fraternidad sacerdotal” porque ciertamente, muchos años después, sigue siendo una ASIGNATURA PENDIENTE.
Conste que he conocido sacerdotes admirables, con un alma cristiana
sobrecogedora, todos enamorados de Cristo hasta el extremo y por eso, maravillosos. Y dejo claro que si mil veces naciera mil veces querría ser cura y a ser posible mil veces más santo de lo que soy
ahora y de lo que seré jamás. Si me pusiera a transcribir nombres me faltarían hojas, para escribirlos todos. Pero yo no hablo de las individualidades. Hablo del colectivo. Y el ambiente en el que
vivimos inmersos muchas veces se acerca a una estructura de pecado.
Y conste que no he dicho lo que el Pueblo de Dios percibe de nosotros. Lo
que más me dolió fue cuando me percaté lo tristes que se quedaban muchos laicos, cuando tras haber convivido con sacerdotes, después de marcharse del lugar en el que estuvieron, los dejaron tirados,
afectivamente hablando, simplemente porque ya no eran sus párrocos. Y COMO YA NO ERAN SU VIÑA, tampoco les concedían el lugar maravilloso de SER SUS AMIGOS. Algunos aman tanto a Dios que no son
capaces de amar a nadie más. Lo que me lleva a descubrir que nuestra incapacidad de establecer lazos afectivos profundos explica nuestra torpeza para cimentar una verdadera fraternidad sacerdotal. Me
acuerdo de un cura que una vez se extrañaba de que el párroco llorará de que se le hubiese muerto un feligrés querido. Y preguntaba como podía ser esto. Recuerdo que le dije que si tuviera corazón lo
entendería.
¿La fraternidad sacerdotal es sólo una verdad teológica porque no tenemos
corazón? Pues entonces deberemos escuchar la Palabra de Jesús y comulgar su Santo Cuerpo y beber su Santísima Sangre, y orar más, y convivir con los otros curas con más intensidad, para hacer posible
que la gracia de Dios nos visite. El Santo Espíritu quiera regalarnos el Sagrado Corazón de Jesús porque de lo contrario, la fraternidad sacerdotal, será un imposible metafísico.
Que la Señora, patrona del clero de Cartagena, nos regale su corazón. Si
por algo se distingue su efigie es por su precioso corazón. Y reclinado sobre él, Cristo el Señor, aprendió a acompasar el suyo mientras se estuvo gestando en su seno, puro y virginal. Regálanos tu
corazón Madre porque sin él la fraternidad sacerdotal solo será un sueño, más yo prefiero que se haga realidad ese sueño, para despertar de una vez de ésta amarga pesadilla.
ANDROS PRESBÍTERO