Andros presbítero Mysterium vitae
Andros presbítero Mysterium vitae

NO CALLARÉ

POR AMOR DE SION NO CALLARÉ

 

 

 

POR AMOR DE SIÓN NO CALLARÉ.

 

    Silencio. ¿Es ese mi destino?. ¿Por qué me planteo esto?. Porque son bastantes los hermanos en la fe que me echan en cara que me alargo predicando. Aunque la mayoría de ellos valoran el mensaje que les transmito. Un hermano sacerdote incluso me dijo que las homilías debían ser como minifaldas: ser cortas y enseñar mucho. Yo confieso que no tejo tales prendas. Mis homilías son refajos. Largos y vistosos. Y no son así por mi gusto. Normalmente cuando leo las Escrituras correspondientes no se qué decir. Entonces invoco al Espíritu Santo. Y sin que yo sepa como, el mensaje fluye en mi mente. Y yo no percibo esto como obra mía. Porque tales enseñanzas me vienen dadas desde la nada. No creo que sea mío el mensaje que se me regala. Ni la capacidad de expresarlo. Así que recortarlo me convierte en censurador de quien me habla. Y no soy quien para hacer tal cosa. Sé hacerlo, pero no quiero hacerlo, porque no debe la trompeta decirle al trompetista que debe tocar. Sino simplemente dejarse usar. Ninguno de los que me critican parecen entender esto. Pero yo no estoy puesto para darles gusto, sino para dejar hablar a Dios y ese mi empeño último. Soy incomprendido, pero no me importa. Más allá de como me hagan sentir con sus críticas, siervo inútil soy, y debo hacer lo que tengo que hacer.

    Por otro lado suelo ser conflictivo con muchos hermanos míos que adoptan posturas a mi juicio integristas. Confieso que llevo un león dentro, y que en esas polémicas me sale con una vehemencia que a veces asusta. Mis palabras resuenan como un poderoso rugido y los hermanos a veces piensan que no los quiero. O que me enfado. Pero no es así. Los quiero y por eso siento un profundo dolor y una honda tristeza por ellos y por los demás. Sus palabras erróneas les hacen mal a ellos y dañan a quienes los escuchan. Por eso no callo. Y conste que muchos me dicen que no me implique, que sea indiferente, que no discuta, que no sirve de nada, que pase de ellos. Pero si yo callo ¿quién hablará?.

    No es fácil ver que sus formulaciones ideológicas atenazan el Evangelio, y alejan a los hombres de Jesucristo. Encierran a Jesús en un Sepulcro. Para que su voz verdadera no se escuche. ¿Como no hablar?. 

    Sus planteamientos se asientan en dos principios: la autoridad como criterio último de Verdad y el eclipse de la conciencia individual llamada a convertirse en una sombra del que manda, teniendo que renunciar a la inteligencia y la libertad que son dones que Dios ha regalado a cada hombre. La verdad se propone no se impone. La verdad se impone por sí misma y no por la fuerza. La autoridad no es la fuente de la verdad. La verdadera esperanza reclama ser capaces de dar razón de ella. Ya nos enseñó Descartes que el argumento de autoridad es contrario al imperio de la razón. Y Santo Tomás mostró que fe y razón no pueden oponerse porque ambas buscan la verdad. Galileo ya nos probó que la autoridad aunque pueda coaccionar si es infiel a la razón, si la crucifica, conduce no a la verdad, sino al oscurantismo. 

    En nombre de la autoridad hoy se defienden posturas ideológicas por clérigos que aunque se presentan como verdaderas son discutibles racionalmente hablando. Se tilda de herejes incluso a personas porque se niegan a aceptar determinadas posturas ideológicas porque sus consecuencias generan un trato inhumano al ser humano. La inhumanidad farisea por muy fiel que sea a su Ley, que rápidamente se tilda de divina, es la verdadera herejía porque desconoce el amor. Y quien desconoce el Amor, no conoce a Dios, por muy religioso que diga ser. Estos teísmos esclavizan y por ello son falsos. Porque la Verdad libera y hace vivir en plenitud, y lejos de ser inhumana, descubre el verdadero rostro de la humanidad. Estos teísmos no se dejan interpelar por el Espíritu de Dios que siempre está enseñándonos cosas que aún no sabemos, pero ello exige esfuerzo y capacidad de empatía. Y el teísmo integrista suele ser perezoso y antipático. 

    Sus casuísticas solo ocultan que su moral objetiva es rigorista. Incapaz de ser vivida. Lo que de facto nos convierte en hipócritas. Pues mantenemos como verdadero lo que luego no vivimos en nombre de las circunstancias personales de cada uno. Y todo por no reconocer que la verdad objetiva moral, está mal formulada. Y muchas veces resulta contraria al mismo espíritu evangélico. Jamás podré estar de acuerdo con ellos. ¿Y por ello no debo hablar?. Hablar de teología muchas veces resulta insufrible porque te obliga a dejar de lado la razón para someterte a la autoridad constantemente. Así no se busca la verdad. Santo Tomás nos lo enseñó y Humberto Eco lo dramatizó en su novela El Nombre de la Rosa. El nominalismo teológico reinante no expresa el verdadero esplendor de la verdad. Por ello el mundo nos suele dar la espalda cuando hablamos en voz alta de nuestras teorías teológica, que muchas veces son pura ideología en el mal sentido de la palabra. 

    La verdad es opinable siempre. Porque es tan absoluta que no puede ser comprendida solo por una mente humana. Solo Dios la conoce en plenitud. Y mi mente no es la mente de Dios. La humildad se impone en la búsqueda de la verdad y en su formulación. La teología negativa siempre nos enseñó eso. Y hoy parece que muchos clérigos olvidan esto. La búsqueda de la verdad no solo tiene que ver con la razón sino con las opciones que la dirigen. Kierkegaard ya nos enseñó eso. La verdad es misteriosa y desborda con mucho nuestras opciones. No es que no exista la verdad, es que es inaprensible en términos absolutos, compleja, como el mismo misterio de Dios. Porque la verdad y Dios son una sola cosa. La verdad siempre será misteriosa. Y solo la alcanzaremos de manera paradigmática. Thomas S. Kuhn nos lo enseñó en su obra “La estructura de las revoluciones científicas”. Y sus conclusiones son aptas para el quehacer teológico, pero esto, lo ignoran muchos clérigos que repiten como papagayos lo que les han enseñado como verdadero sin aplicar el más mínimo ápice de crítica a su mensaje. Como si creer consistiese en repetir lo de siempre sin indagar más allá de lo aprendido. Repitiendo paradigmas extintos como la verdad definitiva. 

    Su modo de proceder crucifica a los demás. Y entonces afirman que no es posible erradicar el sufrimiento de los demás en el encuentro y la vivencia de la verdad. Pero no es cierto. Podemos crecer, aprender, ir más allá en el conocimiento de lo verdadero. Podemos dejar de crucificar a los demás con nuestros postulados ideológicos superables. Pues nosotros y no la verdad somos la causa de ese dolor. Podemos dejar de hacer sufrir a los demás con nuestras palabras equivocadas e incompletas. 

    La mayoría de nuestros conflictos morales radican en esta incapacidad para ensayar nuevos caminos. Repetir contra los demás no es el camino. Entornos religiosos primitivos es lo que hacen sin cesar para escándalo de todos. Castrar mujeres no es verdadero porque una religión lo afirme como tal. Si el planteamiento es inhumano ese enfoque ideológico claramente es falsable. Quizás debiera ser este nuestro criterio de falsabilidad en estricto sentido Popperiano. Pero esto les asusta. Ese miedo debe ser superado en aras del bien del ser humano. Esto pienso y esto es lo que digo. Y por ello peleo contra los que afirman lo contrario. 

    ¿Debo callar? Creo que no. Y lo creo en base a la Palabra misma de Dios manifestada a los hombres: “Por amor de Sión no callaré”. Si lo hiciese creo que mi silencio ofendería a Dios. Así que a mi pregunta inicial respondo con un No rotundo y clamoroso. Y si los demás no lo entienden, si me hacen sentir mal por ello, es el precio que debo pagar por seguir al que por decir que la verdad nos hace libres lo clavaron en una cruz. Así que hermano si me quieres de verdad, nunca me digas que me calle. Porque si lo haces me obligarás a decirte con cariño pero con rotundidad: Apártate de mi Satanás porque tú no piensas como Dios, tu piensas como los hombres. 

 

ANDRES PRESBÍTERO

 

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