Andros presbítero Mysterium vitae
Andros presbítero Mysterium vitae

HOMILIA Ciclo A

CADA DOMINGO LA PALABRA DE DIOS ES CREADORA, NOS RENUEVA, SI LA ESCUCHAMOS CON FE Y SABIDURÍA, PORQUE NOS EL ESPÍRITU DE DIOS NOS VISITA Y NOS LLENA DE GRACIA. APRENDAMOS A ESCUCHARLA COMO MARIA.

 

 

XXIV ORDINARIO

    El perdón posibilita siempre una nueva creación. Toda la Redención es eso: una nueva creación que brota del costado abierto de Cristo. 

    El Eclesiástico nos lo advierte: transformar el dolor en rencor y en odio no cura ninguna herida. La injusticia nos causa dolor moral, más devolver el dolor que nos han causado nos impide hacer justicia. La ira no hace la justicia que Dios quiere. La justicia es reponer el derecho vulnerado y ofrecer una satisfacción a quien se ha pisoteado. Por eso la justicia facilita el perdón. Y una petición de perdón es una búsqueda de la justicia. Golpear con una mano herida no nos hace más justos y menos aún cura la herida infligida. La soberbia que impide pedir perdón y concederlo es enemiga de que la justicia pueda volver a restablecerse. La venganza no es justicia. 

    El Salmo y Pablo nos enseñan que la fuente del perdón es el mismo Dios creador para el que vivimos. Porque Él es bueno y misericordioso. Y no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas. Dios concede nuevas oportunidades y nos crea de nuevo a cada instante. Por eso vivir como Dios y para Dios es vivir como Él es. Quizás el afecto no nos acompañe en el proceso, pero el amor que es mucho más grande que el afecto nos vuelve humanos y nos permite de nuevo, ofrecer un trato humano, al que quizás no lo merece. El Evangelio añade que no podemos llamarnos hijos de Dios si no somos capaces de perdonar a quien lo solicita.

    El Evangelio además nos enseña como perdonar. Piensa que tú necesitas ser perdonado y entenderás porque el otro ser humano también lo necesita. Piensa que ni tú ni el otro sois perfectos, como el mismo mundo tampoco lo es. Y entenderás que sin misericordia, ni puedes vivir contigo mismo, ni con los demás, ni siquiera con el mismo mundo. Y descubre que para perdonar no puedes estar metiéndote el dedo en la llaga constantemente. Eso hacemos cuando nuestra memoria no cesa de revivir el daño que nos han infligido. Así no vamos a ninguna parte. Meter el dedo en la llaga no cura la llaga y además la infecta, y por tanto la empeora. Las heridas una vez curadas, es preciso dejarlas tranquilas y en paz, para que todo cicatrice y pueda curarse. Sólo tras esa espera necesaria, los buenos sentimientos volverán a brotar. A la hora de poder perdonar lo más difícil es esperar. No siempre afrontar a quien nos ha hecho daño a la primera de cambio, es lo más conveniente. Enfriarse es más conveniente. Porque en caliente las heridas están muy vivas, y el daño realizado, puede incrementarse exponencialmente. Esperar es sanador. Y sobre todo evitar poner la atención constantemente en el dolor causado permite cicatrizar. Para perdonar debemos aprender a ser dueños de nuestra mente, a gobernarla con el imperio de nuestra voluntad, y a saber esperar a que la tormenta emocional escampe y pueda retornar la calma. 

    El perdón por todos estos motivos es muy necesario porque es lo único capaz de crearnos de nuevo cuando hemos fracasado. Y esto vale para los pueblos y las personas. Los ejercicios de memoria histórica son necesarios para buscar el imperio de la justicia, más son funestos, si lo que buscan es el revanchismo que nos vuelve a envenenar. Si la búsqueda de la concordia perdida no hace justicia, será una concordia falsa. Más si la búsqueda de la concordia perdida se intenta lograr desde el anhelo venenoso de la venganza, también esa concordia será falsa. Sin tener claro esto será imposible que la verdadera concordia nazca de nuevo. Sin justicia y con venganza, no vamos a ninguna parte, seremos presa del odio. Ultimamente hablamos mucho de amnistía. Una amnistía sólo es auténtica y legítima cuando se empeña en buscar una verdadera concordia, y no lo es cuando se pretende ofrecer por otros motivos que tienen que ver con egoísmos y búsquedas de fines extraños, que no pretenden crearnos de nuevo. Así que oír el mensaje de las Escrituras hoy puede iluminar nuestra mente  cristiana para descubrir la verdadera ruta que ha de guiar nuestros pasos en el momento presente. 

 

XXIII ORDINARIO

    Hay quienes piensan que el mundo y la religión son universos distintos, y algunos, consideran que incluso son opuestos. Pero es mentira. La religión es un invento humano. Es el propósito del hombre por establecer una relación con lo divino. Y por eso está sujeto a las bondades terrenales, y del mismo modo, a sus imperfecciones. El Evangelio en cambio es Dios buscando al hombre. Ahí radica la diferencia entre religión y Evangelio. La religión es mundo. El Evangelio es Dios dándose. 

    Hecha esta aclaración, ya estamos en situación de descubrir las enseñanzas que el Evangelio nos ofrece en el día de hoy.

    Al mundo, y por ende a la religión, le sobran muchas cosas. Ezequiel nos enseña que al mundo le sobra el alma de Caín. Aquella que grita: ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?. ¡Sí, lo eres! Así responde Dios por boca del profeta a esa pregunta. No somos individuos. Somos un tejido formado por personas. Un individuo no es una persona porque vive sin considerar el bien común, sin el cual, los seres humanos no son capaces de alcanzar su vida en plenitud. Las personas subsisten y alcanzan la plenitud en familia. Las personas nacen y renacen inmersas en el Bien común. Sin los demás no podemos subsistir. Nunca naceríamos, ni creceríamos, ni viviríamos, ni evolucionaríamos. Ni siquiera nos podríamos enterrar. No se puede vivir en plenitud sin los demás y tampoco sin el mundo. Sin nuestro medio natural no podemos subsistir. No basta con vivir de cualquier manera, lo humano para alcanzar la plenitud requiere del Bien común. El alma de Caín nos degrada y termina por destruirnos. El alma de Caín le sobra al mundo.

    Al mundo le sobran los corazones de piedra. Los que creen que el odio y sus guerras resuelven los problemas ignoran que las guerras y los odios lo empeoran todo y no resuelven nada. Evidentemente no es lo mismo iniciar una guerra que defenderse. Quien se defiende sirve a la justicia. Es alguien asertivo. Quien ataca es agresivo, y la agresividad, en cambio, es injusta por naturaleza. Las guerras incuban odios por generaciones. Aquí seguimos hablando de una guerra civil que sucedió hace casi un centenar de años. Y los que hoy pretenden arrasar a otro país para conquistarlo, parecen ignorar que eso incubará odios que darán lugar a muchos conflictos y violencia en el futuro. Pero eso los corazones de piedra no lo ven. Por eso los corazones de piedra le sobran al mundo.

    Al mundo le sobran burocracias y legalismos de todo tipo. Pues muchas veces todo eso no nos deja ver a las personas, ni ofrecer un trato humano a los seres humanos. Sólo el amor concede al ser humano su lugar en el mundo. Sólo el amor descubre al ser humano quien es y puede ser verdaderamente. Sólo el amor nos conduce a todos a la plenitud. No entiendo a los que en nombre de no se qué leyes religiosas excluyen a las personas por sus errores cometidos o simplemente por su condición de zurdos o de diestros, recuerdo que en mi infancia se les trataba como a errores de la naturaleza e incluso como “seres tocados por lo demoníaco” simplemente porque eran diferentes. No había amor. Y eso suponía dolor para esas personas. Las costumbres, las leyes, y las burocracias, no siempre ofrecen al ser humano un trato humano. Más no están las personas hechas para las leyes, sino que éstas deben hacerse para las personas. Jesús infringía las leyes hebreas constantemente para salvar a las personas y ofrecerles un trato humano. Jesús con sus actitudes demostraba la inhumanidad de las leyes. Al mundo le sobran todos esos legalismos inhumanos y por tanto absurdos. 

    Al mundo le sobra tanta corrección política. La corrección política nos impide corregir. Porque no busca el bien del otro, sino tratar de quedar bien nosotros ante los demás. Es una suerte de narcisismo al que el bien ajeno le es indiferente. No tener problemas es más importante. Lo cómodo cuenta más que lo bueno. El Evangelio nos insta a no sacrificar el bien ajeno en aras de nuestra comodidad. Y nos urge a buscar el bien del otro sin mancillar nunca su libertad. La libertad de los demás es sagrada. Porque su conciencia es un don divino que nunca debe ser atropellado. Más no por ello debemos callar. El bien ajeno nos impele a dialogar con ellos para ayudarles a descubrir cuál es el camino de la verdad y de la bondad. Cuál es el camino que nos conduce a la plenitud.

    Al mundo le sobra la irresponsabilidad pues el mundo no es así, lo hacemos así, el mundo lo hago así. Lo que hago anuda el camino del bien o por el contrario suelta los nudos que impiden el camino al bien común. A veces por puro cortoplacismo somos capaces de anudar el futuro de generaciones enteras con problemas inmensos. Los nacionalismos de distinto tipo, son expertos en anudar al mundo con agonías inútiles. Al grito de mi patria primero, hemos olvidado que lo primero es el mundo, pues sin éste no hay patria alguna posible. Nuestra irresponsabilidad ha provocado un cambio climático que ya nos está impactando de diversas formas, y ese nudo, ha hipotecado el futuro de todos, y todo, por adoptar soluciones nacionales inútiles para un problema que es global y que reclama otra visión de las cosas. No es indiferente nuestro comportamiento. Nudos y más nudos. Irresponsabilidad eso le sobra al mundo.   

    Al mundo le sobran plegarias que nacen del odio. Las oraciones de confesiones contra otras confesiones son absurdas. ¿Qué padre escuchará a un hijo que le pide la muerte de su hermano?. Ningún padre sensato lo hará. Quizás por nacer del odio nuestros oraciones no son escuchadas. ¿Cómo podría escuchar Dios a los locos que en su nombre mataron a miles de personas al derribar aquellos edificios cuyo funesto aniversario se volverá a conmemorar en breve?. Para que Dios nos escuche hemos de estar unidos en el amor. Si la religión es capaz de pedir desde el odio, el Evangelio lo impide. Pervierten el Evangelio quienes oran sin estar unidos en el amor.  El mundo necesita verse libre de estas oraciones blasfemas. Al mundo le sobra esta forma absurda de dirigirse a Dios.

    Al mundo y a sus religiones le sobran muchas cosas, y el Evangelio hoy lo ha dejado muy claro: ni el alma de Caín, ni un corazón de piedra, ni el legalismo sin amor, ni la corrección política narcisista, ni la irresponsabilidad que anuda futuros, ni las oraciones que brotan desde la división y el conflicto, nacen de la voz del Espíritu Santo. Quizás ha llegado la hora de comprender que: religión y Evangelio deben divorciarse para que el vino nuevo no se pierda contenido en odres viejos. 

 

XXII ORDINARIO

    La Religión interpreta los textos de hoy como un manifiesto pro mortificación. Para la religión estos textos son el fundamento de que es el dolorismo lo que nos salva. El sufrimiento es lo que nos santifica. Así piensa la religión. Jeremías es un prototipo de ello para los religiosos, pues vive su vida llorando y sufriendo, sumergido en una lamentación perpetua, soportando la agresiones constantes de los demás desde la más absoluta pasividad. Pablo nos recomienda, según esta interpretación, suicidar nuestro cuerpo y sus deseos en aras del alma, un discurso religioso este por otra parte, muy platónico. El Evangelio nos enseña según este enfoque religioso que la cruz es nuestro único destino, y que cuanto más suframos aquí más gozaremos allí. Este discurso antivitalista ha provocado que muchas personas se alejen de Cristo Jesús dado que lo consideran una suerte de veneno que mata el deseo de ser feliz de cualquiera que lo toque. Este enfoque legitima a los agresivos, como la manifestación de la voluntad incomprensible de un dios, que santifica a los pasivos martirizándolos. Y según este enfoque religioso de estos textos de hoy, los que se atreven a discrepar de su visión son “Satanás estorbando el buen destino de los que van a santificarse sufriendo que es el camino verdadero”. 

    ¿Pero es eso lo que el Evangelio nos enseña?. Jeremías sufre porque es fiel a lo que siente, a su alma, a su identidad, al amor que lo posee. Y lo que no está dispuesto es a dejar de ser quien es porque los demás no lo aprueben. Eso dice el Evangelio. Y eso no es dolorismo, eso es resiliencia y autoestima de primer nivel. Pablo no recomienda suicidar el cuerpo en aras del alma, sino transfigurarlo, revestirlo de la gloria con la bondad que el alma le descubre y que nos convierte en sacrificios vivos por amor a los demás. Eso mismo enseña hoy el texto evangélico: “Sé que me van a matar en una cruz (Jesús no era tonto), más así voy a manifestar mi amor hasta el extremo por vosotros, dispuesto a pasar por la cruz con tal de haceros ver la naturaleza eterna de mi amor. Estoy dispuesto a renunciar a mi mismo con tal que se manifieste hasta que medida os amo. Os amo con un amor sin medida. Y os digo que en amar así está la mayor meta que humanamente podemos alcanzar. Pues así ama Dios. Y divinizado quedará el que ame siempre, incluso a los que no lo merecen. Este altruismo diviniza. Esto no es mortificación ni dolorismo, aquí no es el sufrimiento el que nos santifica. Esto es amor hasta el extremo. Amor sin medida por lo vivo, aunque que no sea perfecto. Si Pedro es reprendido por Jesús, no es porque haya descubierto el amor como fuente de santificación y se niegue a sufrir para salvarse, sino porque anhela el poder por encima de todo: mandar y dirigir, crecer hacia arriba y no hacia abajo, amar no entra en sus planes, gobernar sí y si es de modo absoluto y tiránico mejor. Algo por cierto muy religioso. Este aspecto último, muy curioso y no exento de fina ironía.

    Así que una vez más el Evangelio y la Religión discrepan. A mi me mueve cada día más el Evangelio y menos la religión. En mi día a día sé que convivo con gente que me da una cara y luego me apuñala con sus palabras en cuanto les doy la espalda. Y me importa cada más un bledo como proceden estas personas equivocadas que actúan con tal nivel de torpeza y necedad. Yo he decidido amarlos y eso es lo que realmente me importa, y no el hecho de que se lo merezcan o no.   De esto hablan las lecturas de hoy, y no de que el sufrimiento santifique a nadie. Quienes así hablan como diría Pablo, se merecen todo el sufrimiento del mundo, para que prueben en sus propias carnes, esa suerte de santificación que tanto predican para los demás. 

 

CATEQUESIS DE SANTA MARIA DEL ARRIXACA

    Nuestra pequeña imagen tardorrománica que ronda de altura un poco más de medio metro, y que encontró Alfonso X en la periferia de la antigua medina musulmana de Murcia según su cantiga 169, es un Sagrario.

    Una imagen sedente con el niño en los brazos y dos nimbos sobre sus cabezas, añadidos posteriormente. Una imagen vestida de oro.  La Madre nos ofrece una poma en su mano, pues ella es la nueva Eva, Purísima en su concepción y su fruto no está envenenado. Y en la otra nos ofrece al Niño Jesús, que tiene en sus manos el Evangelio. Su rostro rebosa fe, paz, amor, alegría, fortaleza y esperanza.

    Todo su conjunto a mi me sugiere una preciosa catequesis eucarística. El Evangelio es la Palabra viva de Dios hoy. La poma es el Pan de Vida que nos llena de Gracia y nos otorga la Vida Eterna. Si consideramos nuestra celebración eucarística descubriremos esas dos partes tan bien definidas. Y ya presentes en el pasaje de los caminantes a Emaús. El Resucitado sale al paso de aquellos, los escucha y les explica su vida con las Escrituras, y después sentado a la mesa, toma el pan, da gracias, lo parte y se lo da. Y aquellos al arder su corazón cambian y vuelven a vivir en plenitud. 

    María del Arrixaca, nos invita a vivir en ese caminar: ella es la resiliente que amenazada por muchos ha superado todas sus dificultades, y aquí sigue entre nosotros, 800 años después, más cerca de los mil años que de los doscientos. Ella es la que nos invita a no perder nuestra identidad, dado que nunca se ha dejado manipular ni dominar, por nada ni por nadie, y por ser quien era, ha sufrido persecuciones y presiones. Sin embargo su mirada llena de ternura no se ha envenenado. Pues es aquella que escucha la Palabra de su Hijo y se alimenta de su dulce fruto, el pan de Vida. Por eso es un Sagrario vivo que resplandece sin cesar, pues el oro la viste dado que al no oxidarse es el simbólico reflejo de la Eternidad que nunca se mancilla. Y eso se traduce en su rostro sin par que rebosa vida en plenitud. 

    Así que Hijo de Dios, mirando a sus ojos descubre lo que la Madre te enseña: “Hijo alimenta tu alma con la Eucaristía: Escucha la Palabra de mi Hijo y haz lo que te dice, y come el fruto puro y santo que es el Pan de Vida. Escucha y comulga. Y te convertirás en un Sagrario. Tu alma se revestirá de una áurea gloria y tu rostro se llenará como el mío de fe, de paz, de amor, de alegría, de fortaleza y de esperanza.  Y así coronado y orlado por un nimbo divino, sabrás lo que es vivir en plenitud aunque estés cercado por amenazas”. 

    Lo que una pequeña imagen como ésta nos puede llegar a enseñar a los que la miramos con amor y veneración es sorprendente. Para que las bocas de los necios que carecen de la suficiente sensibilidad callen y queden humillados por su evidente estulticia, cuando se atreven a decir, que simplemente ponemos los arrixacos nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor en un palo, en un trozo de madera. Los vetustos iconoclastas de siempre resurgen, y prueban una vez más, la falsedad de su aparente religión, revestida de un puritano pietismo, rigorismo y radicalismo que les lleva a ser capaces de destruir todo aquello que simplemente no entienden por su incapacidad invencible y casi congénita, para ser capaces de alcanzar un mayor grado evolutivo dada la terquedad de su ciega voluntad. La materia estructurada por la fe del que la trabaja, se vuelve Palabra Viva, como acabo de explicar, para los oídos de los que no se empeñen en ser sordos, simplemente porque son presa de venenosos prejuicios ideológicos. 

    Con esta lección catequética, una vez más, la Arrixaca, muestra el carácter sagrado de su simbolismo y vuelve a alzarse resiliente contra los que se niegan a venerar como se debe su identidad y la enorme verdad que esta encierra. 

 

XXI ORDINARIO

    Elegir el verdadero itinerario y no errar el camino. Aquí radica el mensaje de hoy. Isaías pone en jaque a la religión de su tiempo, y anuncia, que perderá su dominio. Y será sustituida por un nuevo orden de las cosas. Cuando la religión se constituye como tal, desnaturaliza al Evangelio, y vuelve sosa su sal. Porque se rinde culto a sí misma. Es lo que le ocurre a la Iglesia si se torna una burda papolatría que pierde de vista el mensaje evangélico de hoy: No podemos manipular a Dios buscando nuestro propio poder. Pablo nos recomienda ser humildes y dejar a Dios ser Dios porque sólo Él es sabio, y todo ha sido creado por Él y para Él, y no para ningún colectivo humano que use las palabras de Cristo para erigirse en una suerte de monarquía absoluta. Eso no está escrito en los Evangelios. Eso es un invento de Teodosio el Grande, el último de los emperadores romanos que gobernó sobre todos los territorios completos de aquella instancia política e histórica que configuró durante muchos siglos, el paradigma imperante en su lugar y su tiempo. Como diría Asimov, es preciso dejar a un lado el viejo imperio para caminar hacia una nueva fundación. Las llaves del Reino se nos han dado para eso, no para repetir los mismos errores de otros tiempos. 

    De ese camino errado sólo podemos escapar cuando miramos a Cristo Jesús con los ojos enamorados de Pedro, que porque quiere a Jesús, es capaz de ver y entender su verdad. El amor que el Padre suscita en su corazón por Jesucristo es lo que le lleva a acertar en su respuesta, aún cuando  después se equivoque, o piense como un hombre, o niegue a Jesús, o huya, o cuando se encierre en sus ideas asfixiantes. Pero ese amor lo desnuda por completo para que pueda vestirse de nuevo, y ser otra persona, a través de su baño en las aguas nadando sin cesar hacia el Resucitado. Y ese proceso lo lleva adelante durante toda su vida.

    Como nos ha dicho el Salmo el camino es la humildad y no el ansia de poder. La humildad ante el que es la verdad y que nunca, podrá ser eclipsado por  nada ni por nadie. Ese es el itinerario. Las seguridades son propias de la religión, la aventura, en cambio, es propia del Evangelio. Ha llegado por tanto, el tiempo, en que se divorcien religión y Evangelio. No hacerlo nos conducirá a desperdiciar el Vino Nuevo en odres viejos. 

 

XX ORDINARIO

    Todos. Esa es la palabra clave que explica toda la Escritura que este domingo hemos escuchado. Isaias revienta el nacionalismo patológico del pueblo hebreo. La salvación es para todos los pueblos. No hay malditos de nacimiento. Y tampoco preferidos por elección. Su comprensión de Dios está equivocada. Dios quiere que todos los pueblos puedan conocerlo y gozar de su amor. Todos los pueblos están llamados a conocer la Salvación, el Salmo refuerza esa misma intuición. 

    Pablo reitera, como el Domingo anterior, que la misericordia de Dios es para todos. El puritanismo no cuadra con el Evangelio, aunque sí lo haga con la religión. No podemos apartar a la gente de Cristo porque no sean perfectos moralmente. Algunos curas lo hacen. Pero se equivocan. Son muy religiosos, pero nada evangélicos. Y desde luego no sé como podemos apartar a los demás de Jesús si Él se sentaba a comer con pecadores y se dejaba tocar por prostitutas. Si decidimos dejar de lado a los demás por sus imperfecciones y sus miserias, nos convertimos en fariseos. Como aquel Simón y como aquellos otros que se escandalizaron de que comiese con Mateo o Zaqueo. El Evangelio es misericordia, lo otro, son puros fariseismos religiosos. 

    Lo único que se requiere para tratar con Dios es la fe en su amor que nos abre a la acción de su Espíritu que nos moldea, en un diálogo seductor con nuestra libertad, y eso es lo que nos santifica realmente. Es lo que ocurre entre Jesús y esa mujer a la que en primer lugar desoye, y así logra que sus apóstoles, sean capaces de saltar por encima de sus prejuicios religiosos y se abran a la empatía de lo verdaderamente humano que les lleva a implorarle que la escuche. 

    La religión excluye a muchos. En cambio, el Evangelio quiere salvar a todos, ahí radica su gran diferencia. Y que la religión es cosa de hombres, más el Evangelio es fruto de Dios. 

 

XIX ORDINARIO

    Dios sigue haciéndonos ver que la manipulación religiosa de su rostro es infausta. Dios exige que lo dejemos ser Dios, y que no condicionemos con nuestras comprensiones imperfectas la verdadera naturaleza de su ser. Toda la escritura hoy lo grita sin fisuras. 

    La primera lectura nos pone ante un Elias que debe indagar en la verdadera naturaleza de Dios, una brisa suave, fresca y dulce, para no confundirla con el huracán, el terremoto y el fuego. El terremoto, el huracán y el fuego destruyen. Pero la brisa suave y dulce refresca y alienta. Anima. Dios no destruye, alienta y anima en medio de la vida dura y difícil que a veces tenemos que afrontar. Muchas veces la religión destruye la vida como un huracán, un terremoto y el fuego. Más el Dios verdadero no está en comunión con lo que desanima y desalienta. El Dios verdadero es otra cosa totalmente distinta y siempre sorprendente.

    Dios es misericordia y no condena ni juicio inclemente. El juicio misericordioso busca la verdad y la salvación. Y no es una destrucción airada que basada sobre la mentira del desamor divino, desconoce la misericordia. El salmo deconstruye nuestra visión religiosa y torpe de Dios.

    Pablo excluye el antisemitismo propio del comportamiento religioso cristiano equivocado. La voluntad de Dios es salvar a todos. Y su esfuerzo se dirige a seducir a todos, porque nadie sobra en su propósito salvífico.  Todos somos predestinados a la salvación. La salvación tiene vocación universal. Y por ello no es excluyente. Los que excluyen de la salvación a los demás nada saben del Dios verdadero. 

    El Evangelio nos muestra que Dios no es un fantasma. No es una ilusión. Cuando nuestra fe en Él es auténtica, no nos hundimos sobre las aguas embravecidas. No hay temores ni desánimos que puedan contra nosotros. Dios es una mano tendida que salva siempre a quien duda y se hunde. Dios no rechaza a quien le falla. El Dios de Jesús siempre está ahí para salvarte y hacerte salir a flote. Y cuando experimentas el amor de su mano tendida, comprendes que habla por la boca de su Hijo. Y eso te cambia para siempre.

    De nuevo la religión pierde ante el Dios que se nos entrega en los Evangelios, no lo olvides. Si te tienes por un buen servidor de la religión es posible que desconozcas que caminas muy lejos de los Evangelios. No lo olvides hermano. 

 

XVIII ORDINARIO La transfiguración

    El Dios de los Evangelios, muchas veces difiere del Dios de la religión. Porque el Dios de los Evangelios es el Dios que se manifiesta en primera persona. En cambio, el dios de la religión, es una versión humana de cómo es el Dios verdadero, y por eso es una versión manipulada que se aleja del verdadero Dios que existe.

    El texto de Daniel nos enseña que Dios es uno y trino. El Padre es el anciano. El Espíritu es el fuego que lo envuelve. El Hijo del Hombre es Jesús. Quizás por eso esta profecía no ha sido incluida por los fariseos de Yamnia en el cañón que ellos establecieron tras la vida, muerte y resurrección de Jesús. Pues en ese momento se crea el actual judaísmo que conocemos que no es la religión hebrea veterotestamentaria que emana de la ley mosaica. No hay templo ni sacerdocio en el judaísmo actual y tampoco los ritos que dicha religión conlleva. Es otra cosa. Es la religión de la sinagoga, y no, la religión hebrea del Antiguo Testamento, que finiquita, cuando el templo de Jerusalén es destruido. Un Dios interpersonal, un Dios comunión, un Dios amor, nada tiene que ver con el monoteísmo que desconoce por completo la comunión en el mismo seno de Dios. El diálogo le es ajeno por completo. Y esa revolución intradivina le es desconocida. Dios no es un solitario aislado que desconoce el amor en su mismo seno. La misma esencia de Dios es el proceso del amor en permanente desarrollo. Dios no necesita del mundo para conocer el amor. Es el amor sin fisuras, en el que la unidad y la diversidad se integran en una comunión perfecta. Es el amor que se derrama, y no el Dios que conoce el amor fuera de sí, gracias a la existencia de un universo. 

    Pedro nos enseña que Dios no está en silencio, se comunica con el mundo, y lo hace a través de su Hijo, como la palabra y los hechos, muestran el sentimiento que la percepción intelectual enamorado engendra. Es por tanto una palabra que diviniza a quien la escucha y acepta. Por eso la plenitud divina se comunica y comparte con aquel que escucha al Hijo y lo sigue porque lo ama cuando lo conoce y no sabe vivir sin Él. Su conversación te transfigura y te descubre la senda que te hace evolucionar hasta alcanzar la meta que se nos regala.

    El Evangelio nos enseña que Dios no causa miedo. Pues el asombro que Él provoca, no puede ser recibido con temor. Asombro y temor no son lo mismo. De hecho la contemplación de Dios causa en los discípulos un gozo inexplicable. Un gozo que desborda su comprensión. Eso convierte a Dios en un ser no manipulable. Un ser libre. Un ser inaudito. Un ser siempre sorprendente. Un ser que trasciende las cortas entendederas de los discípulos. Un ser interpelante. Un ser que demanda por su propia esencia la disposición continua a aprender y a no dar nada por sentado. Nunca deberíamos olvidar sentarnos ante Dios con una humildad permanente. Sin renuncia a su manipulación es imposible tratar con Dios. Nuestras palabras sobre Él, siempre deberían reconocer que su trascendencia es tan patente y real como su inmanencia. Convivimos realmente con quien nos desborda siempre.

    Así que evitemos encasillar a Dios con nuestras versiones de Él. Lo religioso se queda corto para hablar de Dios. Sólo el Evangelio nos insta a relacionarnos con el Dios verdadero conforme a lo que su propio ser demanda. Imbuidos del Evangelio tratemos de amor con el Dios verdadero. Y sólo así nos veremos transfigurados por su luz.

 

XVII ORDINARIO

    Conversando hoy con el Resucitado sobre las Escrituras seleccionadas, me encuentro con tres voces, con tres enseñanzas que son de una gran actualidad para los que vivimos estos tiempos.

    La primera la muestra Salomón y el Salmo. Es preciso ser sabio para gobernar, es decir, ser inteligente. Pero una inteligencia que escucha, puesta al servicio de la Justicia y de la verdad. Una inteligencia que busca el bien común. Si repasamos la lista de los gobernantes de nuestro mundo, no sabría decir cuantos se guían por esta enseñanza. Porque lo que si vemos a menudo cuando se les mira, son muchos zorros (como llamaba Jesús a Herodes). Es decir gente inteligente pero que usa su saber para perpetrar la injusticia, que no nos encamina al Bien Común y que usan mucho de la mentira para llevar adelante sus agendas particulares muchas de ellas trufadas de burdo narcisismo egoísta. La verdad es que cuando te asomas a la clase política mundial, hiede bastante a podredumbre. Así que: que Salomón nos asista.

    La segunda la muestra Pablo en Romanos. El mundo no es una evolución absurda y oscura, como algunos pretenden: una suerte de paseo hacia la nada. Un amor infinito manifestado en Cristo Jesús nos ha predestinado y nos ha llamado, para ser justificados y para ser glorificados. Por eso no es lo mismo identificarse con el ser humano de moda en estos tiempos posmodernos (una suerte de hedonista y utilitarista, un consumista consumado y  presa, frecuentemente, de un emotivismo ciego), que tratar de convertirte en una imagen de Cristo con todo lo que eso conlleva.

    La tercera la muestra el Evangelio. Hay que saber valorar lo que es un verdadero tesoro. Somos presa a menudo de un mundo que no sabe descubrir lo que es realmente valioso. Y que trata los tesoros como si fueran basura. A veces nos quejamos de que los animales ensucian las calles, pero nos percatamos de que nosotros somos los que más contaminan el mundo de cuántos seres vivos existen.  Sin duda, arrasamos bosques y masacramos vidas, y eso no nos convierte en gente que sepa distinguir lo que vale de lo que no vale. 

    Así que conversar con Jesús me abre la mente. Espero que a ti te pase lo mismo.

 

XVI ORDINARIO

    Cristo hoy nos enseña qué es esto que llamamos Iglesia. La Iglesia a veces es tema de conversación y debate. Y algunos manifiestan su rechazo hacia ella. Pues no les parece trigo limpio. Y según Jesús llevan razón. La Iglesia no es trigo limpio. Es trigo con cizaña. La parábola de hoy nos lo deja muy claro. En la Iglesia igual que hay gente santa, hay gente malvada. Por eso la Iglesia no es la meta hacia la que vamos, sino el camino que nos lleva al Reino de Dios que es la meta. De ahí que la Iglesia no sea nunca una realidad perfecta. En la mesa de la Eucaristía se sientan Juan, el discípulo amado,  y Pedro el que niega y luego se arrepiente y vuelve a casa, pero también se sienta Judas Iscariote, el que traiciona a Jesús y no quiere redimirse nunca.

    Cristo nos permite comprender cuándo somos trigo y cuando somos cizaña en su campo que es la Iglesia. 

    Cizaña somos cuando tomamos decisiones necias, que no parten de la sabiduría del amor. Cuando actuamos con injusticia. Cuando procedemos con inhumanidad con los demás. Cuando negamos la esperanza de una nueva oportunidad al que se equivoca. Cuando lejos de ser esperanza para el mundo nos transformamos en una amenaza para todos. Somos cizaña cuando pretendemos manipular al Espíritu Santo, dominándolo con nuestras reglas y códigos. Cuando ocupamos su lugar y usurpamos su voz. Normalmente cuando hemos hecho esto a lo largo de los siglos, la Iglesia de ser una luna llena, se ha convertido en un eclipse total, después de haber sido una luna menguante. 

    Trigo somos cuando tomamos decisiones que parten de la sabiduría del amor. Cuando actuamos con justicia. Cuando procedemos con humanidad con los demás, sin discriminarlos por ejemplo, por no ser diestros, sino por el mero hecho de ser zurdos.  Cuando somos esperanza para el que se equivoca, ofreciéndole siempre nuevas oportunidades. Cuando somos esperanza para el mundo, y nunca una amenaza para todos. Somos trigo cuando no pretendemos manipular al Espíritu Santo, sino escuchar su voz, cuando entendemos que nuestras reglas y códigos están a su servicio y no al revés. Cuando permitimos que el Espíritu ocupe su lugar en nosotros y no usurpamos su voz, sino que la atendemos con mimo. Quienes hicieron esto y aún lo hacen terminan siendo santos, que hacen que la Iglesia brille como una luna llena, arrancándola de la zona oscura del eclipse, impulsándola a ser una luna creciente. Y es que la Iglesia si no refleja la luz del mundo que es Jesús el Cristo, porque el mundo se interpone entre Él y ella, se convierte en sal sosa que sólo sirve para ser tirada y pisoteada, y en ese momento la cizaña se apropia de su campo.

    Así que Jesús hoy nos enseña que este campo está siempre en movimiento. Y lo que vale para toda la Iglesia, vale también para ti, que eres un cristiano de a pie. Pues tú también eres ese campo de trigo y cizaña, así que usa el tiempo que la paciencia de Dios te otorga para dar fruto guiado y movido por el Espíritu de Dios que clama en ti y no lo olvides: la peor herejía que existe es la inhumanidad, por muy religiosa que su propuesta te parezca. Quien carece de humanidad, desconoce la sabiduría de Dios, que se contiene en los Evangelios. 

 

XV ORDINARIO

    La creación gime con dolores de parto esperando la manifestación plena de los hijos de Dios. La creación padece, ha sido esclavizada, corrompida, y desea verse libre de su yugo. Las palabras de Pablo hoy, resuenan fuertes en nuestros oídos y corazones. Pablo puede parecernos un pesimista. Dado que en el mundo hay mucho de bueno, de bello y de verdadero. Pero Pablo no es un pesimista. Simplemente decide no ignorar la cruz en la que existimos, nos movemos y vivimos. Y nos invita a formar parte del coro que anhele y pida que el Reino de Dios, venga ya. 

    Confieso que esta semana he empatizado profundamente con esta visión paulina. La terrible noticia de una niña de seis meses decapitada que ha estado a la deriva en el mar y que ha arribado a una de nuestras playas, me ha colocado en esta situación. Pues estos días me he convertido en un gemido de dolor orante en medio del mundo. Y con un nudo en la garganta he anhelado que este mundo loco se termine, y que se dé paso a un cielo nuevo y una tierra nueva. Y en el fragor de mi dolor, alentaba el Espíritu de Dios moviéndome a clamar sin cesar por el fin de esto y la renovación de todo. Los seres humanos en estas circunstancias, mostramos nuestro rostro de monstruos. Y caminamos por sendas equivocadas que nos impiden convertirnos en Hijos de Dios.

    Somos capaces de movilizar medios técnicos de todo tipo para hacernos la guerra, pero decidimos incapacitarnos para ayudar a estas personas que son víctimas de las mafias y los sátrapas norteafricanos que se enriquecen con este tráfico de inocentes. Nos negamos a tomar las medidas necesarias que detengan estos flujos migratorios, que permitan el desarrollo de la calidad de vida de esas zonas del planeta, de donde muchos seres humanos  quieren huir para vivir con mayor plenitud. Y por ese anhelo justo se convierten en víctimas de estas oscuras tramas que sin caridad alguna, los lanzan al desastre fruto de aventuras funestas. Cuando actuamos así, cuando permitimos y promovemos tales estructuras de pecado, nos convertimos en monstruos. Pues si es necesario crucificamos hasta a los niños.

    ¿Cómo poder dejar de ser monstruos y cómo podemos convertirnos en Hijos de Dios? La respuesta es clara y concisa. Escucha la palabra de Cristo vivo y resucitado, conversa con Él, y su Espíritu tomará las riendas de tu vida, y te llenará de gracia. Isaias lo ha dicho: esa Palabra Viva te empapa, te fecunda, te hace dar fruto, te alimenta, para que puedas ponerte al servicio de la voz de tu amigo resucitado. Y es ese proceso el que te convierte en Hijo de Dios y te impide ser un monstruo. 

    Pero no basta cualquier escucha para eso. El Evangelio lo enseña: Si escuchas sin prestar atención, el evangelio es como la semilla que cae en la carretera y que se pierde. Si escuchas de prisa y corriendo, el Evangelio no echará raíces en ti, y como en el terreno pedregoso, por ser superficial, esa semilla se perderá. Si escuchas con una cabeza distraída por muchas cosas, tampoco la semilla del Evangelio dará fruto en ti, y de igual modo, terminará por perderse. Sólo si escuchas con calma, si descubres como María que es lo importante y necesario, entonces, darás fruto. Sólo entonces te transfigurarás en Hijo de Dios, y te vacunarás, para no pasar por este mundo siendo un monstruo. Y eso te convertirá en esperanza y no en amenaza para el mundo.

    Es más esta escucha atenta te llenará de esperanza para que no te desesperes cuando este macabro calvario salga a nuestro encuentro. Y lleno de tal esperanza, no sólo orarás, sino que contribuirás a denunciar esta inhumanidad y harás cuanto esté en tu mano, para cambiar esta realidad tan oscura y criminal. 

    Así que seamos realistas, más no desesperados pesimistas, y orando sin cesar, dejemos que la palabra viva del resucitado nos cambie. Y así evitaremos pasar por este mundo siendo monstruos, indiferentes ante hechos como éste de tener que ver cuerpos de bebes arrojados por el mar como si fuesen basura. Este mundo necesita Hijos de Dios, porque Herodes que matan y permiten la muerte de inocentes, aquí, en nuestro planeta hay demasiados. Por ello, hoy mírate en el espejo de tu conciencia y responde a esta pregunta: ¿que quiero ser monstruo o Hijo de Dios? Y si es lo segundo, llénate de gracia cada día de tu vida, escuchando con fruto sin cesar su palabra, la palabra viva y resucitada de Jesús, y que su Evangelio Vivo te lleve a dar fruto.    

 

XIV ORDINARIO

    Quién usa el nombre de Dios para justificar una guerra ofensiva se equivoca gravemente. Y las Escrituras de este domingo lo prueban. El profeta Zacarías nos presenta a Cristo como un Rey sin ejércitos, subido a lomos de un asno, entrando en Jerusalén para terminar con los carros y los caballos de guerra, y establecer la paz entre las naciones, de mar a mar. Jesús no es un mariscal, ni un general. Jesús es la no violencia viva. Jesús es el príncipe de la paz. 

    El Evangelio nos enseña que su corazón es manso y humilde, no agresivo y prepotente. Y Él es el que ve al Padre, cara a cara. Él es el que lo da a conocer. Los sabios y poderosos de este mundo, no son capaces de entender el alma verdadera de Jesús, como, sí, saben verlo los sencillos. Este es el corazón del príncipe de la Paz. De modo que quienes necesitan el corazón de un Dios poderoso que legitime guerras, podrán resultar muy religiosos, pero Evangélicos en absoluto. Jesús nos presenta el rostro de un Dios diferente, el de un Padre que no sabe hacer otra cosa que amar. Un Dios que sólo puede darnos su amor, porque Él mismo es ternura.

    El Salmo refuerza esa idea. El salmo 144, deconstruye, la visión del Señor de los ejércitos tan común en algunos lugares del Antiguo Testamento. Pero esa visión de Dios, ésta comprensión era imperfecta. Y este teísmo caduco, necesitaba ser superado. Por eso este salmo 144, habla del Dios de Verdad, el que manifestará su rostro plenamente en Cristo Jesús: El Padre, Bueno con todos, clemente y misericordioso, lento para la colera y rico en piedad y leal, cariñoso con todas sus criaturas, Él que no nos trata según nuestras culpas. No nos revela a un Padre que es un amo. Sino al Padre que es AMOR con mayúsculas. Amor eterno, como dirán los profetas. Usar las Escrituras, que culminan la evolución de nuestra comprensión de Dios en el Rostro del Abbá que Jesús nos presenta siempre, es faltar al segundo mandamiento mosaico, porque es tomar el nombre de Dios en vano.

    Pablo refuerza esta intuición. El Espíritu siempre da vida, más las obras del mundo, las de la carne (como Pablo las llama), las que nacen del egoísmo y el odio, sólo nos conducen a la muerte. La guerra no es pues hija ni fruto del Espíritu de Dios, porque no resucita a nadie, sino que crucifica y mata a muchos. Nunca tras una guerra, el mundo ha quedado mejor parado de cómo estaba antes.  Al contrario siempre se han destruido grandes obras, hermosos paisajes y  se ha acabado con vidas insustituibles, haciendo irrecuperable mucha vida, mucha belleza y mucho amor. Las guerras siembran de odio el futuro. Y normalmente generan nuevos enfrentamientos y no poca violencia. No está guiado por el Espíritu de Cristo quien usa a Dios para legitimar los conflictos. Ese no alivia, no nos libera de agobios, no nos enseña a descansar, al contrario nos abisma a una espiral infernal de sufrimiento.

    Es triste ver a gente religiosa, o a todo un patriarca, bendecir una guerra y declararla como santa. En la historia los católicos, como otras confesiones hemos hecho muchos disparates, hasta papas han pedido perdón por ello. Pero uno muy singular, Pio X, se negó a bendecir las tropas austríacas como le había solicitado el emperador del momento, porque según decía su telegrama: “Yo solo bendigo la paz”. Este cambio de postura creo no pocos problemas a la comunidad católica, con gobiernos que quisieron ponerla a favor o en contra de según que bandos. La utilización de la religión para legitimar batallas, se ha seguido haciendo, unos las llamaron cruzadas, otros guerras santas. 

    Incluso a día de hoy, en España, algunos periodistas la llaman traidora a un bando de la guerra civil, porque la Iglesia por fin, decidió contribuir a la reconciliación de todos los españoles fuera cuál fuese su visión política. Yo en cambio no olvidaré nunca a mis dos abuelas. Isabel y María. A mis abuelos, Diego y Andrés, no los conocí. Cuando siendo niño les preguntaba sobre la guerra y lo que habían vivido, su respuesta siempre fue la misma: de ahí no hay nada bueno que contarte hijo, nada que debas aprender…sólo intenta siempre que no se repita, y pídele a Dios que no te toque vivir nunca, lo que nosotras tuvimos que vivir. Y me respondían eso, sin hablarlo entre ellas. Vivían en sitios diferentes y entonces no había tanto coche como ahora. Ignoro si por eso, mis abuelas deberían de ser tildadas también de traidoras a las ideologías asesinas que convocaron aquel baño de sangre. Quizás un tal Federico pensara que sí (Hay gente muy agresiva suelta por el mundo en todos los bandos). Yo siempre pensaré que mis dos abuelas fueron para mí, la voz de la tercera España, la que se desangró por todos sus poros, porque las otras dos Españas se volvieron locas y nos empujaron a todos al abismo. No estoy con los patriarcas que bendicen guerras, que las alientan, estoy con los hombres como Pio X que sólo bendicen la paz. 

    Así que desconfiad siempre y apartaos de los hombres que usan el nombre del Buen Dios para legitimar e impulsar una guerra ofensiva, que obliga a los demás a tener que tomar en sus manos las armas para poder defenderse de ellos. Quienes conducen a los pueblos a esas disyuntivas usando el nombre de Dios para tal cosa, se equivocan por completo.  

 

XIII ORDINARIO

    Nuestra sociedad necesita descubrir la importancia de la hospitalidad. La primera lectura nos ha dado claro testimonio de ello. Eliseo se resarce de la capacidad de acogida de esa familia que luego experimenta que su hospitalidad les reporta grandes beneficios. La hospitalidad y la capacidad de acogida genera bienes. Nuestra sociedad a veces, toma un camino distinto, y se define de otra manera. Su conducta oscila entre la indiferencia y la percepción del que llega a nuestras puertas como una amenaza, mostrándole rechazo o poniéndonos a la defensiva. Los flujos migratorios constantes, provocados por los niveles de vida tan diferentes entre unos lugares y otros, evidencian lo que digo. La inacción de los gobernantes y su incapacidad de detener estos flujos creando condiciones de riqueza suficiente en sus lugares de origen contribuyen a desactivar la hospitalidad , y permiten a las mafias y los tiranos del lugar, usar a las personas como armas arrojadizas para presionar a otras comunidades humanas, conseguir sus metas o enriquecerse de manera inmoral con el tráfico de humanos. Esta circunstancia nos lleva a percibir el flujo migratorio como una suerte de invasión que produce grandes y graves problemas de convivencia. La hospitalidad no se hace presente. Se crean guetos y los conflictos sociales se desatan con relativa frecuencia en distintos lugares. Y es que los que potencian esos flujos migratorios, no lo hacen por ser hospitalarios, sino por avaricia y para alcanzar fines, que nada tienen que ver con defender la dignidad y los derechos del ser humano. Nuestro mundo no es hospitalario. Al menos no lo suficiente. La hospitalidad debería ser estudiada y redescubierta.

    Pablo en Romanos nos indica algo más. Nuestra sociedad debe dar la espalda a la cultura de la muerte, para resucitar y glorificar siempre la vida. En estos tiempos, donde la palabra guerra se ha hecho tan presente, con más razón y motivo. No estamos dando pasos hacia adelante. Los estamos dando hacia atrás. Y la muerte se ha adueñado de nuestra forma habitual de vivir. Los que vivimos los años en los que el terrorismo nos ponía un muerto sobre la mesa cada día, sabemos bien lo que decimos hoy. Por eso yo soy de los que se alegra de que algunos hayan dejado de matar, y hayan aceptado las reglas del juego democrático aunque sus discursos no me agraden. Es preferible hablar a matarse. Y es mejor siempre poder votar o negarle el voto a quien mantiene un discurso determinado que tener que vivir a tiros o plegarnos ante aquel que tiene más capacidad de matar. En algunos lugares, en demasiados por desgracia, hablan más la armas que las personas, y las cabezas se usan más para embestir que para pensar.

    El Evangelio señala dos motivos claros detrás de estas conductas equivocadas. El Narcisismo que es capaz de sacrificar todo, hasta lo más sagrado, por engordar su propio ego, aunque eso lo convierta en un cáncer que destruya a todo el tejido humano afectado por su alocado afán. Y el tribalismo, aquel que nos impide descubrir que la familia humana somos todos, y no sólo los míos. Creer en Jesús nos abre los ojos de la mente a pensar que todos somos una gran familia humana. Quizás sea esa nueva mentalidad la que resuelva tantos y tan graves conflictos. Aunque eso signifique tener que sacrificar modos de pensar y actuar que hemos considerado normales hasta ahora. Normalizar la inhumanidad resulta brutal. Y en muchas épocas lo hemos hecho, y hoy, según parece aún lo seguimos haciendo. Por eso Jesús frente al narcisismo y al tribalismo nos propone un camino diferente: la generosidad por parte de todos. Esa tesitura nos permitiría afrontar los problemas reales de maneras bien distintas. Esta generosidad supone aceptar sacrificios sí, pero Jesús, nos asegura que tales renuncias, merecen la pena.

 

XII ORDINARIO

    El trato con Jesús resucitado nos llena del Espíritu Santo. Y es su Aliento divino el que nos ayuda a encontrar la alegría cuando la tristeza nos sitia, es El que nos devuelve la esperanza si el pesimismo nos envenena, es El que nos infunde paz y fortaleza cuando la inquietud y los terrores nos acecha, es El que nos devuelve a la senda del Amor, cuando el egoísmo y el odio nos confunden. Así se lo enseño a los que se confirman, porque esa es mi experiencia del Espíritu desde aquel año en que me confirmé, siendo un joven como Juan Evangelista.

    Desde aquel día, cual discípulo amado, he aprendido que el trato con Jesús resucitado me cambia la vida para bien.

    Hoy descubrimos tres cambios escuchando su Palabra. Jeremías nos enseña que hay gentes perversas que sólo saben infundir pavor en su entorno. Pues en medio de esa instancia lo que nos recomienda es volvernos hacia el Padre, que es Señor del Universo, porque por poderosas que puedan llegar a ser esas gentes, no lo serán tanto como el Dios que hizo todas las cosas. El salmo también nos encamina en ese sentido. Seremos liberados de ese poder malvado, de esas gentes perversas. Y esta oración nos interpela a nosotros también para nunca ser gentes perversas que siembren pavor en el corazón de los demás. Sino ser liberadores que arranquen esos motivos oscuros donde los encuentren. 

    Un segundo cambio lo muestra Pablo. No hay delito que no pueda perdonarse. El precio de la injusticia cometida por cualquiera que quiera ser redimido, ha sido pagado por el crucificado. Por eso el amor de Dios no es injusto. Una vivencia mía me lo aclara. Recuerdo un padre que cuando vió que su hijo había incurrido en un delito, se auto acusó por salvar a su hijo de la pena, y con su situación enseñó a su hijo, el mal que había cometido y sus consecuencias. Nos parecerá loco, o injusto. Si bien una cosa es cierta: el padre amó a su hijo hasta lo locura de pagar él precio de la culpa de su hijo. Y con ese gesto, arrancó a su hijo de su mal camino. Y le hizo ver que él estaba encarcelado por lo que su hijo había hecho. La lección en este caso dio su fruto. Aún recuerdo como abracé a ese padre cuando abandonó la cárcel, cumplida su condena. Eso hace Dios en Cristo Jesús: se auto inculpa de nuestras miserias, y paga el precio, para satisfacer a la justicia de sus demandas, y así obra el prodigio del amor que redime cualquier delito. Así que si quieres, no hay delito que no pueda redimirse. Por eso nos piden que perdonemos nosotros, porque Él está dispuesto a perdonarlo todo, para no perder a nadie que no se niegue en redondo a hacerlo. 

    Y un tercer cambio es “No temáis”. No os dejéis dominar por el miedo. Ni el que te causan los demás, ni el que te causa este mundo que igual que levanta nuestros cuerpo los mata, ni el que te causas tu mismo, cuando presa de tus inseguridades te dejas atrapar por sus redes. Dios ama hasta el animal más pequeño del mundo, Dios no pierde ni una sola alma de cuanto ha existido, ¿cómo se olvidará de nosotros? ¿No has oido que ni siquiera el mayor de los delitos podrá separarte del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús?. Dios te ama, afronta los miedos y sus fantasmas. Ni siquiera la cruz y el sepulcro, le podrán impedir a Dios resucitarte. Así que confían en el Dios que te ama, y afronta tus temores con sabiduría e inteligencia. No te conviertas en un acobardado que es incapaz de vivir en plenitud. Y no seas causa de que los demás se conviertan en presas fáciles del miedo.

    Tres cambios para un hombre nuevo. Trata con Jesús, no lo olvides, y El te dará un Espíritu nuevo para afrontar la vida. 

 

XI ORDINARIO

    El trato con Jesús el Cristo, nos convierte en miembros de un pueblo, no hemos nacido para estar solos. De hecho es imposible mantenerse vivo mucho tiempo, sin el apoyo de los demás. Somos en comunidad. Cada uno es cada uno, de acuerdo, pero nadie es capaz de sobrevivir o de vivir en plenitud, sino es inmersos en un contexto de bien común. Ser sociedad es sustancial para ser humano. Nos lo enseña nuestro ombligo. Así que al vivir tras los pasos de Jesús, comprendemos mejor que existir es ser con los demás. 

    El trato con Jesús el Cristo, nos descubre que somos un pueblo de gente amada y salvada. Ninguno de nosotros está perdido. Al contrario a todos se nos ofrece la oportunidad de reencontrarnos. Dios nunca tira la toalla con ninguno de nosotros. Su afán es glorificarnos y no vernos perdidos por caminos oscuros y tortuosos. Si nos considera sus ovejas, es porque un buen pastor misericordioso y fiel, nunca abandona a sus ovejas, y si se pierden las busca. Ser miembro de su rebaño, no significa, ser animal y estar bajo las ordenes de otro. Un animal, no es un esclavo, es alguien que sigue a quien lo ama, y nunca lo abandona. La mirada de un animal siempre es inmaculada, porque no sabe mentir. Ser pastor nuestro es situarnos bajo su amparo, del que nos salva porque nos ama.

    El trato con Jesús el Cristo nos convierte en trabajadores del Reino, cada cual con su gracia personal, su propia identidad, su propia historia, todos con una misión común. Buscar al que está perdido, sanar al que sufre, resucitar al que vive oprimido por el peso de la muerte, o sea: hacer vivir en plenitud a quien decida compartir tu vida de una u otra manera. Dios reina cuando el ser humano alcanza su máxima expresión vital, la gloria de Dios está en que el hombre viva. Lo decía Ireneo y yo lo suscribo. Estamos llamados a trabajar porque todos puedan vivir en plenitud. Eso es trabajar por el Reino en mi opinión. Dios reina cuando el hombre vive en plenitud.

    Así que tratar con Jesús nos cambia la vida para bien. Si quieres tratar con el Cristo, prepárate a mejorar tu vida. Al menos, esa es mi experiencia. Ojalá y que también pueda ser la tuya. Es lo mejor que puedo desearte. 

 

CORPUS     

    Dicen quienes saben que vivimos en los tiempos de una suerte de materialismo desatado. Supongo que tal afirmación siempre podrá matizarse. Pero si damos por suficiente este diagnóstico del tiempo presente, ahora se entiende por qué la Eucaristía está en crisis. Dejemos que las Escrituras nos guíen en nuestro análisis de esta situación.

    “No solo de pan vive el hombre” nos dice la primera lectura. El materialismo nos colma de mil cosas distintas, pero no es infrecuente encontrar casos de personas que teniéndolo todo no encuentran el sentido para sus vidas, incluso sienten que sus corazones están vacíos. Algunos incluso llegan a atentar contra sí mismos. Necesitamos muchas cosas materiales para vivir, es cierto. Si bien, ¿para qué vivimos? Esa es la pregunta a considerar y responder.  Ahí radica la cuestión. “El hombre vive de toda palabra que sale de la boca de Dios”. En la apertura al espíritu está la clave. En la espiritualidad se hayan respuestas. El antiguo testamento nos envía ese claro mensaje hoy.

    El materialismo, en tanto que demanda que nos apropiemos de recursos materiales para poder vivir, muchas veces, nos aboca al conflicto, a la competencia. Pablo nos insta a buscar una dirección distinta: la de la unidad y la paz, la del Bien Común. Compartir nos enriquece a todos. De nuevo la voz del Espíritu nos orienta incluso en nuestra organización del acceso a los recursos materiales. La competencia por ellos derivará en conflictos. En pugnas. La búsqueda del Bien Común, nos llevará a la paz. Este enfoque tan sencillo es muy sugerente, y nos debería hacer pensar, sí no sería más sostenible y rentable una economía basada en la búsqueda de ese Bien Común. Estudios hay sobre ello, y debate también. De nuevo es el Espíritu el que viene a socorrer a la materia.

    Por último el materialismo no nos promete nada más allá de la muerte. Con la muerte acaba todo. La palabra de Jesús hoy se vuelve para nosotros en fuente de vida. Es Jesús, su persona que habla y ama, la que nos abre a una perspectiva más allá de la materia que ésta por sí sólo no puede darnos. Ante la muerte los átomos de la materia pierden su ensamblaje, y si esta estructura que organiza su composición atómica se esfuma, nosotros ya no seremos nada más. Jesús en cambio nos habla de que la fe en su palabra, de qué alimentarnos de su cuerpo y de su sangre, nos regalarán la vida eterna. Y es que si Dios ha hecho todo de la nada, no tiene por qué ser imposible que de la nada de la muerte nos otorgue una existencia nueva: Glorificados en Dios, como aventura el salmo. De nuevo la apertura al Espíritu permite abrir un horizonte de esperanza al materialismo. Su ensamblaje en Dios puede retejerse y hacerse eterno en Él. De eso habla Jesús. Igual que la carne no es carne y nada más, sino que en el ser humano, además es persona. El Pan de vida ya no es pan, por la acción del Espíritu que responde a nuestra plegaria, ya no es cosa, es persona. La persona del Hijo de Dios con quien entramos en comunión. Y de esa comunión brota la gracia que hace nuevas todas las cosas. No es por tanto una materia milagrosa la que nos salva, es Jesús resucitado, una persona, cuyo Espíritu nos salva, la materia de tan superada que se ve por esa presencia radical y misteriosa, pierde toda su sustancia y se torna mera especie, su ser de cosa, queda totalmente transfigurado por la persona que la cambia por completo. Y del mismo modo que el ser personal no aparece en un análisis clínico, en la Hostia, tampoco puede comprobarse su presencia químicamente. Ese cambio sustancial, otorga un nuevo significado y un nuevo fin, al hecho de comer, pues comer se vuelve comulgar, y eso ya es algo muy distinto. No importa el proceso de digestión material que comer conlleva, sino la comunión con quién nos transfigura y nos dota de un nuevo ser. 

    Pues en la Eucaristía sucede todo eso. Comulgamos con Jesús Vivo y resucitado en el doble pan de la palabra y del altar. Así el materialismo no se asfixia en sí mismo, sino que abierto al sentido que en Cristo encuentra, descubre el verdadero bien común que consiste en que todo nuestro universo material está invitado a glorificarse inmerso en la vida eterna. Así que si no queréis morir en un materialismo que se asfixia y se autodestruye, inundadlo del espíritu que la Eucaristía os regala y transfiguradlo. Quizás la misa ya no esté de moda, pero desde esta perspectiva sigue siendo extraordinariamente necesaria.

 

TRINIDAD

    Nuestra comprensión de Dios no ha sido siempre la misma. De hecho el discurso sobre Dios ha estado siempre sometido a evoluciones y también a involuciones. Pues no es lo mismo nuestra comprensión de Dios que la realidad de Dios. Y cada época ha tenido sus propias visiones sobre Dios. El contraste que se evidencia entre los textos que hoy se nos proponen, resulta evidente.

    En el Éxodo prima una visión tribal y feudal de Dios. Dios es el Señor, el amo, el jefe de nuestra tribu. El faraón ha dejado de ser el dueño de los hebreos. Dios es el compasivo, el misericordioso, lento a la ira, el rico en clemencia y lealtad, así lo escuchan. Sin embargo prima más en su comprensión su condición de jefe, de amo poderoso, de Señor de los ejércitos. Y la comprensión de su bondad en sus diversas vertientes, tiene un carácter sobre todo tribal y nacionalista. Los gentiles, es decir el resto de los pueblos, no son primera clase, más bien, son considerados basura. Aquí queda claro cómo el rostro verdadero de Dios, queda embutido en una comprensión del mismo que es hija de la situación primitiva humana que las gentes de Moisés viven. No es lo mismo Dios que lo que los seres humanos entendemos sobre Él. 

    En cambio en el Evangelio y la Carta apostólica, la visión de Dios, se ha liberado del corsé del Jefe. Dios no es un amo. Dios es amor. Es el que salva. No el que juzga y condena. Dios no quiere que nadie perezca, sino dar vida eterna a todos. Y respeta de tal manera la libertad personal, que si alguien se niega a aceptar su regalo, respetará su decisión, aunque por ello decida perderse. Su amor hasta el extremo, es de tal magnitud, que amando sin medida ha dado su vida por el mundo. De hecho lo que desea es el amor y la paz. Que vivamos unidos en el amor. En paz. Eso es lo que le agrada. Dios es gracia, es decir: donación gratuita sin interés egoísta alguno. Dios es amor y no desamor. Dios es comunión, unión verdadera de lo que es rico por ser diverso y genuino. Dios no es división. Si quieres servir a Dios  no puedes buscar lo que es contrario al amor, la unidad y la paz, el bien común entre todos. Ya no hay tribalismo, ya no es una visión feudal y nacionalista. Este rostro de Dios, es más fiel al Dios de veras. Jesús pone las cosas en su sitio. Y de hecho por ello lo matan. Por cuestionar el verdadero rostro de Dios, pero al resucitarlo, el Padre confirma quién es El verdaderamente, más allá de comprensiones humanas, que se rompiese el velo del templo es todo un signo profético en ese sentido, pues el ser de Dios ha dejado de estar preso de los esquemas humanos primitivos.   

    Ahora bien ¿ésta gran evolución que en cuanto a la comprensión de Dios supone Jesucristo ha sido recibida plenamente por nosotros? La verdad es que no todos han recibido de buen grado, ese nuevo entendimiento de lo divino. Incluso ha habido planteamiento religiosos novedosos, o posteriores a Él, que han involucionado por completo en su comprensión de Dios. La revolución copernicana, de dejar de hablar de Dios como Amo, y empezar a verlo como realmente es: Amor; muchos no lo han aceptado. Pero no sólo fuera de la Iglesia, sino incluso dentro. 

    Hay discursos sobre Dios que aunque salgan de labios supuestamente cristianos, son más propios de gentes de la Antigua Alianza. Quizás por ello Jesús nos insistió tanto en que hiciésemos memoria de la sangre derramada de la Nueva Alianza. Para que no volviésemos a las andadas y a ver a Dios como a una suerte de monstruo. Mucho ateísmo es hijo de estos teísmos equivocados. Y eso, como nos enseñó el concilio, no deberíamos olvidarlo nunca. Ya basta de meter miedo con Dios, de hacernos sentir culpables o de avergonzarnos en su nombre. El Amor no hace eso. Porque no pretende manipular. Cosa que sí desean los que hablan de Dios usando esos tres sentimientos destructivos. 

    Así que no te creas cualquier cosa que te digan de Dios. Primero escucha con criterio y sentido crítico. Y después cree. No sea que te conviertas en siervo o esclavo de un Dios alocado, que sólo existe en la mente del enfermo neurótico que lo predica. Atentos y despiertos que nos pueden dar gato por liebre. 

 

PENTECOSTES

    Nada es peor para el ser humano que encerrarse en su propio lenguaje para construir torres que no llevan a ninguna parte y lo sumergen en un propósito inútil. 

    Nada mejor para el ser humano que abrirse a hablar con Dios, aunque eso a veces le cause terror y le haga temblar de miedo, dado que no controla todos los extremos del debate. Dios es Dios y eso nos cuesta trabajo aceptarlo. Por eso añoramos Babel, porque en ese enfoque creemos controlarlo todo. Aunque de hecho no sea cierto. Controlar todo nos hace sentir seguros, y cuando pensamos que todo está controlado, nos sentimos todopoderosos, pero simplemente vivimos en una mentira.

    Por eso Jesús nos enseña que para afrontar la inseguridad connatural de los que vivimos en este universo, lo mejor es abrirse al diálogo con Él, a través de la Escrituras. Así nuestra sed de plenitud puede quedar saciada.

    Conversar con Jesús resucitado es posible gracias a su Espíritu que Él derrama sobre nosotros. El Espíritu viene del Padre y del Hijo. Pues el Padre por el Hijo nos lo transmite cada Domingo, en la reunión de nuestra comunidad. 

    Conversar con Jesús nos resucita, nos hace mirar más allá de la inseguridad que la muerte nos causa. La fe en que Dios puede hacer que de la nada de la muerte brote la vida nos llena de paz en medio de la agría zozobra que ella nos causa.

    Conversar con Jesús resucitado nos llena de esperanza, una esperanza no sólo para nosotros, sino para todo el universo. 

    Conversar con Jesús vivo nos une, Jesús habla todas las lenguas del mundo, y construye la unidad, nos impele a buscar el bien común, a poner nuestros dones, nuestra riqueza personal e intransferible al servicio de todos. 

    Conversar con Jesús glorificado nos convierte en gráciles e intensos como el Viento y nos vuelve luminosos y cálidos como el fuego. 

    Conversar con Jesús nos crea de nuevo, nos permite cambiar de vida, dejar de lado los pecados que desangran nuestro vitalismo, y nos cura con el milagro maravilloso del amor.

    Conversar con Jesús resucitado nos pone en camino para enseñar a otros a conversar con Él. De modo que nuestro gozo, pueda también ser suyo. Pues lo que gratis hemos recibido, gratis debemos darlo a los demás. 

    Así que ojalá que toda nuestra vida sea un nuevo Pentecostés. Pues para nosotros, lo ordinario es vivir inmersos en la conversación sublime con el resucitado todos y cada uno de los días de nuestra vida. El Espíritu lo hace posible y esa es la clave para que nuestra existencia sea siempre una Pascua Sagrada sin final alguno. Así es cómo es posible vivir cantando permanentemente ALELUYA, con todo lo que ello significa.

 

ASCENSIÓN

    Jesús nos dijo que estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Así habla el Evangelio. ¿Pero dónde está? ¿Cuándo se hace presente? No lo vemos. En ningún lugar  y en ningún momen

to. Ya no tenemos contacto físico más allá de su presencia sacramental. Donde su personalidad está mediada por las especies de Pan y vino. Es cierto que por la fe sabemos que ya no son una cosa sino una persona. Pero el encuentro no resulta igual al de una realidad física viva. ¿Entonces? ¿Falta Jesús a su palabra?.

    ¡No!. Más bien la cumple. Estaré con todos vosotros, en todas partes, y en todo tiempo. Eso es imposible para una realidad física. Una persona física, está en un lugar y a un tiempo, y puede estar solamente con pocos. Puede conversar solamente con una persona o con un colectivo concreto de personas a lo sumo. Más no con “muchos”.  

    Es evidente que Jesús plantea una realidad diferente. Al hacerse cielo, al ir al seno del Padre, ya se incorpora a la dimensión divina. Y Dios todo lo penetra, todo lo trasciende, todo lo invade. Nada ni nadie puede separarnos de Él, pues en Él vivimos, nos movemos y existimos. Las palabras de Pablo en sus cartas son muy clarificadoras. 

    Pero entonces ¿Cómo puede Él dársenos a conocer? ¿Cómo se nos puede manifestar? Por medio del Espíritu Santo. San Juan lo explica en su Evangelio, y San Lucas lo deja claro en el inicio del relato de los Hechos de los apóstoles. Es el Espíritu que está en todas partes y en todo tiempo, con todos a la vez, el camino por el cual, Jesús resucitado nos sale al encuentro, y puede contactar individualmente con cada uno de nosotros. 

    Y es como nos enseña Pablo en Efesios hoy, el que nos comunica con Jesús Vivo y resucitado, por eso nos llena de sabiduría, revelaciones, nos ilumina, nos hace comprender, nos llena de esperanza, nos glorifica, nos santifica, nos fortalece, nos salva, nos diviniza. Él, Jesús resucitado, sigue conversando con nosotros hoy gracias al Espíritu y a través de Él, “todo ha sido puesto bajo sus pies”, y la Iglesia está llamada a ser una realidad para encontrarse con Él. Pues si la Iglesia no es su cuerpo hoy, no es nada. La Iglesia está llamada a ser su presencia física. Con sus palabras y sus hechos, con su muerte y su resurrección. Cuando hace discípulos y cuando bautiza, cuando nos enseña a guardar el amor que Jesús nos ha mandado. 

    Por eso Jesús no miente, ni falta a su palabra: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Su Espíritu Santo lo hace posible, todo lo toma de Él, y nos lo regala gratuitamente; y esto acontece a través de la Iglesia, que somos todos los creyentes en Cristo, la infinidad de conversadores, que en todas partes y en todo tiempo, mantienen una comunicación constante con Cristo Resucitado, porque lo conocen, lo aman y lo siguen.  Y qué añaden a otros a ese hermoso diálogo. 

    Jesús ni miente ni falta a su palabra, la cumple y lo hace de un modo asombroso, por eso decía: es bueno que me vaya y venga el Espíritu, porque de este modo le resultaba posible estar contigo y con todos, siempre y en todas partes. No lo olvides nunca hermano: el mejor amigo te acompaña siempre, aprende a descubrir cómo lo hace por medio de su Espíritu, la comunidad de creyentes te ayudará a descubrirlo.¡Cristo sigue viviendo! ¡Aleluya!. 

 

VI PASCUA

    ¿Cómo es posible mantener una conversación con Jesús resucitado?

    Pues porque Él “sigue viviendo” aunque el mundo no lo perciba, aunque seamos inconscientes de su presencia, más para los que lo vemos vivo por la fe, Él es causa de que vivamos en plenitud. Así nos lo asegura en el Evangelio. San Pedro refuerza ese mensaje al final de su carta cuando nos dice: “Muerto en la carne, pero vivificado en el espíritu”. 

    Y ahí radica el quid de la cuestión: Es posible mantener una conversación con el resucitado porque el Espíritu Santo nos habita, lo causa y nos muestra la senda verdadera. Las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy son muy claras en este sentido. El Espíritu que nunca nos deja, no permite que estemos huérfanos de Jesús, nos pone en contacto con quien habita en el Padre. 

    Y su conversación es muy clara, su enseñanza nos conduce a amar como Cristo Jesús nos ha amado. Si Jesús es la red de redes, el Espíritu es la conexión wifi que nos permite acceder a ella, y nuestra fe es el afán de querer usar dicha red, a través de nuestra conexión wifi, para enriquecernos con esa información. Aunque para ellos necesitemos un tutorial o una persona que nos enseñe como hacerlo y nos explique las razones para conectarnos. Eso es la Iglesia. Concretamente Pedro en su carta nos enseña que la escucha de Jesús, nos lleva a actuar de una manera adecuada al Evangelio de Jesús, y distinta de como muchos proceden en el mundo. Y nos estimula a seguirlo.

    Ese Espíritu nos mueve como a Felipe a dar a conocer a otros todo lo referente a Cristo Jesús, nos convierte en causa de alegría para los demás, nos hace dar razón de nuestra esperanza a quién nos la pida con respeto y sin imposiciones ni prepotencias.  Pedro también nos lo enseña. Pero eso no basta.

    Si queremos que esas personas también aprendan a mantener una conversación con Él, si queremos que su corazón arda, necesitan llenarse del Espíritu Santo. Ha de invocarse sobre ellos. Qué importante es por eso la Confirmación. Es triste que muchos bautizados se priven de ella, de esa imposición de manos y crismación. Así que si quieres vivir una Pascua perenne: ¡Confírmate!. Y cultiva el don recibido, y te garantizo, que en más de una ocasión, lleno de alegría, como los samaritanos de la primera lectura, cantarás diciendo: ¡Aleluya!.

 

V PASCUA

    La conversación con Jesús resucitado suscita la asamblea de los creyentes en Cristo. Esto es: la Iglesia. La Iglesia no es otra cosa que el Pueblo de Dios, el pueblo de los que escuchando la Palabra de Jesús, seducidos por su luz resucitada, después de ver como les hace arder el corazón, se encaminan tras sus pasos de manera decidida. Pensar que la Iglesia es el clero o los religiosos solamente es como decir que españoles son solamente los que son funcionarios o los políticos de turno, y los demás no formamos parte del pueblo español. Pedro en su carta lo ha explicado estupendamente: sacerdotes del Señor que ofrecen sacrificios de amor por los demás como Jesús, somos todos, los que conversamos con Él hacia Emaús. 

    Cuando cunde la Palabra de Jesús, cuando aumenta el número de los que conversan con Él, se amplía la comunidad, crece el Pueblo de Dios, y surgen muchos servicios para que todos puedan encontrarse con Cristo Jesús en condiciones de igualdad. Y todos los servicios no son desempeñados por los apóstoles. Muchos servicios son prestado por discípulos de distinto tipo. El libro de los Hechos lo testimonia.  

    Así que para ser Iglesia, sólo basta ser como Felipe. Dialogar con Jesús, aunque no lo entendamos por completo. A veces somos inconscientes de que Jesús camina a nuestro lado resucitado y de lo que ello significa. Pero Jesús con paciencia infinita, nos acompaña. Y no cesa de responder a nuestras preguntas. Y de iluminar nuestra mente. Sin este diálogo íntimo con Jesús, convertirse en su seguidor es una tarea poco menos que imposible. Hasta Pablo para cambiar, camino de Damasco, necesitó mantener un diálogo con el resucitado, y eso fue lo que le cambió el corazón. Solo cuando eso ocurre conviertes a Jesús, en tu camino, tu verdad y tu vida. Entonces entras en la paz, no pierdes la calma. Crees en Él y en Dios. El te hace comprender que en las manos del Padre están todos y todo. Y sabes que tu amigo que camina a tu vera, siempre intercederá por ti. Y aunque no lo entiendas del todo, aunque dudes, te sientes amado por Él hasta el extremo. 

    Esto es la Iglesia de veras, y no una empresa fría y legalizada hasta el hartazgo, donde sus miembros son siervos de los que mandan, convirtiéndose en sombras del cabecilla de turno. Jesús es mucho más respetuoso que eso y mucho más humano, y por ello, infinitamente divino. Por eso si quieres ser iglesia, habla con el resucitado en la liturgia, la palabra y la oración, y poco a poco, iras saliendo de tu inconsciencia ante su presencia, y Él te revestirá con la luz de su Pascua. 

 

IV PASCUA

    Vivir en abundancia. Vivir en Plenitud. VIDA con mayúsculas, que decía mi querida catequista de confirmación. De esto va el seguimiento de Cristo. 

    Y es que no es lo mismo vivir que saber vivir. No es lo mismo saber vivir que malvivir. Oír la voz de Jesús resucitado, escuchar su palabra, entrar por su puerta y seguir sus pasos, nos inunda de un caudal de sabiduría sorprendente. La conversación con el Resucitado nos cambia la vida para bien. Pues nadie como Él posee palabras de Vida Eterna, como Pedro dijo cuando caminaba tras los pasos de Jesús, al que convirtió en su 

Buen Pastor.

    Y es que a Jesús se le puede crucificar, rechazándolo, o se puede aceptar convirtiéndolo en fuente de salvación. La conversación con el resucitado, en la que consiste nuestra espiritualidad como caminantes de Emaús, nos sumerge en una experiencia de salvación. Así es vista la iglesia naciente hoy por la primera lectura. Formar parte de ella, supone por tanto convertirse. En la Iglesia podemos estar de dos formas, sin convertirnos como cizaña, o dando fruto como buen trigo, por medio de la conversión sincera y la vida sacramental en la que esta se apoya, y sin la cual la conversión es imposible.

    Seguir a Jesús es mantener con Él esta conversación que nos transfigura gradualmente.  Y esa transformación se opera en nosotros por medio del Espíritu del Resucitado que nos llena de gracia. Y nos conduce al bien. ¿Y qué es el bien? El amor que no conoce agresividad alguna. 

    Cuando nos embarcamos en espirales de agresividad sólo somos capaces de inundarlo todo de violencia. ¿Quién puede sonreír en esas circunstancias? En esa vía sólo hay sufrimiento y muerte. Las guerras como la actual son una prueba clara de ello. Agredir provoca una respuesta. Por eso el amor en este mundo, en la persona de Jesús, terminó crucificado. Convertirse es aprender a pensar, a sentir y a actuar como Jesús. Por eso aunque occidente se llama cristiano, es posible afirmar cómo dijo Juan Pablo I, que nuestra cultura es como una piedra sumergida en el agua durante siglos, pero cuyo corazón sigue estando seco para su desgracia. El amor cristiano no ha calado en el corazón de nuestra cultura. 

    Quizá sea esa la razón de que malvivamos tanto. O de que solamente vivamos a medio gas. Una vida sin mayúsculas. Jesús resucitado nos enseña con su hermosa conversación lo que es vivir en plenitud, lo que es vivir en abundancia. Y no lo hace mandándonos o dirigiéndonos cuál marionetas. Este Pastor, camina a nuestro lado, nos escucha, nos ilumina con su palabra y siempre nos ama, y nunca nos abandona, ni en la luz ni en la oscuridad. 

    Así que ¿deseáis vivir en plenitud? Escuchad su Palabra, reconoced su voz y con paso firme, seguid sus pasos.

 

III PASCUA

    Los agobios no cesan. En el caminar de la vida, unas veces por unas cosas, y otras por otros motivos, no faltan razones para entristecernos, para sentir miedos, para perder el aliento y desesperarnos, para inquietarnos y angustiarnos, para sentirnos vacíos y fracasados, para dejar de creer en todo y en todos. El camino de la vida es incierto y las inseguridades constantes provocan esas Inquietudes. Y sus comparsas emocionales, anteriormente citadas, les son anejas.

    Ser caminante hacia Emaús supone no olvidar que en ese lugar se desarrolló una de las grandes batallas de la guerra de los macabeos. Así es la vida, una suerte de guerra en la que nos vemos envueltos, donde los conflictos, no cesan. Por eso es todo un descubrimiento para nosotros que nos sorprenda un caminante inesperado y desconocido. ¡Sorprendente sí! y casi mágico. Un caminante que comparte nuestra conversación, escucha nuestros motivos, y con sus palabras nos cambia por dentro. Nos hace arder el corazón. Eso ocurre cuando escuchamos su palabra, cuando celebramos la Eucaristía, cuando le dedicamos tiempo. Cuando escuchamos su voz, a través de testigos suyos. 

    Si tuviera que contaros la cantidad de veces que su palabra me ha sorprendido, como dice Juan en su evangelio, me faltarían páginas y libros para poder escribir y relatar tales encuentros y sus gloriosas consecuencias. Su voz me ha transfigurado constantemente a lo largo de mi vida, desde que unos testigos suyos: mi Juan y mi Mariana, me pusieron en contacto con Él. Dios los bendiga siempre por ello. Emaús es una constante en mi vida personal. Nada hay comparable para mí a vivir esos encuentros a través de su palabra, de la liturgia y de la oración con ese caminante misterioso pero real que me hace arder el corazón y me renueva todas mis energías internas, pues con su conversación me cambia. 

    Su conversación es para mi sagrada por ello. Me hace comprender que la muerte y todo lo que ella representa de frustración de una existencia que busca desarrollarse constantemente, abismándola por ello al absurdo, esa muerte, ha perdido su domino. Pedro lo dijo en su discurso inicial y también lo repitió después con hermoso encanto, el poeta Dylan Thomas. Porque mi compañero de camino vive. Ha pasado por la muerte y la ha vencido. Por eso en su carta Pedro nos enseña qué nos volvamos al Padre que lo resucitó. Que pongamos en Él nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor. Pues esa triple actitud es lo que lo cambia todo. Y expulsan las sensaciones amargas, cuando nos vemos agobiados por las circunstancias difíciles. Fe en todo y en todos. Fe en mí. Fe en Dios. Esperanza para todos, para todo y también para mí, porque Dios está como estuvo en Cristo, el que camina a mi lado y me hace arder el corazón. Amor a todo, a todos, amor a mí mismo, amor al Dios que me ha amado primero. El amor lo cambia todo. 

    Fe, esperanza y amor. Esas son la llamas que abrasan tu corazón cuando conversas con el caminante misterioso, que luego se revela como Jesús el Cristo, nuestra Pascua, Él que estuvo muerto y ahora vive por los siglos. 

    Tu conversación me resucita Señor y me enseña que “el antiguo temor de Dios veterotestamentario” a la luz de tu amor hasta el extremo, consiste en en creer en el Padre que te ha resucitado, en esperar en Él y amarle con toda el alma como tú lo has hecho. Movidos por aliento divino, que emana de tus labios santos y misteriosos cuando caminas a nuestro lado. Que nunca nos falte Jesús ese aliento divino tuyo, ese Santo Espíritu “tuyo” que derramas en nosotros cuando nos hablas, ese aliento nos diviniza, nos llena de gracia, nos abre puertas inauditas, y sin él, nada podríamos. Haznos siempre arder el corazón con tus palabras resucitadas preñadas de ese divino aliento que todo lo crea de la nada. AMÉN.

 

II PASCUA

    La conversación con Cristo Jesús resucitado que mantenemos siempre con Él, cuando oramos, cuando celebramos la liturgia, cuando escuchamos su Palabra, cuando vivimos unidos en el amor fraterno, como Hechos y Juan nos enseñan, la Paz se apodera de nuestras vidas, esa paz que no es como la que da el mundo, es la paz en lo más hondo. Una paz acompañada por el gozo y la dicha. 

    Esa paz es fruto de que el miedo se eclipsa, de que el llanto no nos ahoga, de que la esperanza se mantiene viva, de que las dudas no se apoderan de nosotros pues no tratamos con un fantasma, de que el fracaso y el vacío no nos sumergen en la oscura noche del nihilismo, de que la incredulidad en la vida cesa. Caminar y conversar con el resucitado hacia Emaús, es lo que provoca en nosotros. Esos son los efectos de su conversación. El rastro que deja en nosotros es la vida en plenitud.

    También como nos enseñan Pedro y el Salmo, nos infunde fuerza y energía, porque a veces la vida se torna un crisol durísimo donde pasamos pruebas que pueden llegar a resultar hasta terribles. Y la compañía de Jesús se hace extraordinaria para poder mantenernos en pie. Por eso suele ocurrir que a toro pasado, muchas veces, nuestra vida se convierte en una acción de gracias, cuando vemos lo que hemos sido capaces de soportar y resistir. Pero es preciso remarcar que en esos momentos ni vemos ni tocamos nada, sólo la fe madre de la esperanza nos guía, sólo la fe ofrece apoyo a la dicha, una fe desnuda, esa es la fuente de nuestra resiliencia en esas horas oscuras. 

    Todos estos efectos los experimentamos en esta suerte de comunidad prodigiosa que formamos los que seguimos a Jesús, y muchas veces va más allá de la mera apariencia institucional de lo que llamamos Iglesia. Es frecuente cuando se habla con creyentes de los de veras, comprobar cómo la experiencia de la compañía del resucitado les ha cambiado la vida. Y esos momentos se perciben muchas veces a toro pasado, porque durante la resolución de los hechos, los ojos no son capaces de ver al que interviene a nuestro lado, sin embargo cuando todo queda claro, entonces es muy difícil ignorar que el Señor Jesús ha estado caminando a nuestro lado, y en ese trance, el corazón ardiente, explota en una acción de gracias infinita, en una alabanza espontánea. Y como María en el Magnificat decimos: ¡Maravillas!. En nuestra comunidad vemos prodigios, porque el resucitado camina a nuestro lado y conversa con nosotros. 

    Es más Jesús acepta que nuestro encuentro con Él sea gradual. Y es capaz de iniciar una conversación con nosotros hasta cuando aún no creemos en Él. Y su paciencia, nos hace ir comprobando que su inefable misterio no es una ocurrencia. Y como a Tomás, nos da tiempo, para encontrar nuestro propio camino hacia Él. Los que hemos pasado por esa vía lo sabemos muy bien, pues no todos nos levantamos creyentes en Cristo Jesús desde nuestro nacimiento. Algunos descubrimos después, que Él está vivo y resucitado. Y su paciencia y pedagogía nos condujeron a nuestro presente gozoso en el que experimentamos su luminosa compañía. 

    Así que amigos y hermanos, ¿qué deciros? En esta Pascua, os recomiendo, si queréis vivir en plenitud, no dejéis nunca de caminar con Cristo Vivo y Resucitado. No dejéis de tenerlo por compañero de camino. Y de este modo inmersos en su conversación, su Palabra viva os hará arder el corazón. ¡ALELUYA!.

 

DOMINGO DE PASCUA

    Tras el silencio de este santo sábado, tras esta espera contenida la comunidad cristiana experimenta esa inmensa alegría que todos los años nos convoca en esta noche santa.

    Y es que nuestra conversación, como los que fueron  camino de Emaús, se ve enriquecida por ese compañero de camino singular, ese al que cuesta reconocer con nuestros ojos de carne, pero que nos hace arder el corazón como nadie. 

    Él nos escucha, oye nuestros lamentos, nuestras sinrazones, nuestro desaliento, nuestra falta de esperanza, nuestra inquietud, esa falta de paz que nos mata por dentro, que nos hace pensar que la vida es fea y mala, una burda mentira. Nos ahogamos en el nihilismo pensando que todo es para nada. Él nos escucha. Y jocoso, nos llama necios y torpes para comprender. Y con las Escrituras, como una palabra viva, hace arder nuestros corazones, comparte con nosotros su Pan Vivo y nos resucita a los que caminamos como muertos en vida. Y nos devuelve a la vida con una energía impresionante. Si la Iglesia no es esto amigos míos, no es nada. Si no ocasiona esta experiencia gozosa de salvación es sal que se ha vuelto sosa. 

    Su Palabra Viva, parece poca cosa, pero es una levadura que hace fermentar nuestra masa vital. Y nos hace comprender y descubrir que la vida es mucho más de lo que en nuestras cortas luces pensamos. Nos hace sentir de una manera nueva. Y nos lleva a actuar de un modo sorprendente. 

    No hay nada ni vacío cómo pensamos. Pues el aliento de Dios ha hecho aparecer todo. Como un todo muy bueno. La vida no ha de asesinarse, ha de acrecentarse y multiplicarse sin cesar. Hay que pelear contra los que quieren destruirla  moviendo mares de su sitio si hace falta. La vida hay que amarla con ternura, y glorificarla. La vida no hay que desperdiciarla escuchando otras palabras que la desangran y marchitan. La vida hay que vivirla con sabiduría y gestionarla con inteligencia, la inteligencia que brota del amor. La vida hay que salvarla cuando equivocada trata inútilmente de latir con corazones de piedra, pues el Espíritu de Dios sabe que sólo con corazones de carne es posible vivirla. Qué sabias son las Escrituras que resuenan como nunca en los labios santos de ese compañero singular de camino. La vida es para resucitarla, no para encerrarla en sepulcros vacíos después de haberla crucificado con torpeza y crueldad. La vida es para vivirla sin miedos. La vida es para vivirla con ALEGRÍA. ¡ALELUYA!. COMO ARDE MI CORAZÓN CUANDO TE ESCUCHO JESÚS MÍO RESUCITADO. POR ALGO ERES MI DIOS Y MI SEÑOR. 

    Tu voz sagrada Jesús Vivo vacía hoy el sepulcro maloliente y oscuro que es mi corazón. Tu Palabra calienta mi corazón después de que la nada lo hiele con su venenoso aliento. Tú no me dejas ser nunca un muerto en vida. Gracias por caminar a mi lado Jesús. Gracias caminante que compartes mi senda y me amas y me quieres más que yo a mí mismo sin dudas de ningún tipo. Basta oírte y creerte para que como a Magdalena, a Juan y a Pedro nos cambien por completo los sonidos de nuestro corazón, de modo que nuestro lamento cansino se transforme en un hermoso canto. A tu lado resucitado la vida es bella, a tu lado  mi Señor la vida es buena, a tu lado mi Dios la vida es verdadera, muy verdadera. No sé que es el vitalismo si no camino contigo Jesús resucitado. Pues no es lo mismo vivir que vivir en plenitud viviendo en abundancia.

    Es la Pascua amigos. Es la Pascua hermanos. ¡FELIZ PASCUA TESOROS! PORQUE ESO SOIS TODOS Y CADA UNO PARA EL CRISTO QUE NOS AMA COMO NADIE, HASTA EL EXTREMO, ESTE AMOR QUE RESUCITADO HOY SE AFIRMA COMO MÁS FUERTE QUE LA MUERTE. ¡FELIZ PASCUA FAMILIA!¡VERDADERAMENTE CRISTO HA RESUCITADO HERMANOS!¡UNA NUEVA HUMANIDAD  Y UN NUEVO UNIVERSO SON POSIBLES!¡JESUS RESUCITADO LO HACE POSIBLE!¡ALELUYA!.

 

VIERNES SANTO

    ¿Quién eres tú? Todo el Evangelio de Juan se fundamenta sobre esa pregunta. Y la Pasión que hemos leído no puede ser menos. Diríamos que mientras que Jesús sabe quién es, los demás se desconocen a sí mismos, viven perdidos en el no saber, en las mentiras; si Cristo es la Luz, ellos son las tinieblas. Por eso Jesús posee una plenitud que ellos no son capaces ni de vislumbrar. Pero lo que vale para aquellos también puede valer para nosotros. Así que indaguemos en Cristo Jesús guiados por los textos que se nos ofrecen y descubramos como la luz del Hijo de Dios puede sacarnos de nuestras tinieblas.

    Isaias nos enseña que Jesús es tratado como el chivo expiatorio por los suyos. Qué costumbre más aciaga la nuestra, por no reconocer nuestra culpa, somos capaces de culpar a un inocente y hacerle pagar por nuestros errores. Y así es como pretendemos encontrar la paz para nuestro conflictos, haciendo responsable a quien no lo es, de nuestras miserias. Jesús ante nuestra manera equivocada de actuar se deja hacer y lo que es más siente compasión por nosotros y aunque lo martiricemos y lo convirtamos en un monstruo sanguinolento, nos ofrece su misericordia. Pues la humanidad verdadera está llamada a acabar con esta macabra práctica de convertir a los demás en chivos expiatorios. Primera lección para abandonar las tinieblas y caminar hacia la luz.

    El salmo nos muestra que de la inquietud y la angustia Jesús sale confiando en el Padre Dios. La Carta a los hebreos también nos enseña esto mismo. Cuando la nada nos sumerge en la muerte, cuando nuestro universo se desintegra, sólo mirando más allá del mismo, y confiando en quién puede hacer surgir todo de la Nada, somos capaces de encontrar la paz. Los budistas también miran a la Nada esperando un Nirvana. Pero Cristo no sospecha, confía y se abandona en las manos del Padre, pues sabe que este no lo dejará en la estacada. He ahí la clave de la lección que precisamos. Esta fe mueve montañas, porque es capaz de abrir nuevos universos, cuando la nada se adueña de todo por medio de la muerte. Las inquietudes y las angustias no consiguen anidar en nosotros y apoderarse de nuestra vida, cuando esta confianza de Jesús en el Padre, se adueña de nosotros. Segunda lección para dejar atrás las tinieblas y entrar en la luz.

    Hebreos nos regala además otra lección inmensa. Jesús es empatía pura, comprensión perfecta. Ha sufrido y ha muerto. ¿Cómo se va a asustar nuestra situación?¿Cómo no entendernos?. Nunca le somos ajenos. Por eso no hay soledad posible en su divina compañía. Pues en ese valle oscuro que tú estás ahora, ya ha estado Él, pues no quiere que ningún corderillo de su rebaño se pierda y como buen Pastor, nunca deja de lado a los suyos, aunque para ello tenga que descender a los mismos infiernos con tal de salvarlos. Empatizar y comprender es el camino para ser verdaderamente humanos. La divinidad muestra a la humanidad su mejor rostro posible. Tercera lección para caminar hacia la luz abandonando las tinieblas.

    Juan por eso nos enseña a todos los que sufrimos el yugo de las tinieblas quien es el ser humano pleno: Poniendo a Jesús en el centro de la vorágine de las tinieblas nos dice: “He aquí el hombre”. Jesús no está perdido como todos los demás, Él sabe quién es: “Yo soy” afirma a cada instante. Soy el que salva. Soy el Hijo de Dios. Soy el rey de los judíos, un rey que no es de este mundo. Soy la verdad. Soy el Hijo que os regala a su Madre y os pide recibirla como Madre. Soy el que cumple. Soy el digno. Soy el que os enseña a ser quienes sois, más allá de tanta oscuridad y necedad. Pero lo hago sin imposiciones. Sino de un modo eucarístico. 

    ¿Acaso no has visto como estaba Jesús en el monumento? Ha estado al alcance de tu mano. Podías profanarlo y destruirlo, pero también podías en cambio alimentarte de Él y aprender de Él, apoyado en su pecho, permaneciendo en su amor. Puedes llenarte de su vida. Su presencia libera tu libertad y le permite alcanzar metas para ella inalcanzables por sí sola. El que viene a enamorarnos no necesita imponerse, le basta con proponerse. Yo soy aquel cuyo amor más grande que el mío no ha sido conocido, porque doy la vida por mis amigos. Yo soy el que ama hasta el extremo. Cosa que no hacen los que hoy lo rodean por doquier en el relato de la Pasión según san Juan. Ser luz en medio de las tinieblas es ser amor en medio del odio y el egoísmo. Cuarta y última lección para despejar cualquier tiniebla de nuestra vida y revestirnos por completo de su luz.

    ¿Quieres vivir en plenitud? Aliméntate del costado abierto de Cristo con su agua bautismal y su sangre eucarística. Entra en comunión con su dulce y divino amor, y no lo sepultes bajo la enorme piedra del olvido. Pues entonces sólo tendrás tinieblas y nunca sabrás qué es la luz. 

 

JUEVES SANTO

"Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo”. El amor nos descubre la verdad, la bondad y la belleza de los demás, del mundo y de nosotros mismos. De igual modo para los creyentes nos descubre la verdad, la bondad y la belleza de Dios. Jesucristo es ese amor en movimiento que ve la verdad, la bondad y la belleza de todo y de todos. Jesucristo es Dios amando. Y esa mirada glorificadora, transfigura todo lo que toca, revelando su misteriosa verdad, bondad y belleza. Esto es lo que hemos empezado a celebrar hoy, la manifestación máxima de este amor. 

    Por ello es importante tomar conciencia de por qué es preciso celebrar esto dominicalmente, semanalmente y anualmente. Cada Domingo del año, durante dos semanas consecutivas (Ramos y Pascua) y anualmente en el Triduo Pascual (Viernes, Sábado y Domingo), coincidiendo estos tres ciclos en un sólo domingo: el próximo. 

    El ser humano no es amor siempre. Y menos aún amor hasta el extremo. En tiempos de guerra esto se hace particularmente evidente. No sabemos ver nuestra propia verdad, bondad y belleza. No sabemos ver la verdad, la bondad y la belleza de los demás. No sabemos ver y vivir un mundo, que en su imperfección, también rebosa verdad, bondad y belleza. A veces nos convertimos en máquinas de crucificar que destruyen todo, y se empeñan en convertir verdades en mentiras, bondades en maldades y bellezas en fealdad. Yo no soy perfecto y con facilidad a veces me percibo endemoniado en mis ideas, mis afectos y mi conducta. Y me imagino que tú quizás puedas también a veces sentirte como yo me siento. 

    Por eso a un niño que preguntaba a un sacerdote por qué este Señor tenía que morir todos los años, hay que responderle con cariño que lo necesitamos para transfigurarnos, para convertirnos, para aprender el camino del amor y de este modo, poder vivir en plenitud, liberados. Nuestra transfiguración es gradual y constante. Estamos sumergidos en el proceso del amor de un modo permanente.     

    De ahí que tengamos que hacer memoria porque ella revive este amor infinito ante nuestros ojos. De ahí que tengamos ante nosotros esta tradición para repetir siempre su amor hasta que se convierta para nosotros en costumbre. De ahí que siempre consideremos este ejemplo para seguirlo incansablemente. De ahí que tengamos que agradecer siempre este amor que se nos regala porque gracias a Él, evolucionamos hacia nuestro nuevo ser, sin el cual, simplemente seríamos un ensayo fallido, un fracaso sin solución. La memoria revive. La tradición repite. El ejemplo educa. La celebración agradece. Y todo ello en común nos llena de gracia. Eso es la liturgia. Y la Eucaristía y sus sacramentos subsiguientes, y el sacerdocio, están al servicio de que permanentemente nos podamos encontrar con este misterio vivo que nos recrea de nuevo, que nos diviniza, que nos santifica, y que nos glorifica. Y así poder convertirnos en Cáritas. Pues Cáritas es la constante invitación a todos de que ejerzamos el mandato recibido y demos frutos abundantes de amor hacia todo y todos. Cuánto insistimos en no comer de esto o de aquello, cuál judeocristianos retrógrados, y que poco insistimos en dar durante la cuaresma a Cáritas un donativo para que no les falta nada y todos puedan disfrutar de los necesario.  Sin Cáritas la liturgia se queda a medio camino.

    Bien haríamos en no seguir los pasos de Pedro, y negarnos a celebrar la fe so pretexto de que nosotros no necesitamos tal cosa para ser “buenos”. Porque si no nos lavamos con Jesús nada tendremos que ver con Él. Necesitamos permanecer en su amor, pues sin Él, nada haremos. Pues como a Pedro nos ocurrirá que flaquearemos antes de que cante tres veces el gallo.

    Así que no son un precepto la misa y los sacramentos. Son mucho más que eso. No son buenas estas prácticas por estar mandadas. Si están mandadas es porque son buenas. ¿Y por qué son buenas? Porque sin la gracia que nos regalan, jamás seríamos capaces de aprender a amar de manera permanente como Cristo, el cual, cómo bien os he dicho al principio, tal día como hoy: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo”.

 

RAMOS

    Desde el inicio de la cuaresma te vengo diciendo que la conversión consiste en romper las cadenas que nos impiden vivir en plenitud. Eso es lo que llamamos pecado. Liberarnos de esas cadenas es lo que yo comprendo como conversión.

    Hoy se nos ofrecen a nuestra consideración cuatro cadenas más de las que debemos liberarnos si queremos vivir plenamente.

    La primera es perder el miedo al conflicto que conlleva ser libres. Isaias lo testimonia claramente. Sin aceptar ese conflicto como parte connatural del ejercicio de nuestra libertad, siempre seremos sombras de los demás. Marionetas de quienes pretenden tiranizarnos.

    La segunda es renunciar al falso prejuicio religioso que nos lleva a considerar que todo lo malo que nos pasa es voluntad de Dios porque Él lo quiere o lo permite o no lo impide. El Salmo nos enseña qué los que nos hacen sufrir son otros. Unas causas distintas de Dios. Dios es esperanza para los que sufrimos, y no justificación de los que nos hacen sufrir. Putin no es voluntad de Dios para los ucranianos que sufren, sino el mal del que Dios nos insta a liberarnos. Dios es esperanza agente y militante, no resignación ante los monstruos. 

    La tercera es dejar de lado la soberbia. Ella nos lleva a pensar que somos el centro del universo. Aunque Wittgenstein afirme que el lenguaje humano es el pórtico explicativo del universo, es preciso comprender que el universo existía antes que el ser humano y sus lenguajes. Y no precisaba del humano para ser. No somos el centro de nada. Pensar así nos convierte en fétidos para los demás vivientes y en idiotas integrales a los que decidimos vivir de semejante manera. Es preciso descubrir que Jesús cuando se entrega por nosotros se hace irrelevante, porque quiere salvar a los que carecemos de importancia. A los prescindibles. Y quiere hacerlo porque nos ama, no porque lo merézcanos en modo alguno. La humildad es nuestra verdad. Y en ella descubrimos la altura del amor de Dios que en Cristo Jesús nos pretende. 

    Por último la cuarta y última cadena de la que debemos liberarnos si queremos vivir en plenitud es nuestro empeño absurdo en crucificar sin cesar. Nos crucificamos a nosotros mismos, a los demás, al mundo en el que vivimos, de la misma manera que crucificamos a Dios cuando lo tuvimos a nuestro alcance. La Pasión de San Mateo nos lo enseña. Crucificamos cuando traicionamos, cuando nos dormimos ante la tristeza y agonía de los demás, cuando apresamos al inocente, cuando inventamos mentiras para condenarlo, cuando somos violentos y maltratadores, cuando negamos a nuestros amigos, cuando vendemos por dinero lo que sea necesario, cuando por sucia política nos lavamos las manos ante causas injustas, cuando torturamos y masacramos, cuando ayudamos con desgana, cuando nos burlamos, cuando somos crueles, cuando humillamos, cuando damos vinagre para beber a los que tienen sed, cuando nos mofamos de quien se conoce a sí mismo. Leyendo la historia de la teología descubro amado Jesús, que tus seguidores cristianos te han discutido como Hijo de Dios, como hombre verdadero, como auténtico resucitado. Crucificamos en nombre de una religión pervertida a todos y a todo, llevados de prejuicios infaustos. Crucificamos cuando pretendemos sepultar a los discordantes y hacerlo de manera expedita, de modo que nunca más puedan pretender cuestionar nuestro torpe modo de ver las cosas, por muy religioso que este sea. Crucificar sin cesar nos impide vivir en plenitud a nosotros mismos, a los demás y al mundo, cómo abortamos la LUZ del MUNDO, que caminó a nuestro lado. 

    Así que concluyo esta cuaresma invitándonos a todos a liberarnos de esas cadenas que masacran nuestros justos anhelos de plenitud. Es fundamental abrir las puertas de nuestras vidas a Jesús que llega a nosotros, en la humildad, sentado en un borriquillo, sin alharacas ni mayores pretensiones. 

    Nuestra meta última en la vida, no ha de ser crucificar sin cesar, sino resucitar y glorificar a todos y a todo. 

    Por ello Padre Santo, esta Pascua, regálanos tu Santo Espíritu para que resucitándonos, a  nosotros, a los demás y al mundo, dejemos de lado este afán macabro de crucificar a los demás, porque como Putin, nos empeñamos en pasar por este mundo siendo entes destructivos de todo lo bueno, todo lo bello y todo lo verdadero aunque seamos nosotros mismos los chivos expiatorios de nuestros anhelos infaustos y soberbios de satisfacción medieval, perniciosa y oscura. Que venga tu Reino Padre, y que lo demás fenezca y calle. Sin esto será imposible para todos y para todo, vivir en plenitud. 

 

V CUARESMA 

    A veces convertimos nuestra vida en un sepulcro. En vez de vivir, morimos. En vez de crecer, nos pudrimos. En vez de alcanzarlo todo, nos desvanecemos en la nada. Encerrarnos en un sepulcro nos impide vivir en plenitud. Así que necesitamos cambiar eso. Necesitamos salir de ahí. No podemos empeñarnos más en vivir como muertos en vida. 

    A veces nos empeñamos en cerrarnos a la acción de la misericordia de Dios, porque creemos que no tenemos solución. Eso nos impide también vivir en plenitud. También esa manera de pensar nos sumerge en la oscuridad del sepulcro. Y aborta nuestro aliento vital. Necesitamos mirar al Dios misericordioso a los ojos y llenarnos de esperanza. Siempre hay una nueva oportunidad a nuestro alcance.

    A veces creemos que lo único importante es nuestra carne, es decir, nuestra apariencia, nuestro exterior. Y caminamos por la vida como nueces huecas. Así son los sepulcros. Realidades vacías pues sólo en apariencia encierran algo, cuando realmente con el paso del tiempo, sólo contienen un océano de polvo y nada más. Necesitamos detenernos un rato, y considerar que si todo el mundo fuese ciego, que sería lo que a mí me convertiría en atractivo. O sea ¿Cuál es la belleza de tu espíritu? ¿O en un mundo de ciegos pasarías inadvertido porque tu espíritu está totalmente abandonado y nunca ha sido cultivado?. Mientras que la carne se desvanece, el espíritu se mantiene vivo. El culto al cuerpo en olvido total del espíritu nos sepulta en la frivolidad que no conduce a parte alguna.

    A veces le damos al Espíritu de Dios con la puerta en las narices. Y cuando hacemos tal cosa, es como si impidiésemos al oxigeno entrar en nuestros pulmones. No hay vida en plenitud sin el Espíritu de Dios, como no hay arte alguno en el taller, sin el alfarero pertinente, sólo barro que podría haber sido y nunca fue.

    A veces no nos percatamos que sin la fe en la resurrección nuestra vida es un sepulcro pestilente. A veces no nos percatamos de que sin esta fe, no tenemos esperanza alguna. A veces no nos percatamos que sin esta fe el amor se convierte en llanto amargo, y no logra glorificarse jamás. Jesús llora porque ama, pero su amor y su fe en el Padre son de tal magnitud, que rompe el sepulcro vital, en el que nos encerramos y glorifica todo lo que toca. 

    Así que ya basta de sepulcros. No convirtamos más nuestras vidas en un funeral perpetuo. Hemos nacido para la gloria, y cómo bien dijo Ireneo la gloria de Dios está en que el hombre viva, y no de cualquier manera, sino en abundancia. Convertirse os lo repito, es salir de los sepulcros en que hemos convertido nuestra vida y vivir en plenitud.

 

IV CUARESMA

    Tres actitudes nos impiden vivir en plenitud. Y es necesario liberarse de ellas.

    La primera juzgar a las personas por las apariencias. Es preciso mirar al corazón. Porque sólo entonces no te equivocarás. Y no puedes creer que conoces a alguien por su mera apariencia externa, algo que en nuestra época hacemos tanto usando de las redes sociales de distinta especie. Sólo conoces de verdad a alguien cuando su corazón no te es desconocido. No basta imaginar que hay en él, es preciso saberlo. 

    En segundo lugar hay una triada maléfica a evitar en cualquier circunstancia: la mentira, la maldad y la injusticia. Esa senda nos conduce a la tiniebla. Una vida es luminosa y no oscura cuando sirve a la verdad, a la bondad y a la justicia. Un mundo malvado, injusto y lleno de mentiras, no será nunca un mundo feliz. Yo no sé como nos cuesta tanto verlo, parece que nos gustase ser necios. 

    En tercer lugar es preciso superar la ceguera que brota de la soberbia y el miedo. Los realmente ciegos de la pasaje evangélico son los fariseos y los padres del chico enfermo de ceguera. Pero la suya no es una ceguera mental, como la de los demás. Pues en su corazón no hay soberbia, ni tampoco miedo. Es un ser humano abierto a la luz. Y su paciencia le permite crecer en su conocimiento de manera progresiva. Gradual. Y al final llega al conocimiento de quien le permite vivir en abundancia. En un proceso. Sin sentirse preso del abandono o la incomprensión de los que creía suyos. Y abre así los ojos a nuevo marco de relaciones, a un universo nuevo. Donde todo es comprendido de manera distinta. 

    Jesús es un aliento a emprender esta liberación interior. Él nunca juzga por apariencias. Mira los corazones. Él siempre es veraz, justo y bondadoso. No sabe nada de tinieblas. Porque es la luz del mundo. Por eso no hay ceguera mental en su persona. Y por eso ilumina a cuantos le conocen, le aman y lo siguen como éste hombre curado que el Evangelio no enseña. 

    Así que libéranos Señor de estas tres cadenas que nos atenazan y nos impiden vivir en plenitud, pues si no estaremos presos de nuestras cegueras como Samuel, los efesios, los fariseos y los familiares del hombre curado.

 

III CUARESMA

    Hoy las Escrituras nos señalan un sólo motivo que impide que podamos vivir en plenitud: el divorcio entre Dios y nosotros. 

    La sed infinita de plenitud que sentimos los humanos, no puede ser saciada por realidades finitas. Y por eso sufrimos esa sed que nunca cesa. Esa sed recordaba siempre Agustín que sólo puede ser saciada por el único infinito que existe: Dios. Las realidades temporales, las infinitas parejas como en el caso de la samaritana, el dinero, u otras cosas, aunque nos pueden entretener, no pueden saciar esa sed que sólo puede ser satisfecha por el agua viva que brota del corazón de Jesús. Por eso es importante no confundir la distracción, el divertimento, o la frivolidad con la plenitud. 

    Dios nos ama aún cuando no lo merezcamos. Como un día le fue dicho a Daniel el profeta, por el ángel del Señor: Dios te quiere mucho. Dios es un amor gratuito permanente, un hontanar de gracia sin fin. De eso le habla Jesús a la samaritana. Más nosotros, adoramos a dioses falsos en otros montes. Cómo hacían la samaritana y sus paisanos. El dios amo y caprichoso que nada sabe del Amor de Dios que Cristo nos revela. Cuantas veces la religión, lejos de acercarnos al Dios verdadero, nos ha alejado de Él, deformando su rostro. Pretendiendo eclipsar su luz con las tinieblas de sus códigos, credos y ritualismos vacíos. Y de un rostro equivocado de Dios, brota una visión deficiente del ser humano. Así es imposible alcanzar la plenitud pues no conocemos ni sabemos lo que somos. Tal confusión nos sumerge en el caos que nos desvertebra. 

    El divorcio entre Dios y nosotros sólo causa confusión, y nos hace equivocar el camino que conduce a la plenitud. Tenemos necesidad de restablecer los esponsales con el Dios verdadero. Tenemos necesidad de dar culto al Padre en espíritu y en verdad. Ahí radica la herida que desde los inicios de los tiempos ha impedido a tantos alcanzar la plenitud. Necesitamos liberarnos del divorcio que nos separa del Dios que sólo sabe amar, porque en el amor y no en otra parte, no en otras falsas opciones, está la plenitud que tanto anhelamos. La gloria es imposible sin EL que es la GLORIA, en palabras mayúsculas. El gozo de los samaritanos cuando conocen a Jesús con sus propios ojos, lo testimonia.

     Y SI ADEMAS APRENDEMOS A TRATAR A LAS MUJERES COMO PERSONAS, SIN DESPRECIARLAS POR RAZONES DE SU SEXO O DE SU RAZA, COMO JESÚS TRATA CON AMOR A ESA SAMARITANA, MEJOR QUE MEJOR. Ya está bien de ser como los talibanes que afirman que la mujer a la única carrera que puede aspirar es a la que tiene que hacer de la casa de su macho a la tumba. Ya está bien de salvajismo en nombre de Dios. 

 

II CUARESMA

    ¿Cómo es posible convertirse?¿Cómo es posible liberarse de todo aquello que nos impide vivir en plenitud?.

    En primer lugar saliendo de nuestra casa paterna, de nuestra tierra, de nuestra zona de confort, de nuestros modos habituales de pensar, sentir y comportarnos. De nuestras tradiciones que consideramos eternas e inamovibles. Sin estar dispuesto a aventurarse guiado por la fe, es difícil convertirse, liberarse, alcanzar por tanto la vida en plenitud.

    En segundo lugar venciendo todos los temores que nos esclavizan. Pablo nos lo dice y Jesús nos lo enseña: No temáis. No te dejes vencer por los temores para romper tus cadenas. Los temores son los eslabones de las cadenas que nos oprimen. Romper tales ataduras es lo que destroza la cadena. Cada miedo que tenemos es un eslabón que nos impide alcanzar la plenitud. Cuanto más tardemos en romperlos menos pronta será nuestra liberación. 

    En tercer lugar, escuchando la Palabra del Padre Dios que es Cristo. Nada del Antiguo Testamento es posible comprenderse adecuadamente sin la luz de Cristo que todo lo ilumina en Él. Pues las Escrituras nos hablaban de aquel que vendría a cumplir las promesas. Escuchar a Jesús nos transfigura, nos ilumina, nos glorifica. Aunque no seamos capaz de entender por completo cómo lo hace.

    En cuarto y último lugar, no instalándonos en el bienestar cómo si ya hubiésemos llegado a nuestro destino. Pues nuestra conversión no finaliza nunca, la vida en plenitud, sólo será plena cuando se torne eterna. Sólo en la Resurrección veremos su último broche, sólo entonces lo entenderemos todo.

    La conversión es para todos. Y también para la Iglesia. Ayer el cardenal Marx hacía unas declaraciones que le han valido la crítica de muchos. El hombre decía que la moral sexual de la Iglesia, debe cambiar y evolucionar porque sólo sabe condenar ensuciando desde la culpa y la vergüenza una experiencia interpersonal maravillosa. ¿Acaso no deberíamos convertirnos en ese tema? ¿Transfigurarnos? ¿No deberíamos salir de nuestra tierra, de nuestra zona de confort? ¿No deberíamos superar nuestros miedos? ¿No deberíamos escuchar más a Jesús y menos a nosotros mismos?¿No estaremos mirando con nuestros ojos y no con los de Cristo Jesús el Antiguo Testamento? ¿A quién seguimos a Pedro, Pablo, Apolo o a Cristo Jesús? ¿Sigue siendo pertinente la pregunta de Pablo hoy? ¿Acaso la Iglesia está llamada a la Conversión?¿Acaso debe liberarse de lo que le impide vivir en plenitud?¿Acaso debe abandonar su cómoda instalación en los principios de siempre y… salir de su tierra?. Abrirse a la Palabra de Dios nos aboca a nueva nueva creación: ¡eso es la transfiguración! La apertura de todo lo histórico a la Gloria. La vida en plenitud nos aguarda. No la retrasemos más. 

 

I CUARESMA

    Convertirse es liberarse de aquello que nos impide vivir en plenitud. Y las Escrituras hoy nos hacen considerar varias actitudes que nos impiden vivir en abundancia según Cristo Jesús nos enseña.

    El Génesis en uno de sus relatos de la Creación nos hace considerar que la soberbia es un erróneo modo de actuar. Creernos dioses, nos convierte con frecuencia en monstruos. De hecho gran parte del ateísmo moderno procede del anhelo de destronar a Dios para ponernos nosotros en su lugar. El grito Dios ha muerto expone que hay algunos que quieren tomar su trono por asalto. En el fondo es mirar a Dios bajo el prisma del poder, y por tanto, establecer contra Él un pulso de poder. Dios es un amo a quien hay que derribar. Para convertirnos nosotros en los todopoderosos. Normalmente estos intentos, históricamente, nos han dejado desnudos de toda felicidad. De hecho dos ideologías modernas nacidas al amparo del ateísmo en el siglo XX, nos condujeron a una guerra mundial y a purgas sangrientas; como en el pasado los que quitaron a Dios de su trono y dijeron, siendo creyentes, que ellos eran la voz de Dios, porque anhelaban revestirse ellos con el poder divino, también han generado masacres horribles, y aún hoy, guardamos memoria de sucesos como los de 11 de Septiembre de 2001, y muchas otras. El ateísmo y el integrismo, han querido eclipsar a Dios, unos negándolo y otros manipulándolo. Pero ambos no han querido dejar a Dios ser Dios. Y es la soberbia la que les ha impedido comprender a Dios como Amor, y les ha conducido a mirarlo como a un amo. Si comprender a Dios como AMO nos convierte en monstruos, contemplarlo como AMOR, nos transforma en personas. Un camino nos aparta de la plenitud, el otro nos hace vivir en ella. 

    Pablo nos hace descubrir otra actitud que impide alcanzar nuestra plenitud: el pesimismo de los que consideran que no hay salvación después de la muerte y el pecado. Pero el apóstol es taxativo: nos ofrece su visión de cómo se originan ambas cosas, de sus consecuencias, pero lo fundamental, es que nos enseña que si creemos en Jesucristo, tal pesimismo jamás debe apoderarse de nosotros. Hay salvación para todos. Es el mensaje central que emana a borbotones de Jesús. Resurrección y Salvación, esos son dos nombres de Jesús, y sobre ellos es imposible habitar en el pesimismo. El mal, el sufrimiento y la muerte, no serán para siempre.

    El Evangelio nos previene contra tres actitudes equivocadas enemigas de nuestra plenitud:

    El materialismo que sólo vive para lo que se ve y se toca. El materialismo que existe, que vive por vivir, pero no puede explicar ni porqué ni para qué. Cerrado a la trascendencia, termina por ahogarse en la inmanencia, cuando los placeres cotidianos se marchitan y agotan. No sólo se vive de pan, las palabras que salen de la boca de Dios, te hacen comprender porqué y para qué se vive.

    La falta de sentido común en la experiencia religiosa, nos puede conducir a realizar muchas locuras, al más puro estilo de Don Quijote, que al final te conducirán a hacer daño a los demás, al mundo y a ti mismo. No usar el sentido común es tentar a Dios. Cuidado con las interpretaciones que hacemos de las Escrituras, cuando nos apartamos del sentido común. La tradición de la Iglesia, frena los iluminismos puntuales de los que víctimas de su interpretación individualista de las Escrituras, pueden incluso llegarse a tirar de los aleros de los templos. Y es que no hace mucho tiempo hemos sido testigos en varias ocasiones de suicidios colectivos de personas que consideraban llegado el fin de los tiempos sumergidos en una paranoia religiosa. Dios no está loco, es bueno porque el amor es lo más razonable y sensato que existe si se quiere vivir en plenitud.

    La avaricia es una idolatría perniciosa. ¿Para qué lo quiero todo si al final no me llevaré nada? El único tesoro que no perdemos es Dios, porque Dios no es de este mundo. Y no se acaba con él cuando morimos. Así que lo único que merece la pena adorar es Dios, y lo demás si se pierde pues…”pelillos a la mar”. Así tu vida en plenitud no dependerá de tus posesiones.

    La tentación es el engaño de la voz del maligno que habla en nuestra mente, y que nos dice que nuestra plenitud está en la soberbia, el pesimismo (como lo único inteligente, lo propio de los listos), el materialismo como lo realista, la falta de sentido común como liberación de fajas opresoras, y la avaricia como única posibilidad de poder gozar y disfrutar de todo para siempre. 

    Convertirse es no sucumbir a esa mentira, y si se sucumbe implorar misericordia y nuevas oportunidades al Padre Dios. Convertirse es liberarse de estos engaños que nos equivocan para poder alcanzar la vida en plenitud. Así que no lo dudes. Escuchemos la voz de Jesús que nos dice “convertíos”, pues esa es la mejor manera de poder vivir en plenitud, pues la Pascua que preparamos es la plenitud de la vida, no lo olvides.

 

ORDINARIO VII

    Ser santos como Dios es santo, menudo propósito. Sin la gracia del cielo imposible. Loco parece Cristo. Pero no, son simples ironías. “Antes que te tomen por loco, que ser catalogado como un agresivo que pega, roba, engaña, o cualquier otra cosa que suponga dañar a otro ser humano”. Ser santo es amar, ser como Dios es. Pretender otra cosa para definirse como santo es una estupidez. El salmo y el Evangelio lo dejan claro, nítidamente claro. Dios es bueno siempre con unos y con otros. No sabe hacer otra cosa que amar. El Cristo crucificado lo demuestra. El odio nunca te convierte en un templo de Dios. San Pablo no deja duda alguna. Es taxativo. La sabiduría es el amor. Sin amor no funcionamos. Cuando amamos sonreímos. Más cuando no amamos sufrimos. ¿Qué otra prueba necesitamos para comprender que somos imagen y semejanza de Dios? En cuanto no vivimos amando fracasamos como un secador si pretendes hacerlo funcionar debajo del agua. Cortocircuitamos. Por eso el odio siempre bien lejos. Si quieres vivir feliz, no lo dudes nunca. ¿Hacen falta más comentarios?. Si eres cortito probablemente sí. Y es que más que con razones parece que funcionamos muchas veces con los cojones o con las emociones que vienen a ser muchas veces lo mismo. El emotivismo, tan de moda hoy, de empatía no sabe mucho. Porque es puro subjetivismo que nada sabe de interpersonalidad. El emotivismo es incapaz de alumbrar la caridad. Pues no descubre que el ombligo es la huella de que no podemos vivir sin los demás. El ombligo es la huella viva del Bien Común como único ámbito posible para que la humanidad subsista. Está semana la Palabra anticipa que la conversión no es otra cosa que liberarnos de todo lo que impide la vida en plenitud. Y no hay plenitud posible sin amar y ser amado. Así que no pensemos en vivir una cuaresma de ayunos y mortificaciones. La conversión exige que nos hartemos alimentíciamente hablando de amor a cascoporro. Santo es el que ama, porque sólo el que lo hace es como Dios es. 

 

VI ORDINARIO

    Tres enseñanzas se nos dirigen hoy. Tres grandes verdades éticas. 

    El Sirácida (o eclesiástico) y el Salmo son los primeros en mostrarnos que los mandatos morales no son buenos por el hecho de estar “mandados” por Dios. Sino que tales mandatos son mandados porque son buenos para nosotros. Es decir: la ley de Dios no es nada más que el despliegue de nuestra esencia. Por eso si la sigues vives en plenitud y no fracasas, es decir te haces dichoso. Pues lo moral emana de nuestro propio ser como una llamada, como una demanda que nos impele, nos interpela a evolucionar y crecer, a definirme como persona y no como monstruo. Pues en el ser persona radica mi Dicha, y en ser monstruo consiste mi desgracia. De modo que Dios no aborta mi autonomía, imponiéndome nada, al contrario me alumbra los ojos para que pueda ser más yo mismo y así pueda adueñarme más de mi destino: Dios en Cristo muestra al hombre el rostro del verdadero hombre.

    Pablo nos enseña que no hay vida ética sin Espíritu de Dios, sin la Sabiduría que Él nos regala. Por carecer de tal sabiduría los poderosos de su tiempo acabaron con la vida del Hijo de Dios. Sin la gracia del Espíritu de Dios no hay Santidad real ni posible que dure en el tiempo. Y esa gracia se ha derramado sobre el mundo completo a partir del acontecimiento Cristo. La vida ética sería tan imposible sin gracia como esperar que el barro sin alfarero llegase a convertirse en ánfora. Nosotros somos el barro y el Espíritu es el alfarero que sólo podrá trabajarnos si nos abrimos a su imperio y su buen hacer. Si nos tornamos húmedos y no secos, pues esa sequedad impide su gradual y delicado trabajo sobre nosotros. No son pocos, los que sin tener clara conciencia de Cristo Jesús, en sus conciencias, se abren al imperio del buen hacer de este sagrado alfarero que reverdece y revive todo aquello que toca, hasta glorificarlo. El manantial está abierto y algunos llegan a él por los lugares más inesperados.

    El Evangelio nos muestra con varios ejemplos (alguno de ellos bastante exagerado pues no es preciso cortarse nada según el parecer de la Iglesia: no ha de interpretarse nada de esa forma) que con el mal no se dialoga. Entre el amor y el desamor no hay debate posible. Y además si queremos alcanzar la plenitud de nuestra comprensión moral, debemos estar en permanente diálogo entre el momento presente y nuestras convicciones de siempre, las firmes e inamovibles. Pues sin hacer el esfuerzo de ver que se nos dijo, para entender hoy como eso se nos dice, no escucharemos bien la voz de Dios, que a cada instante, conforme evolucionamos, nos va descubriendo nuevos horizontes éticos que al vislumbrarlos van ampliando nuestra comprensión de nosotros mismos, de los demás y del mundo. 

    No basta con no matar, es preciso amar y reconciliarse, pues así nadie matará a nadie. No es posible tratar a la mujer como a un trasto según el capricho del macho de turno. Si una unión entre dos personas que se aman es legítima no hay porqué destruirla y obligar a alguien enamorado de otra persona a unirse a quien no ama. Pues eso es un adulterio. No hay que mirar al otro como a un pedazo de carne sino como a una persona sagrada. No hay que ir por la vida de embusteros fanfarrones sino siendo gente veraz. Jesús hace avanzar la comprensión moral de las gentes de su tiempo. Fidelidad a lo aprendido y apertura a nuevas comprensiones, “habéis oido que se os dijo pero yo os digo”. 

    Con estas tres verdades éticas nos regalan hoy las Escrituras un caudal de luz para que no sucumbamos ante la crisis moral que nuestra época postmoderna nos plantea.

 

5 ORDINARIO

    Al mundo le sobran muchas cosas, y le faltan otras. Las Escrituras hoy nos permiten comprender lo que digo.

    Según el profeta, al mundo le sobra el alma de Caín, es decir la insolidaridad, el cerrarse a su propia carne, el olvidarse de los demás. Le falta al mundo la búsqueda del bien común. Y de impulsar todo lo que lo favorece. Una religiosidad que no descubre el rostro del prójimo como alguien sagrado, es una falsa forma de vivir, que no le hace ninguna falta al mundo y menos aún a la Iglesia. Una religión que asesina, es la prueba viva de que vive entregada al culto de satanás y de que sólo escucha sus versos satánicos. 

    Según el apóstol al mundo le sobran los narcisismos absurdos, el creer que somos un salvador de patrias, personas y naciones. Normalmente estos salvadores que quieren quitarle el puesto a Cristo Crucificado, y que se sienten tan henchidos de sí mismos, con egos descomunales, suelen estropear todo lo que tocan y como una reina malvada del cuento de blancanieves, destruyen y envenenan a los demás, más que ayudarles. Pues por envanecerse y autoafirmarse ante todos son capaces de vender y destruir hasta lo más sagrado. Son gentes que no quieren a nadie, y que usan a todos, para alimentar su ego como un cáncer, destruyendo todo tejido vivo. Al mundo le falta la humildad de saber que Dios en Cristo, porque nos ama como nadie, nos ha salvado, y que no hay nada mayor ni más importante que esto. Los populismos de uno y otro signo, incurren con facilidad en estas megalomanías y en sus consiguientes demagogias, y se tornan pestilentes ante los demás. Que grandes son hoy a los ojos de Pablo los sacerdotes que aun no sabiendo predicar bien, y no haciendo homilías impresionantes, entregan su vida para que muchos puedan encontrarse con Cristo; lástima que haya personas dentro de la Iglesia que no sepan darse cuenta de esto, y sólo sean capaces de censurarlos y criticarlos. Lástima que no sepan que al hacer eso están atacando a San Pablo, que no hablaba bien, según su propia confesión y que a veces, se alargaba mucho en sus enseñanzas como testimonian los Hechos de los apóstoles en su capítulo 20. A la Iglesia le sobra tanta frivolidad chabacana y desagradecida que no aprecia el valor de los que dan su vida por completo aunque no estén a la altura de los genios. 

 

    Al mundo le sobra todo aquello que convierte la vida en algo insulso y oscuro, en algo desabrido y tenebroso. Al mundo le falta gente con salero que sea la sal de la tierra y que haga vibrar de vida los corazones de los demás. Al mundo le falta gente luminosa que sea la luz del mundo, y que llene de fulgor la existencia de quienes los rodean. Al mundo le falta el Bien; pues es bueno, tener salero para sazonar una vida. Y es bueno llenar de luz todo para despejar cualquier oscuridad que se cierna sobre el horizonte. La oscuridad es fría. La luz es cálida. Un mundo sin sentido es un mundo insulso y oscuro. Un mundo sabroso y luminoso, es un mundo con sentido. Al mundo le falta gente vitalista que impregne lo que toca de nuevas energías. La sonrisa es la sal de la tierra y el amor es la luz del mundo. Y su suma, es el bien. Porque la vida se torna gloriosa cuando ambas cosas coinciden.  

    En fin hermanos, no seamos idiotas, eliminemos lo que sobra del mundo, y démosle  en cambio, sin dudar ni un sólo instante, todo lo que falta. 

 

4 ORDINARIO

    En casi cuarenta años que soy cristiano, la Iglesia que yo he conocido, con la que he convivido, por la que he sufrido y a la que he amado es la que hoy describe la Escrituras. Una asamblea, a veces no muy grande, ni siquiera mayoritaria en las poblaciones en las que he vivido, un resto como enseña el profeta Sofonías. Un grupo formado por:

 

  • Personas que son los humildes de la tierra.
  • Personas que buscan practicar el derecho.
  • Personas que buscan la humildad y la justicia. 
  • Personas pobres, de estrato social no muy alto.
  • Personas que no buscan hacer el mal.
  • Personas que no mienten ni engañan.
  • Personas que encuentran la paz y el descanso en medio de las inquietudes.

 

  • Gentes oprimidas por diversas causas.
  • Gentes hambrientas de plenitud.
  • Gentes cautivas con ansías de liberación.
  • Gentes ciegas con necesidad de curar sus ojos de su mente.
  • Gentes que se inclinan bajo el peso de los años y otras circunstancias y ansían poder alzarse.
  • Muchos huérfanos y viudas de personas muy amadas que se han ido de su lado y les han dejado un vacío enorme en el alma.
  • Gentes que tratan de trastornar el camino de los malvados.

 

  • Humanos que no son considerados sabios por los sabios del mundo y que los ridiculizan y desprecian por ser creyentes.
  • Humanos que no son poderosos  y menos aún aristócratas en general.
  • Humanos que son considerados necios por el mundo y débiles por los fuertes.
  • Humanos que se glorían en el Señor y nada más. 

 

  • Los Pobres de espíritu que saben que con Dios lo pueden todo y sin Dios no son nada.
  • Los Mansos que no viven para agredir a los demás.
  • Los que lloran necesitados de consuelo.
  • Los que tienen hambre y sed de la justicia.
  • Los misericordiosos que se compadecen y perdonan.
  • Los limpios de corazón que ven a Dios en su vida.
  • Por los que trabajan por la paz, a veces, teniendo que enfrentarse a los agresivos y pararlos para defender la integridad y la paz de los inocentes.
  • Por los perseguidos y marginados por buscar lo que es justo.
  • Por los que son insultados, perseguidos y calumniados de cualquier modo por la causa de Jesús. 
  • Por gentes que se alegran y se regocijan.

 

  • En definitiva POR TODOS VOSOTROS que hoy me leéis y en los que alguna de estas características se reproduce a la perfección.

 

  • ¿Que en la Iglesia hay Judas?  Seguro. ¿Qué hay cizaña? También más no tanta como trigo. ¿Que hay quienes se pelean por los puestos de poder? No faltan también muchos más que sirven con amor a su prójimo. ¿Que hay fariseos, saduceos, maestros de la ley que son dignos de la reprimenda de Mateo 23? Sin duda, más son mayoría los seglares que no convierten en un carnaval grotesco  y esperpéntico su fe cristiana.                                                                  

 

  • Así que casi a los cuarenta años de mi fe cristiana, al poco tiempo del aniversario de mi Confirmación, quiero deciros a todos mis hermanos en la fe, a los que he conocido en la Iglesia de Dios: ¡Muchas gracias! Porque os he experimentado como gente dichosa, feliz, y bienaventurada de conocer, amar y seguir a Cristo y vuestra vida me ha conmovido y alentado, habéis hecho arder mi corazón y gracias a vosotros soy cristiano. Esta es la Iglesia de verdad. La Iglesia de la calle. La Iglesia del día a día. Y por ella, es un gozo para mí, dar la vida.

 

3 ORDINARIO

    La Iglesia, en cuanto fruto del Espíritu Santo, hace posible que la humanidad se siga encontrando con Cristo Vivo y Resucitado. Pues nuestro Dios, nos busca, nos sale al paso. Viene a nuestro encuentro.

    Pero eso no ocurre por que sí, sin más. Si nos convertimos en la sinagoga de Satanás, no transparentaremos a Cristo Jesús. Si la sal se vuelve sosa, no serviremos para nada. 

    De ahí que sea tan importante escuchar hoy las Escrituras. La Iglesia se manifiesta como sacramento de Cristo cuando es una luz que brilla en la tiniebla, para todos, sin excluir a nadie por motivo alguno, sin considerar a nadie “despreciable gentil”. Cuando todos , sin etiquetas, encuentran en ella un sitio para iluminar su vida. 

    La Iglesia se manifiesta como sacramento de Cristo cuando lejos de llenar de miedo los corazones infunde en ellos la esperanza y el ánimo. 

    La Iglesia se manifiesta como sacramento de Cristo cuando busca la unidad y no la división resultante de las distintas escuelas religiosas, como si la verdad sobre la que discuten, fuese algo diferente del amor. Jamás entenderé que hayamos roto el amor en nombre de teologías, que cuando logran tal cosa, se transforman en ídolos a los que sacrificamos la fraternidad que es lo más sagrado que deberíamos defender siempre. Quizás convendría en aras de mantener la caridad, dejar abierto el campo de la teología, hasta que seamos capaces de encontrar el camino que nos conduzca a todos a la correcta comprensión de las cosas, pues muchas veces, la soberbia y su impaciencia subsiguiente, han provocado la división y el enfrentamiento. Y eso es un signo claro, no del Espíritu, sino de Satanás, del que estorba dividiendo. Jesús, el Cristo fue paciente con nuestra torpeza a la hora de entender sus palabras, y nunca expulso a nadie de su lado, salvo que tú por tu cuenta, decidieras irte. La libertad tuya es otra cosa. Pero Él nunca le dijo al Joven rico que se fuera de su lado. 

    La Iglesia se manifiesta como sacramento de Cristo, cuando Jesús en ella es lo único importante que cuenta, y no otra suerte de componendas travestidas de sagrado y que nada tienen que ver con Él. Esas redes han de ser dejadas de lado siempre, porque de lo contrario no seguiremos verdaderamente a Cristo y entonces, no seremos fieles a la naturaleza auténtica de la Iglesia que no es otra que ser sacramento de Cristo en medio de las gentes.

    Así que otros Cristos. He aquí la importancia de vivir en un espíritu de conversión permanente. Y conste que a día de hoy, para manifestarnos como sacramento de Cristo, quedan muchas cosas por hacer. 

 

2 ORDINARIO

    Europa está enferma de nacionalismo. De nuevo la guerra se apodera de una de sus áreas. Una guerra fratricida. Y desencadenada en nombre de un nacionalismo trasnochado y tribal. Y lo triste es que tal agresión provoca que en el bando opuesto, el veneno nacionalista también se reactive. Que patética ceguera la del clero cristiano de distintos lugares y diferentes estratos (y algunos de ellos de muy alto nivel), cuando en sus predicaciones, estudios y documentos, tratan de encontrar las bases teológicas de un concepto tan venenoso y peligroso como el de nación. Que hermosas en cambio las palabras “Plus Ultra”. Si en algo disintieron los Austrias hispanos con sus sucesores dinásticos, fue en que unos mantuvieron una visión global del mundo (los reyes planeta), y otros optaron por el concepto de hegemonía, tan chauvinista y tribal como el mismo Richelieu. También nuestra patria chica  hoy, está enferma por tanto nacionalismo absurdo, al que a veces reaccionamos desde un patrioterismo trasnochado, y no desde esas bellas palabras: “plus ultra”. Deberíamos pensar más en ello, porque para curarnos de verdad del veneno de estos “rufianes”, el camino es mirar “más allá” y ver que nuestro terruño no es más que una parte más de un gran mundo. Ese universalismo hispano, no deberíamos perderlo jamás. 

    Porque las Escrituras hoy no dejan lugar a dudas. “Es poco que seas salvador de mi pueblo, quiero que seas luz de las naciones”. El tribalismo desagrada a Dios, en cambio, la universalidad, el catolicismo de veras le complace. Por eso el confesionalismo religioso es al Evangelio lo que el nacionalismo a la historia: una falsa diversidad que lejos de conducir a la comunión nos lleva a la confrontación competitiva hija de la soberbia. He ahí la perversión nacionalista y su raíz satánica y diabólica: aquella que en nombre de la soberbia estorba la comunión de los pueblos dividiéndolos. Con la religión y con el mismo cristianismo ocurre lo mismo. La división y la subsiguiente confrontación, es hija de Luzbel y lleva su fatua marca. 

    Recibir el Espíritu Santo nos convierte en otros Cristos. Y hoy en el Evangelio Jesús es presentado por Juan Bautista, como “el Cordero de Dios que quita los pecados del Mundo”. No como el cordero pascual judío, preso de nacionalismo tribal travestido de religión. Los pecados “del mundo”. Jesús viene a romper los esquemas de los que quieren ver los cielos vacíos, pues El quiere llenarlos con todos, restableciendo de una vez por todas la única familia humana, diversa y rica, pero una en el amor. 

    Por ello, si la Iglesia es verdadera, ha de tener el alma que se muestra en la Carta a los Corintios, y de la que Pablo y Sóstenes son testigos: somos los que encontramos hermanos en cualquier lugar. A eso viene Jesús a convertirnos en hermanos, a todos los seres humanos, que divididos por el tribalismo nacionalista, ideológico o religioso, caminamos a ciegas. Y si esto no es lo que la Iglesia vive y cumple, convertida en la sinagoga de Satanás, será la sal de la tierra que se ha vuelto sosa y la luz del mundo que se ha apagado. 

    Así que en este momento aciago pidamos que Europa se sane del impacto del tribalismo nacionalista que vuelve a llenarla de horror y sangre, y que la Iglesia no se confunda, y sepa estar a la altura de estas circunstancias. Que el Espíritu de Dios, hoy, venga sobre nosotros. 

 

BAUTISMO DEL SEÑOR

    Este Domingo tras la Epifanía, termina el tiempo litúrgico de la Navidad, y da comienzo, el tiempo ordinario. Y hoy mi memoria al leer el Evangelio me lleva al pasaje donde Pedro se niega a dejarse lavar los pies. Ahora es Juan el Bautista el que tiene reparos para lavar a Jesús, pero el Señor, como con Pedro, le insta a que lo bautice, a que lo lave, para que se derrame sobre él todo el amor de Dios. Pues no es posible un nuevo nacimiento si el amor de Dios no nos recrea, no se derrama sobre nosotros. Así que debemos preguntarnos hoy: ¿Quiero yo dejarme lavar como Jesús, quiero que el amor de Dios se derrame sobre mí? Porque esta es la enseñanza central de esta jornada. 

    ¿Qué ser humano quiero ser? ¿Quiero ser como Jesús o quiero ser otra clase de ser humano? ¿Quiero que su Espíritu habite en mí, se derrame sobre mí y que me lleve a buscar el reinado de la justicia para que el mundo se llene de luz o quiero ser causa de oscura injusticia en medio del Mundo? En ese caso, el Espíritu de Jesús habrá sido expulsado de nuestra vida. 

    ¿Quiero pasar por este mundo haciendo lo posible porque vivamos todos en la gloria o buscando convertir mi vida y la de los demás en un infierno?.

    ¿Quiero levantar fronteras y ser fuente de exclusión para los demás o quiero derribar fronteras y ser causa y manantial de comunión para el mundo?. La comunión es la unidad amorosa de los que son diversos y se enriquecen unos a otros con sus respectivos tesoros. 

    ¿Quiero pasar por el mundo siendo esperanza o amenaza para todos?.

    ¿Quiero pasar por el mundo haciendo el bien y liberando a los oprimidos o ser un diablo que hace el mal y oprime a los demás?.

    ¿Quiero o no quiero que Dios esté conmigo?¿Quiero ser su servidor, su elegido o quiero que Dios esté muerto?.

    ¿Quiero ser un Hijo amado de Dios, un predilecto del Padre o quiero ser una ocasión de plenitud perdida para este rincón de la historia y del universo que soy yo?.

    Pues si respondes a estas preguntas como lo haría Jesús, si quieres dejarte bañar por las aguas del amor de Dios que se derraman para todos, entra en tu corazón, y en silencio pide al Espíritu de Dios que baje y se pose sobre ti. Y que tu vida cristiana se renueve. No pierdas la ocasión de despedirte este año de la Navidad de esta manera tan entrañable. 

 

EPIFANIA

    Adorar. A eso nos enseñan hoy los magos de oriente. Adorar a Jesucristo. 

    Porque adorarle nos llena el corazón de luz, nos convierte en estrellas en medio de la oscuridad. Adorarle nos hace encontrar la senda para salir de los desiertos. Adorarle nos enriquece infinitamente de amor y de gracia. Adorarle nos une a los demás superando cualquier barrera, límite o frontera que culturalmente hayamos establecido entre nosotros. Adorarle vuelve nuestro corazón universal, nos globaliza, pues no estimula a amar en todas las direcciones sin exclusiones. Adorarle potencia nuestra idiosincrasia sin convertirla en causa de ruptura y confrontación, sino en riqueza compartida por medio de la comunión. Adorarle nos cambia la vida como a Pablo, pues nos hace pensar de otra manera, nos lleva a sentir en otra dirección y nos impulsa a actuar de un modo distinto. No nos permite ser un venenoso nacionalista ni un absurdo “tribal”. Adorarle nos permite descubrir que la humanidad es una y está destinada toda ella a la Plenitud que Dios le quiere regalar. Adorar a Jesús el de Belén de Judea, nos lleva buscar, a preguntar, a indagar, a equivocarnos, a corregirnos, a escuchar, a ponernos en camino, a dejarnos guiar, a encontrarnos con Él, a llenarnos de una inmensa alegría, a admirar y a meditar lo que vivimos, a caer de rodillas y a entregarnos por completo. Adorarle nos libera del yugo de Herodes, porque no es su odio lo que nos guía, sino el amor por Jesús lo que nos define. Adorarle nos lleva a soñar nuevos caminos para dejar de lado, el efecto oscuro que Herodes y sus cuitas (nuestros odios y egoísmos) puede generar en nuestras vidas. Adorarle nos llena del sueño de la esperanza para no sucumbir en medio de los sufrimientos oscuros. 

    POR ELLO NO LO DUDEMOS HOY, IMITEMOS SU MAGICO PROCEDER: “Y cayendo de rodillas, lo adoraron”. Sea esa nuestra vida, al amparo de su tierna sonrisa. 

 

AÑO NUEVO
    Hoy las Escrituras nos permiten comprender los efectos que se producen en nosotros, cuando Dios nos ilumina al contemplar su rostro. 
    El libro de los números, empieza por decirnos que nuestro corazón se llena de Paz. El Salmo añade que nos inunda la alegría, y un deseo de felicidad para el universo, sin asomo alguno de nacionalismo venenoso. Es más el Evangelio se une al Salmo, al señalar que otro efecto que provoca en nosotros que Dios nos muestre su rostro es que se suscita en nosotros la alabanza, y así nuestra vida se transfigura en una Eucaristía constante, en una acción de gracias sin final, pues su caudal de amor es lo que nos provoca. De hecho Pablo es el que nos muestra el por qué de eso. Dios es “ABBA”. Es decir papá, ternura y misericordia, y no nos considera siervos, sino hijos muy amados. De modo que no estamos sometidos bajo el imperio de la ley de un amo. Contemplar el Rostro del Dios que nos ama hasta el extremo nos libera. Y eso es lo que Pablo nos enseña, que no es lo mismo un dios amo que un DIOS AMOR. El Evangelio añade dos enseñanzas más. Contemplar el rostro del Dios Verdadero, nos llena de admiración y de meditación, es decir nos lleva a la adoración. Pues no hay adoración sin admiración y meditación. Dado que la suma de las dos es lo que la componen. No hay adoración sin admiración y tampoco sin la meditación del corazón. Y además nos enseña el Evangelio, en segundo lugar, que contemplar el rostro de Dios nos abre a la gloria como destino, y a la plenitud como camino. La gloria de Dios es que el hombre viva en plenitud. 
    Esta enseñanza nos permite descubrir cuando no vivimos una verdadera religión. Porque la religión es la búsqueda humana de Dios. Y no siempre esa búsqueda lleva a buen puerto. Estamos ante una religiosidad falsa cuando su visión de Dios nos inquieta y angustia. Estamos ante una religiosidad falsa cuando conduce nuestra vida a una amarga tristeza, y arranca de nuestros corazones, no alabanzas y Eucaristías, sino lamentos. Estamos ante una religiosidad falsa cuando nos envenena de nacionalismo y nos hace perder de vista lo universal, en aras del tribalismo enfermizo y repugnante, por fétido y muchos defectos más. Estamos ante una religiosidad falsa, cuando se nos invita al sometimiento y a entender la obediencia como una esclavitud y no como la entrega cordial de los enamorados. Una religión es falsa cuando dibuja ante nosotros el rostro de un dios amo, que no es AMOR, donde no se es hijo sino siervo o esclavo. Que funesto resulta en particular ese lenguaje en boca de gentes que se pretenden cristianos. Una religiosidad es falsa cuando nos invita a la frivolidad pietista y al devocionalismo superficial que no conduce a parte alguna, que no admira ni medita con el corazón. Esa religiosidad es muy del gusto de funestos populistas de poca monta que rayan a veces en lo chabacano. Estamos ante una religiosidad falsa cuando no glorifica nuestra existencia, sino que impide nuestra plenitud, castrando nuestro vitalismo. 
    No se nos puede regalar una enseñanza mejor para este comienzo de año, pues como un faro nos orienta para no perdernos entre las múltiples ofertas religiosas que encontramos en esta nueva Roma del siglo XXI en la que nos ha tocado en suerte vivir. El rostro de Dios ilumine nuestras vidas mostrándonos a todos su verdadero y luminoso rostro. A ver si así dejamos de ser tan bestias y le regalamos al mundo la paz que tanto necesita, acallando de una vez y para siempre nuestras armas. Pues a este paso, aunque pasen los años, no evolucionaremos nunca. 

 

NAVIDAD

    Hoy celebramos que las tinieblas cesan y aparece la luz, una luz cálida que nos ilumina y que libera nuestro destino de fría oscuridad.

    Hoy celebramos que la tristeza se esfuma y la alegría y sus gozos, se apoderan de nuestra alma. 

    Hoy celebramos que los opresores tienen los días contados, y que nuestro horizonte definitivo es un destino de liberación sin cortapisas. Hoy quedamos convocados a una esperanza sin límites, una esperanza contra toda esperanza.

    Hoy celebramos que los lamentos se vuelven cantos festivos que nos hacen vibrar como cuerdas acariciadas por dedos expertos.

    Hoy celebramos que no es la iniquidad lo que nos aguarda sino la salvación que nace de la gracia. 

    Hoy celebramos que no estamos abandonados, ni solos. Sino ante Alguien que nos habla como gran consejero, como fuente de fortaleza, como manantial de eternidad y como príncipe de la paz. Una palabra que nunca ha cesado de hablarnos de distintas formas y maneras, hasta que una vez suficientemente preparados ha decidido hablarnos en primera persona.

    Hoy celebramos que nuestro destino no es la nada, sino la Gloria como bien han conocido esos pastores. Lo que Juan entendía también como la Vida Eterna. 

    Hoy celebramos que lo ordinario, se torna extraordinario, porque el Suelo recibe al Cielo. Y por esa razón, lo que consideramos más humilde e irrelevante en nuestra existencia, se torna relevante hasta extremos inusitados. 

    Y la Señal de que esto ha ocurrido con certeza es la misma para todos: “encontraréis una niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”, “el Verbo que se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros y de cuya plenitud recibiremos todos, gracia tras gracia”. 

    Por eso puestos en pie, volvamos nuestra mirada ante Jesucristo hecho niño, y como los pobres pastores, solicitemos con fe profunda la paz, para este mundo, donde esta noche siguen sonando las explosiones de las bombas y los ecos de los disparos, y donde siguen muriendo personas fruto de la furia de la guerra y el veneno nacionalista, que sólo sabe llenar de sangre las páginas de la historia humana. Necesitamos Señor que los tiranos caigan y se agoten sus furias. Necesitamos paz más que nunca, pues aunque hemos dados pasos firmes para dejarla atrás, aún nos asedia una epidemia, que nos sigue robando algunas personas queridas simplemente porque son muy mayores. Gentes que se emocionan en ese trance cuando un capellán de hospital les lleva la sagrada comunión, simplemente porque Tú así estás con ella. Que los sanguinarios tiranos que sólo saben matar inocentes dejen de hacernos sufrir a tantos por múltiples razones. Rey de reyes, no nos dejes. Líbranos del imperio definitivo del Mal. Intercede ante el Padre por nosotros. Amén. 

 

4 ADVIENTO

    A veces oigo decir a algunos católicos, que Dios tiene que estar cansado de escucharlos, de tanto que le piden. Pero Dios no se cansa de escucharnos. En cambio si se cansa por otras cosas. ¿Cuando cansamos a Dios y por qué? A esta pregunta permiten responder hoy las Sagradas Escrituras.

    Isaias nos enseña que cansamos a Dios cuando como Ajaz, le tenemos miedo. Pues si este rey se niega a pedir la señal que le querían dar, si alega que no quiere tentar a Dios, es porque conoce que es un rey injusto, y tiene miedo a que Dios le castigue con sus palabras. En cambio Dios quiere ofrecerle una señal de salvación que llene su corazón de confiada esperanza. Así que cansamos a Dios, pero cuando lo miramos con miedo. Esa comprensión de Dios, esa percepción inadecuada, cansa al Altísimo que no sabe hacer otra cosa que amar. 

    Pablo nos muestra que cansamos a Dios cuando nos empeñamos en afirmar que la salvación que Jesucristo nos ha regalado, sólo es para algunos. La vileza nacionalista se vuelve más sibilina cuando además se reviste de religión. Pues no sólo los hebreos están llamados a salvarse, sino todos los pueblos de la tierra, también los llamados gentiles, o sea, una suerte de basura que no está a la altura del pueblo de los elegidos. En nuestra tierra tan envenenada por nacionalismos de alma racista y en algunos casos hasta nazi, deberíamos repetirnos a menudo que Dios nos ama a todos por igual sin distinción, pues los hechos diferenciales son meros constructos culturales nuestros. Todos provenimos de Africa, en diferentes oleadas, y nada en nuestra biología señala que existan “razas” humanas. Eso es una pura ficción. Simplemente hay matices evolutivos que nos han teñido la piel y el cabello de diferentes maneras y nos han dado una u otra estatura, en función de la conveniencia de la adaptación al medio. Por eso la salvación regalada por Dios es universal. Sin exclusiones. De la salvación sólo se sale quien libre y conscientemente, sabiendo lo que significa, así lo decide. Pero las puertas están abiertas para todos. Pues todos hemos nacido del mismo amor. Cansamos a Dios con nuestros nacionalismos iletrados y denostados, y más cuando encima se travisten de religión, cayendo en lógicas “confesionalistas” que denigran los esfuerzos ecuménicos. El “confesionalismo” es el rancio nacionalismo religioso. Eso si cansa y repele a Dios.

    El Evangelio nos enseña que cansamos a Dios cuando pensamos que Él es un Dios lejano. Cuando no aceptamos que es un Dios con nosotros. Un Dios que interviene y se da a conocer, en el estricto respeto de nuestra libertad, para que esta nunca deje de ser verdadera. Jesús no se impone. Se propone. El sueño de San José es eso. Un susurro de Dios que no elimina la libertad de José, sino que la ilumina. Y no es lo mismo eliminar que iluminar. Pero estamos empeñados en decir que sólo hay que tomar en serio lo que se puede tocar o medir. Pero mis sentimientos no se pueden localizar con una radiografía, y por eso, no dejan de existir. A veces hablamos de la ciencia de una manera estúpida. Si no puedo demostrar con mi método de análisis que esto es así, eso no existe. O sea: si uso un detector de metales, sólo existe, lo que mi maquina encuentre. Y lo que no sea metal, como no se ajusta a mi máquina, eso no existe. Dado que con mi método no puedo demostrar su existencia. ¿No será que ese método es insuficiente para comprenderlo todo? Y que hay arena y otros materiales aunque mi detector de metales no pueda localizarlos. La ciencia no es el problema, sino el uso estúpido que algunos pretenden hacer de ella. Que la ciencia explique como pasan muchas cosas no excluye que tras esos procesos exista un amor definitivo que hace nuevas todas las cosas. Puedo explicar porqué se mueve mi cuerpo, pero con un análisis de sangre no puedo saber cuales son los sentimientos y pensamientos que me mueven de una u otra manera. Es posible por ello aceptar que la trascendencia se despose con la inmanencia, y que eso obre el prodigio del Emmanuel, el prodigio de un Dios con nosotros. Cansamos a Dios cuando somos tan necios, que nos creemos sabios, cuando realmente es posible que no sepamos nada, o más bien, muy poco. 

    Así que no cansas a Dios por hablarle de tus cosas, supongo que muchas veces con tus palabras harás sonreír al Altísimo. Pues te mirará como una mama y un papa, miran a su bebe y al oírle decir cosas chocantes, que aun estando equivocadas, les mueven a una ternura infinita. No tengas miedo a Dios. No excluyas a nadie del Amor de Dios. No te empeñes en creer que Dios es un ser lejano. Así es como no cansarás a Dios. 

 

3 ADVIENTO

    La vida no es fácil, aunque tenga sus momentos buenos. Pero en un abrir y cerrar de ojos, a veces, todo se complica de una manera, que puede llegar a ser hasta terrible. Por eso hoy las Escrituras nos regalan un caudal de sabiduría para hacer frente a tantas dificultades.

    Isaias nos recomienda dos cosas. La primera afrontar todo con fortaleza y firmeza. Algo es fuerte cuando no se rompe, cuando el miedo no lo apresa ni lo domina. Algo es firme cuando no se vuelca fácilmente. Cultivar estas actitudes es fundamental. La segunda es mantener firme la convicción de que la pena y la aflicción quedarán atrás. Sin esta esperanza constante, sin esta confianza, será imposible alegrarse, saborear el gozo y experimentar el júbilo, inmersos entre tanto sinsabor.

    El salmo y el Evangelio que cita al profeta Isaías nos describen con metáforas poéticas, que ante esta vida hay que tener una determinación constante de erradicar el mal y sus causas, luchando contra él de manera constante y permanente, “militante”. El amor nos mueve a ello. No nos invitan las Escrituras al conformismo ni al quietismo ante los males que nos atribulan, sino a la lucha contra los mismos con las armas del amor. Porque sólo el amor constante y eficaz es capaz de dibujar una sonrisa en quien sufre injusticia o incomprensión. Dibujar sonrisas de alegre felicidad es un buen propósito para una vida. 

    Pablo nos invita a la paciencia y a la resistencia. Luchar contra el mal no es fácil. Y los cambios no suceden rápido. Y es frecuente desanimarse. Ahora hablamos de la resiliencia, esto es de la capacidad  de reconstruirse cuando la vida nos golpea. Son primas hermanas. Teresa de Jesús en su poema “Nada te turbe”, nos ilustra sobre lo importante que la paciencia resulta a quien mantiene un pulso duro con la vida por las circunstancias que le toca vivir. La paciencia nos hace resistentes.

    Es evidente que este caudal de consejos nos vienen bien a todos.  Fuertes y firmes frente a los temores. Luchadores constantes del amor contra cualquier suerte de mal que nos afecte. Esperanzados en dejar atrás cualquier pena y aflicción. Pacientes y resistentes en el empeño de inclinar la balanza a favor de la alegría. Un amor fuerte y firme, un amor luchador incansable contra el mal, un amor pleno de esperanza en que es posible dejar atrás la oscuridad, y un amor paciente y resistente que no se canse de llenar de alegría los rostros tristes. Que Dios nos de su Espíritu como a Juan el Bautista para que podamos vivir amando así de esta manera, cada uno de los días de nuestra vida. Este es el modo como Dios reina en nosotros. 

 

2 ADVIENTO

    El mundo necesita verse libre de muchas cosas. La voz de Dios hoy lo grita con la claridad rotunda de sus testigos. 

    El mundo nos dicen Isaias y el salmista,  necesita verse libre de violencia, de maldad, de injusticia y de deslealtad, de conflictos, de falta de armonía, de daños causados por los demás, de carencia de Paz, de esclavitudes y aflicciones, de falta de solidaridad con los indigentes, de la existencia de la pobreza provocada por la opresión y la extorsión, de falta de comunión entre todos los pueblos de la tierra. Y por eso nunca deberíamos de cansarnos de pedir la Venida constante del Espíritu de Señor. Pues ese Espíritu es el que hace retoñar el tronco seco de Jesé, en el que podemos ver simbolizado este mundo siempre necesitado de renovación a cada nueva generación.

    El mundo nos enseña Pablo necesita verse libre de impaciencia, de desconsuelo y de desesperación. El mundo necesita verse libre de discordia y de falta de unanimidad. El mundo necesita dejar de lado la falta de acogida mutua, pues Cristo acogió a todos, judíos y no judíos, sin rechazar a nadie por causa de origen o condición. Sólo la salvación de todos nos consuela, nos llena de esperanza, nos dota de paciencia y promueve el acuerdo mutuo y la unanimidad. La acogida de todos nos libera de infinidad de males.

    El mundo nos enseña Juan el Bautista necesita verse libre de tanto religioso, neocón e integrista. Los fariseos y saduceos de ayer y hoy, convierten la religión en un desfile de disfraces, y se comportan como una camada de víboras, no usan el Evangelio para convertirse, sino que viven conforme a sus convenciones y reglamentos, muchas veces ajenos a Cristo. Como en el rito eucarístico deformado en la época carolingia, se interponen entre Cristo y el Pueblo, secuestran a Cristo de los ojos de los demás, y lo deforman. Y no temen nada porque se sienten muy seguros de sí mismos, ya que se creen hijos de Abraham, pero Dios no los reconoce como a tales, y saca nuevos hijos suyos de las piedras. El fuego del Espíritu Santo no arde en sus corazones, pues son paja que no soporta el imperio de su sagrada llama. Estos hipócritas hacen que la Iglesia deje de ser sal y se vuelva sosa, y además esconden la luz del mundo bajo sus largos y oscuros ropajes. 

    Así que una vez más te imploro, Ven Santo Espíritu de Dios y libéranos de tanta miseria. 

 

1 ADVIENTO

    ¿Por qué no ocurren cosas que sería oportuno que sucediesen? A esta pregunta nos permite responder la Escritura hoy. 

    Que hermoso sería que los pueblos se uniesen en una armónica civilización del amor, donde de las espadas se forjaran arados y de las lanzas podaderas, donde no alzara la espada pueblo contra pueblo y nadie se adiestrara para la guerra. ¿Porqué no ocurre? Según Isaias porque no subimos al monte del Señor y no nos dejamos instruir en sus caminos y tampoco marchamos por sus sendas. O sea si escucháramos a Jesús y oyéramos sus palabras, las creyésemos y viviéramos según ellas, amaríamos a los demás como él nos ha amado. 

    Que hermoso sería ver las iglesias llenas, pero muchas veces están vacías. Y aunque no sea la única causa, el salmo nos da que pensar. ¿No tendrá que ver que convertimos las comunidades parroquiales en entornos poco “alegres”?. Hacer de la Iglesia una especie de velatorio y no una celebración juega en su contra. No convertir las iglesias en fuentes de paz, sino de miedo, culpabilidad o vergüenza, espanta a mucha gente. No deberíamos olvidarlo.

    Que hermoso sería que el amor llenase de luz y calor este mundo nuestro. Pero ocurre muchas veces lo contrario. La oscuridad y el frío del desamor se adueñan de la escena del gran teatro del mundo, con demasiada presencia. Quizás es que la dignidad no es nuestra opción, y que con demasiada frecuencia no nos pertrechamos con las armas de la luz. No luchamos. Nos dormimos en los laureles. Cuando no ocurre que nos alienamos con frenesí o Conflictos absurdos. No nos vestimos de Jesucristo con frecuencia.

    Que hermoso sería no perder el tren de la historia, desaprovechando ocasiones en las que sería necesario intervenir, pero como nos señala el Evangelio, no solemos estar en vela. Que importante es velar, ante los signos de los tiempos. Que importante es velar ante lo que pensamos, sentimos y actuamos. Nada es peor que dejarse llevar sin pensar, considerando igualmente válidas cualquiera de las maneras de sentir o actuar. Velar nos impide desperdiciar la ocasión oportuna y orienta nuestros pasos en la existencia. No velar, lo impide.

    ¿Por qué no ocurren cosas que sería oportuno que sucediesen? Por estas razones expuestas ¡sin duda alguna!. 

 

 

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